(Domingo XXIII - TO - Ciclo C – 2013)
“El
que no carga su cruz todos los días y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 15-23). Jesús da una condición
sin la cual no se puede ser su discípulo: cargar la Cruz todos los días y
seguirlo. ¿Qué significa “cargar la cruz? ¿Por qué hay que cargarla, para poder
seguir a Jesús y así ser su discípulo?
El
motivo por el cual todo aquel que quiera ser discípulo de Jesús debe cargar la
cruz, es porque Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida, accede a la Casa
del Padre a través de la cruz. Por lo tanto, para quien quiera ser discípulo de Jesús, es
decir, para quien quiera aprender, del Divino Maestro, la vía de la salvación, es
la cruz la única lección a aprender, la única puerta que atravesar para llegar
al cielo, el único camino que conduce al Reino de Dios, la única verdad que se
debe conocer, la única vida que se debe recibir.
Quien quiera salvar su alma, debe seguir a Jesús y
ser su discípulo, para aprender de Él el camino de la salvación, pero no hay
seguimiento posible ni salvación posible, si no es siguiendo a Jesús, y puesto
que Jesús camina en dirección al Calvario con la cruz a cuestas, no hay
posibilidad alguna de salvar el alma si no es cargando la cruz. Y la cruz se
debe cargar todos los días –no una sola vez, ni un día sí y otro no, sino todos
los días-, porque todos los días se debe emprender el camino que conduce al
cielo, el Via Crucis. Toda la vida
terrena es un continuo e ininterrumpido transitar hacia la eternidad, pero solo
el Camino Real de la Cruz conduce al Reino de los cielos, a la eterna felicidad,
y esa es la razón por la cual, quien quiera salvar su alma, debe cargar la cruz
todos los días.
¿En qué consiste en “cargar la cruz”? Cargar la Cruz
consiste en colocar en ella todo lo que nos aleja de Dios: nuestras imperfecciones,
nuestros defectos, nuestros pecados, desde los veniales hasta los mortales, y con la cruz así cargada, emprender el seguimiento de Cristo, imitándolo a Él, que es el primero en cargar la Cruz. Pero hay algo que sucede cuando cargamos la cruz para ir detrás de Cristo: es Él, Cristo en Persona, quien lleva nuestra cruz por nosotros, quitándonos el peso de la cruz, porque Jesús dice: "Tomad sobre vosotros mi yugo" (Mt 11, 29), "porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 30). Cuando tomamos el yugo de Jesús, es decir, la cruz, es Él quien la lleva por nosotros la cruz, y así nos aliviana la carga. Pero además, al tomarla Él por nosotros, nuestra cruz queda impregnada con su Sangre, y es su Sangre la que destruye los pecados nuestros, aquellos con los que habíamos cargado la Cruz. De esta manera, al llegar al Calvario y ser crucificados junto a Jesús, la Sangre que
brota de las heridas abiertas del Salvador empapa nuestra cruz, cae sobre nosotros y hace desaparecer todo lo que no pertenece a Dios y nos aparta de Él.
Solo de esa manera el hombre viejo –el hombre manchado con el pecado original e
inclinado a las cosas bajas de la tierra- podrá morir, para dar lugar al
nacimiento del hombre nuevo, el hombre regenerado por la gracia, el hombre
convertido, por la gracia santificante, en hijo adoptivo de Dios y en hermano
de Jesús. Solo quien lleva la cruz de todos los días, para subir al Calvario y
ser crucificado junto a Jesús, para ser bañado por su Sangre, puede hacer morir
al hombre viejo y puede renacer a la vida nueva, la vida de los hijos de Dios,
la vida de la gracia.
“El que no carga su cruz todos los días y me sigue,
no puede ser mi discípulo”. Quien no carga su cruz y sigue a Jesús por el
camino del Calvario, por el camino de la negación de sí mismo, no puede ser
discípulo de Jesús, es decir, no puede aprender aquello que el Divino Maestro,
el Espíritu Santo, enseña a los discípulos de Jesús, porque quien no es discípulo
de Jesús, no puede escuchar su voz y tampoco puede aprender lo que es necesario
saber para salvar el alma. Y el que no aprende de Jesús y su Espíritu, aprende
del mundo y del ángel caído, y aprende aquello que no tiene que aprender,
aquello que enseña el mundo y el Príncipe de las tinieblas, el camino ancho y
espacioso de la perdición.
“El que no carga su cruz todos los días y me sigue,
no puede ser mi discípulo”. Quien no carga la cruz todos los días, quien no
sigue a Jesús por el Camino del Calvario, es decir, por el camino de la
negación de sí mismo para imitar a Cristo, no puede ser discípulo de Jesús, no
puede aprender de Él lo necesario para llegar al cielo y pone en riesgo su
salvación. El que carga su cruz de todos los días, por el contrario, sigue a
Jesús y se convierte en el discípulo predilecto, recibiendo de esta manera en
el corazón las sublimes lecciones del Divino Amor, lecciones con las cuales aprende
a amar a Dios y al prójimo y así salvar su alma.
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