jueves, 19 de septiembre de 2013

"Sus muchos pecados le son perdonados, porque ha amado mucho"

          

       "Sus muchos pecados le son perdonados, porque ha amado mucho" (Lc 7, 36-50). Una mujer, conocida por ser pecadora pública, se arroja a los pies de Jesús y comienza a llorar tanto sobre sus pies, que debe secarlos con sus cabellos; luego besa los pies de Jesús, y por último los perfuma, derramando un costoso perfume. El gesto de la mujer pecadora es ocasión para el falso escándalo de un fariseo, que piensa que Jesús no debería permitir esto que hace la mujer, puesto que se trata de una "pecadora". En la mente del fariseo, Jesús no debería permitir a la mujer el acercarse siquiera, debido a su condición de pecadora, puesto que los fariseos, que se consideraban a sí mismos puros y justos, porque eran religiosos, temían quedar contaminados con la impureza espiritual del pecado (esto es lo que justifica su actitud el Viernes Santo cuando se niegan a entrar en casa de Pilato, para poder celebrar la Pascua).
          Sin embargo, Jesús no solo permite que la mujer pecadora realice esta obra, sino que la pone como ejemplo del amor que brota de un corazón contrito y humillado, e incluso le dice a Pedro -que es el primer Papa-, que la mujer pecadora, que se ha arrepentido, posee en su corazón más amor que el mismo Pedro, comparando la actitud de uno y otro en relación a Él: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume". Jesús compara lo que la mujer pecadora hizo y lo que Pedro no hizo -Pedro no lavó los pies de Jesús, mientras que la mujer los ha bañado con sus lágrimas; Pedro no le dio el beso de saludo, mientras que la mujer pecadora no ha dejado de besar los pies de Jesús; Pedro no ha ungido con aceite la cabeza de Jesús, mientras que la mujer pecadora ha ungido sus pies con perfume-, y concluye que la diferencia entre una y otra actitud, es la diferencia en el amor que hay entre el corazón de Pedro y el de la mujer pecadora: en el corazón de la mujer, que muchos dicen que es María Magdalena, hay mucho amor, hay mucha contrición por los pecados, hay mucha adoración, que surge del corazón contrito y humillado y agradecido por haber recibido la Misericordia Divina; en el caso de Pedro, por el contrario, no hay tanto amor, porque no ha habido muchos pecados, y esto es lo que justifica la conclusión de Jesús: "Por lo cual, Yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama".
          Este episodio nos muestra cuán distinta es la visión de los hombres -y de los hombres religiosos, representada en el fariseo-, y la visión de Dios: mientras el hombre mira el exterior y las apariencias -la condición de ser "pecadora pública"-, Dios en cambio mira en lo más profundo del corazón, buscando el contenido del corazón, el amor puro, la contrición y la humildad, y cuando esto encuentra, se alegra y se dona a sí mismo a este corazón, sin reservas.
          Puesto que María Magdalena representa a toda la humanidad, caída en el pecado, tanto su corazón contrito y humillado -contrición y humillación expresadas en las lágrimas que bañan los pies de Jesús-, como el amor de adoración a Cristo Jesús en cuanto Hombre-Dios -expresado en el perfume que derrama a sus pies-, constituyen el ideal del corazón que está a punto de recibir la Eucaristía. El que comulga, debe pedir la gracia de tener un corazón como el de María Magdalena: un corazón contrito y humillado, que derrama lágrimas de arrepentimiento, y un corazón lleno de amor y de adoración, que derrama lágrimas de alegría por el Amor de Dios que viene a su encuentro oculto en algo que parece pan pero que ya no lo es. El que comulga debe recibir a Jesús con el mismo corazón y con el mismo amor con el que lo recibió María Magdalena.

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