(Domingo
XX - TO - Ciclo C - 2013)
“No he venido a traer la paz, sino la división” (Lc 12, 49-53). Sorprende esta frase de
Jesús, puesto que muchos asocian al cristianismo con un movimiento pacifista,
que busca instaurar la paz fraterna entre todas las razas del mundo. Pero las
palabras de Jesús deben ser interpretadas según lo que Él dice anteriormente: “He
venido a traer fuego sobre la tierra, y cómo quisiera ya verlo ardiendo”,
porque el “fuego” que este fuego no es otra cosa que el Fuego del Amor divino,
el Espíritu Santo, que enciende a los corazones en Amor de Dios. Y si Jesús ha
venido a traerlo, y quiere verlo ardiendo, es porque en este mundo no hay de
este fuego y por lo tanto los corazones no arden en el Amor de Dios. Ahora
bien, al no haber Amor de Dios en los corazones, al no estar encendidos en su
Amor, como consecuencia de la caída de la humanidad a causa del pecado
original, los corazones están fríos y entenebrecidos, oscuros, porque carecen
del fuego, que da luz y calor al mismo tiempo. Es por esto que en las Escrituras:
“Nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar el mundo que yace en tinieblas
y en sombras de muerte”. Y esta oscuridad y frialdad del corazón, que es ausencia
del Fuego del Amor divino, de su luz y de su calor, es enemistad de los hombres
contra Dios y amistad con el demonio, puesto que es en su corazón angélico de
donde se origina este abismo de iniquidad y perversión, porque fue allí en
donde por primera vez el Amor de Dios se ausentó, para dar paso al odio
angélico.
Al traer el Fuego del Amor divino, el Espíritu Santo, Jesús
viene a romper con esta enemistad de los hombres contra Dios, convirtiendo al
hombre de enemigo en amigo de Dios. Pero al tiempo que convierte al hombre de
enemigo en amigo de Dios, invierte también la relación que el hombre tenía con
el demonio, que era de amistad –por eso es que el hombre sin Dios cumple los
mandamientos de Satanás, porque es su “amigo”-, convirtiéndolo en enemigo del
demonio. Este es el motivo por el cual los hijos de Dios, que son los hijos de
la Virgen, están enemistados con la Antigua Serpiente, según le dice Dios a la
Virgen en el Génesis: “Pondré enemistad entre ti y la serpiente, entre tu
descendencia y la suya”. De esta manera el hombre, encendido en el fuego del Amor
de Dios, se convierte en amigo de Dios y en enemigo de Satanás; deja de cumplir
los mandamientos del Demonio, para comenzar a cumplir los Mandamientos de Dios,
y aquí está la ausencia de paz y la división que viene a traer Jesús: si los
hombres, enemigos de Dios y aliados del Demonio vivían en la falsa paz del
Demonio, cumpliendo sus mandamientos, ahora, aquellos hombres que por la acción
del Espíritu Santo traído por Jesús -efundido con su Sangre desde su Corazón
traspasado en la Cruz-, se convierten en amigos de Dios, son sin embargo, al
mismo tiempo, enemigos de los hombres que continúan obrando las obras de las
tinieblas.
La división que pone Jesús entre los hombres, entre los
miembros de una misma familia, y la ausencia de paz que esto conlleva, es la
división y ausencia de paz que existe entre los hijos de la luz y los hijos de
las tinieblas; entre los que cumplen los Mandamientos de Dios, y los que
cumplen los mandamientos de Satanás; entre los hijos de la Mujer del Génesis,
la Virgen María, que aplastará la cabeza de la Serpiente Antigua al fin de los
tiempos, y los hijos de las tinieblas, los hombres asociados en el mal al Ángel
caído, los hombres que, por
de Dios y su Iglesia,
entonces es mala señal; es señal de que ese cristiano se ha aliado a sus
enemigos y se ha vuelto enemigo de Dios. Y si los tiene por propia voluntad,
están destinados a la eterna perdición.
“No he venido a traer la paz, sino la división”. Si el
cristiano no tiene por enemigos a los enemigos enemigos, es buena señal; es
señal de que, al igual que Jesús, que dio la vida por quienes le quitaban la
vida, él también está llamado a “amar a sus enemigos”, dando por ellos su vida
en la Cruz, la Cruz de Jesús.
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