lunes, 12 de agosto de 2013

“Quedaron apenados cuando les anunció que lo matarían y resucitaría”


“Quedaron apenados cuando les anunció que lo matarían y resucitaría” (Mt 17, 22-27). El estado anímico de los discípulos –“quedaron apenados”, dice el Evangelio-, ante el anuncio de Jesús de su misterio pascual –lo matarían pero luego habría de resucitar-, demuestra una ausencia de comprensión del misterio pascual del Hombre-Dios; demuestra que los discípulos están aferrados a este mundo efímero y a sus seguridades; demuestra que están apegados a esta vida terrena, que es perecedera y se acaba pronto, tal como lo dice el Salmo: “Nuestra vida, Señor, pasa como un soplo” (cfr. Salmo 143); la tristeza de los discípulos ante las palabras de Jesús demuestra que no solo están apegados a esta vida y a sus espejismos, sino que no conocen las hermosuras inconcebibles de la vida eterna; los discípulos se entristecen porque no entienden el alcance de las palabras de Jesús, no entienden qué significa “resucitar”; no entienden que con su muerte en Cruz y con su Resurrección, Jesús no solo derrotará definitivamente a los tres enemigos mortales de todo hombre, el demonio, el mundo y el pecado, sino que les abrirá las puertas de los cielos, les abrirá un horizonte impensado, inimaginable, la vida de la gracia en esta vida y la vida de la gloria divina en la vida futura; no entienden que por la Resurrección, será cancelado el destino de muerte de la humanidad, destino al que se dirigía irremediablemente desde el pecado original de Adán y Eva, pero que ahora ha sido cancelado para siempre por Jesús, concediendo al mismo tiempo un nuevo destino, un destino de vida y de vida eterna, la vida misma de la Trinidad. Los discípulos se entristecen porque no entienden que Jesús morirá, sí, y morirá de muerte cruenta, la muerte de Cruz, pero resucitará lleno de vida, de luz y de gloria divina, y en su Resurrección triunfal conducirá a toda la humanidad al cielo, al Reino de su Padre, dejando atrás definitivamente este mundo, que vive “en sombras de muerte”, y esta vida terrena, que por terrena es efímera y pasajera. Pero sobre todo, los discípulos no entienden que su muerte en Cruz y Resurrección, misterio pascual por el cual ingresa en el tiempo humano la eternidad divina y se concede a los hombres la vida misma de Dios Uno y Trino, se hará presente “todos los días, hasta el fin del mundo”, por medio de la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, su Presencia divina y gloriosa, consuelo celestial para quienes atraviesan este “valle de lágrimas” en su peregrinar hacia la vida eterna.

“Quedaron apenados cuando les anunció que lo matarían y resucitaría”. Las tribulaciones de la vida, participaciones a la Pasión y Cruz de Nuestro Salvador Jesucristo, no deben apenarnos ni entristecernos, porque la fuente de nuestra alegría es Cristo, muerto y resucitado, que desde la Eucaristía nos dice: “No te apenes, Yo he vencido al mundo; esta vida y sus pruebas pasan pronto, y luego llega la alegría de la vida eterna. No te apenes en la prueba, Mi Presencia en el sagrario es un anticipo del gozo que experimentarás en el cielo: ¡Alégrate!”.

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