“El
que no se haga como niño no entrará en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 1-14). Jesús quiere que “seamos como niños” para así poder
entrar en el Reino de los cielos. No entrará en el Reino de los cielos quien
ostente la inteligencia y la fortaleza que caracterizan a la edad adulta, sino
aquel que sea inocente, porque la inocencia, es decir, la ausencia de maldad y
la bondad de corazón, que son las cualidades que caracterizan a la niñez. Pero,
¿se trata de la niñez que conocemos? Sí y no. Sí, porque el niño es inocente;
no, porque el niño tiene la mancha del pecado original y la concupiscencia.
Es
decir, Jesús quiere que seamos como niños, en cuanto a la inocencia –ausencia de
malicia y bondad de corazón-, y por esto nos sirve considerar cómo es la
inocencia en un niño, pero, al mismo tiempo, hasta lo más inocente del hombre,
como es la niñez, está manchado con el pecado original, lo cual hace que esta
inocencia de la niñez humana no sea perfecta y, además, vaya desapareciendo –en
la mayoría de los casos- de forma paralela al crecimiento, al paso de la edad. De
esta manera, la inocencia humana no es el espejo en el que debemos reflejarnos,
si queremos ser como niños, tal como lo pide Jesús.
Cuando Jesús que seamos como niños -“El que no se haga como
niño no entrará en el Reino”-, nos está diciendo que debemos adquirir, ante
todo, otro grado de inocencia, no solo no manchada con el pecado original, sino
que es a la vez la fuente de toda inocencia. Se trata ante todo de otra niñez:
la de la vida espiritual dada por la gracia santificante, la cual proporciona
otra inocencia, diversa a la humana, y no contaminada por el pecado original,
como esta, y es la inocencia del Ser divino trinitario, que es la misma
inocencia de las Tres Divinas Personas, que es la misma inocencia de Jesús, el
Cordero Inocente, que es la misma inocencia de María Santísima, Madre de Dios, y
que es la misma inocencia que poseen, por participación, los ángeles y los
santos en el cielo.
“El que no se haga como niño no entrará en el Reino”. Podríamos
parafrasear a Nuestro Señor y decir: “El que no posea la inocencia de la gracia
santificante, no entrará en el Reino de los cielos”.
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