“¿No es
este el hijo del carpintero?” (Mt 13, 54-58). Los habitantes
del pueblo de Jesús, a pesar de ser testigos de su sabiduría y de
su poder celestiales, no creen en su divinidad, y la prueba es que le
llaman: “el hijo del carpintero”. Jesús se había llamado a sí
mismo “Dios Hijo”, al afirmar que procedía del Padre y que nadie
conocía al Padre sino el Hijo, es decir, Él; Juan el Bautista lo
había señalado como “el Cordero de Dios”; la inmensa mayoría
de aquellos que recibieron milagros de Jesús se postraron ante Él
en señal de adoración, y sin embargo, los vecinos de Jesús, los
que habitan en su mismo pueblo, los que lo vieron crecer y lo conocen
de siempre, precisamente, a causa de esta familiaridad, descreen de
su condición divina, a pesar de tener las pruebas de su sabiduría y
poder celestiales, sobrehumanos, divinos. El desconfiar de Jesús los
lleva a un escándalo farisaico: “¿No es éste el hijo del
carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son
hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y acaso no viven
entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo
esto?”. La falta de fe -que en este caso es voluntaria, porque
rechazan con incredulidad los signos que hablan de la divinidad de
Jesús, su sabiduría y sus milagros- no les permite recibir muchos
milagros de parte de Jesús: “Y no hizo allí muchos milagros, a
causa de la falta de fe de esa gente”. Tienen delante de ellos al
Hombre-Dios Jesucristo, al Salvador de la humanidad, al Verbo del
Padre humanado, a la Palabra de Dios encarnada, que ha venido, en un
hecho que asombra a los ángeles, a dar su vida en rescate por ellos
y por toda la humanidad, y lo confunden con “el hijo del
carpintero”, porque en el fondo no quieren abrir sus mentes y sus
corazones al Amor de Dios que se les manifiesta visiblemente en
Cristo Jesús.
Lo mismo
sucede con la Iglesia: a pesar de dar evidentes signos de su
condición divina -el más grande de todos, la Santa Misa, en la cual
el pan y el vino, materias inertes, se convierten en el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo-, y a
pesar de eso, en vez de hacer un acto de fe en la Presencia real de
Jesús en la Eucaristía, hecho que cambiaría sus vidas
radicalmentes para bien, puesto que las llenaría de bendiciones,
gracias, dones y milagros inimaginables, prefieren creer
“crédulamente”, es decir, sin fundamentos racionales, a cuanto
propagador de novedades aparece, y es así como las sectas -la
principal, la Nueva Era y sus sectas asociadas, la religión wicca,
el ocultismo, el tarot, etc.- crecen, al tiempo que los fieles de la
Santa Iglesia Católica disminuyen, porque sus mismos hijos dicen
incrédulamente: “¿Y ésta es la Esposa del Cordero Místico?
¿Acaso no es una iglesia más entre las otras? ¿De dónde le viene
el poder de obrar la Transubstanciación?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario