(Ciclo C –
2013)
Jesús se transfigura en
el Monte Tabor, dejando resplandecer la fascinante luz de su gloria
divina a través de su humanidad, e incluso, a través de su
vestimenta. La gloria que envuelve en éxtasis de amor inenarrable a
los ángeles en el cielo, se manifiesta ahora en el Monte Tabor, ante
la vista azorada de los discípulos. Jesús, Dios Hijo humanado,
suspende por unos instantes el milagro por el cual, desde su misma
Encarnación, había impedido que se manifestara esta gloria divina,
recibida del Padre desde la eternidad. Si Jesús no hubiera hecho
este milagro en el momento de la Encarnación, el de suspender la
manifestación visible de su gloria celestial, no le habría sido
posible padecer la Pasión, porque la gloria divina, precisamente,
concede al cuerpo humano, entre otras cosas, la impasibilidad, es
decir, la capacidad de no sufrir absolutamente ningún dolor. Sin
embargo ahora, en el Monte Tabor, suspende este milagro, para que su
gloria sea manifiesta y visible a Pedro, Santiago y Juan y, a través
de ellos, a toda la Iglesia de todos los tiempos.
La razón por la cual
obra este prodigio, es la de conceder a sus discípulos la visión de
la gloria de los cielos, para que cuando lo vean en las dolorosas y
amargas horas de la Pasión, con su Cuerpo todo ensangrentado, todo
cubierto de ardientes y sangrantes heridas, todo cubierto de polvo,
de lodo, de moretones y de escupitajos, no se desanimen y no
desfallezcan, sino que recuerden que Él es el Dios de gloria y
majestad infinita. Jesús resplandece en el Monte Tabor, con un
resplandor tan intenso, que hace parecer al astro sol como una oscura
mancha, y esto lo hace para la contemplación de su divinidad y de su
humanidad divinizada les otorgue paz y serenidad en los terribles
momentos de la Pasión, cuando su Cuerp sacratísimo sea ultrajado y
golpeado por los hombres con una violencia tal, que hará palidecer a
los mismos ángeles. La Transfiguración de Jesús nos enseña que la
Cruz de esta tierra se continúa con la Luz de la gloria eterna, y
que las tribulaciones, dolores, penas, de esta vida, serán
absorbidas para siempre en la gloria de su divinidad.
En el momento en que la
luz de su divinidad resplandece a través de su humanidad santísima,
se escucha la voz del Padre, porque lo del Monte Tabor es obra del
Padre, porque la gloria que se manifiesta a través de Jesús de
Nazareteh, es la gloria que Dios Hijo recibió desde toda la
eternidad en el seno del Padre; el Monte Calvario, por el contrario,
es obra de los hombres, que en vez de gloria, lo cubren de ignominia
y lo saturan de golpes y salivazos, infamias, y toda clase de
ultrajes.
Jesús se transfigura en
el Monte Tabor, descubriendo su divinidad a través de su humanidad,
para que sus discípulos, y por lo tanto también nosotros, sepamos
que a la luz se llega por la Cruz y también que no hay Cruz sin Luz.
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