martes, 3 de septiembre de 2013

Jesús anuncia la Buena Noticia curando enfermos y expulsando demonios

          

         "Jesús anuncia la Buena Noticia curando enfermos y expulsando demonios" (cfr. Lc 4, 38-44). El evangelista relata dos acciones clamorosas de Jesús: cura enfermos, imponiéndoles las manos -a la suegra de Pedro la cura "increpando a la fiebre"- y expulsa demonios, muchos de los cuales "salen de los enfermos" a los cuales infectaban.
          Estas dos acciones de Jesús -curar enfermos y expulsar demonios- son las que llevan a la gente a "querer retenerlo" para que "no se alejara de ellos". Visto humanamente, es comprensible la pretensión de la multitud de querer que Jesús "se quede con ellos", puesto que tanto la enfermedad -a la cual la acompañan el dolor, la tristeza y, en muchos casos, la muerte-, como la actividad demoníaca -que va desde la infestación diabólica, pasando por la opresión, hasta la posesión-, son los dos grandes males que aquejan y acosan  a la humanidad desde la caída de Adán y Eva del Paraíso como consecuencia del pecado original y la pérdida de la gracia santificante. Desde entonces, la humanidad ha sufrido el tormento de estos dos flagelos -enfermedad y muerte, sumado a la posesión diabólica-, sin que haya podido verse libre de ellos en ningún momento; a lo sumo, ha experimentado -y experimenta, sobre todo en nuestros días- una falsa sensación de triunfo: por medio de la ciencia, el hombre pretende haber derrotado a la enfermedad, lo cual no es cierto; por medio de la errónea creencia de que el diablo no existe, el hombre pretende fingir que el ángel caído es solo una proyección imaginaria de los miedos del ser humano.
          La multitud quiere retener a Jesús porque ve en Él a un taumaturgo, a un hombre poderoso que derrota sin mayores inconvenientes a estos dos grandes enemigos que aqueja al hombre, la enfermedad y el demonio, y piensan que Jesús ha venido para esto. Es verdad que Jesús, en su condición de Hombre-Dios y por su poder divino no solo hace desaparecer a la enfermedad, sino también aquello que la ocasionó, el pecado original, al insuflar en el alma la gracia santificante, y es verdad también que viene a "destruir las obras del demonio", pues ante su solo Nombre el infierno entero tiembla de terror, pero estas dos acciones no constituyen en sí mismas la "Buena Noticia"; son solo el preludio de la Buena Noticia, que es el don de la filiación divina y el don de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, primero en la Cruz y luego en la Eucaristía.
          "Jesús anuncia la Buena Noticia curando enfermos y expulsando demonios". Al igual que la multitud del Evangelio, muchos, dentro de la Iglesia, parecen haber invertido los términos, pretendiendo que la Buena Noticia sea la mera sanación de la enfermedad y la expulsión de los demonios. Sin embargo, la Buena Noticia de Jesucristo es algo infinitamente más grandioso, y es el convertirnos en hijos adoptivos de Dios y el alimentar nuestras almas con el Amor que brota de su Sagrado Corazón Eucarístico, como anticipo en la tierra de la eterna alegría que viviremos en el Cielo: es esto, y no otra cosa, lo que debemos anunciar al mundo. 

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