“Tomó
los cinco panes y los dos pescados (…) los bendijo (…) y los
distribuyó (…) Todos comieron hasta saciarse” (Mt 14, 13-21). La
multiplicación de panes y peces es un milagro de omnipotencia, que
demuestra la condición divina de Jesús. El hecho de la
multiplicación requiere que sean creadas nuevos átomos y moléculas
materiales, constitutivos de la materia del pan y de los peces, y
esta creación es de la nada, es decir, sin una materia
pre-existente. Es un milagro de omnipotencia, puesto que solo Dios
Creador puede crear de la nada la materia y multiplicarla. En
este sentido, el milagro de la multiplicación de panes y peces
recuerda al milagro, también portentoso, de la Creación del mundo,
que es realizada de la nada. El mismo Dios que creó el mundo, es el
mismo Dios que ahora, encarnado en la Persona del Hijo, crea de la
nada la materia de panes y peces. Con milagros de estas
características, Jesús demuestra, de modo más que suficiente, que
Él es quien dice ser: Dios Hijo, tan Dios como el Padre y el
Espíritu Santo. A partir de este milagro, si alguien duda acerca de
la condición divina de Jesús, lo hace solo porque quiere hacerlo,
puesto que la prueba física del milagro corrobora la
auto-proclamación de Jesús como Dios Hijo que proviene del Padre.
Ahora bien,
esta prueba de omnipotencia divina no se limita a la multiplicación
de panes y peces, puesto que Jesús continúa obrando en el mundo con
su poder divino, y lo hace por medio de su Cuerpo Místico, la
Iglesia. Este poder divino se manifiesta en la Iglesia ante todo en
la Santa Misa, en donde Jesús obra un milagro infinitamente mayor
que la multiplicación de la materia inerte de panes y peces: a
través del sacerdocio ministerial, Jesús obra el milagro asombroso
de la transubstanciación, por medio del cual la materia sin vida del
pan y del vino se convierte en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Si en el
Evangelio Jesús multiplica panes y peces, en la Iglesia, por medio
del sacerdocio ministerial, Jesús transubstancia pan y vino en
Cuerpo y Sangre de Jesús. Así, en el Evangelio se dice: “Tomó
los cinco panes y los dos pescados (…) los bendijo (…) y los
distribuyó (…) Todos comieron hasta saciarse”; en la Iglesia, se
dice así: “Tomó el pan y el vino, pronunció las palabras de la
consagración, y distribuyó la Eucaristía, todos comieron hasta
saciarse con la substancia divina del Pan Vivo bajado del cielo”.
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