“Si
tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco,
tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el infierno” (Mc 9, 41-50). Jesús desea la felicidad eterna del hombre, y es por
eso que nos pide la mortificación de los sentidos corporales en esta vida, de
modo de poder salvar el alma y el cuerpo. Para ello, es necesaria una estricta
vigilancia sobre los sentidos y el estar dispuestos a sacrificarlos, en vistas
de ganar el Reino de los cielos. La disposición al sacrificio debe ser tal, que
no se debe dudar en amputarlos –en un sentido figurado, por supuesto-, con tal
de no perder la vida de la gracia. Sin embargo, ha habido santos en la vida de
la Iglesia que han entendido en un sentido literal esta frase, y es así, por
ejemplo, que Santo Domingo Savio, el día de su Primera Comunión, hizo el
propósito de “perder la vida antes de cometer un pecado mortal”. Y en realidad,
cuando nos confesamos, en la fórmula de la confesión sacramental, nos
lamentamos ante Dios el no haber perdido la vida antes de haber pecado (antes
de haber cometido un pecado mortal o venial deliberado): “antes querría haber
muerto que haberos ofendido”). Es decir, todos deberíamos estar dispuestos, más
que a perder un ojo, una mano o un pie, antes que pecar, a perder la vida
terrena, antes que pecar mortal o venialmente, porque nadie se condena por
morirse, pero sí por pecar mortalmente, y el pecado venial deliberado es un severo
enfriamiento de la caridad.
“Si
tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco,
tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el infierno”. Por drástico que pueda
parecer el consejo de Jesús, ante la gravedad de lo que está en juego –la salvación
eterna-, más drástica es la realidad de quienes se precipitan en el infierno
con sus cuerpos intactos para padecer con ellos por toda la eternidad.
No
es vana la advertencia de Jesús acerca de la mutilación –figurada, obviamente-
del cuerpo si es que este es ocasión de pecado, porque el cuerpo resucitará en
su totalidad, tanto para la gloria del cielo, como para la condenación del
infierno. Es más bien un acto de caridad, porque es una verdad de fe que el
cuerpo resucitará, pero si bien será glorificado y participará de la alegría y
de los gozos del alma llena de la gloria divina de aquel que se haya salvado,
es verdad también que, en aquel que se haya condenado, participará de los
dolores inenarrables en los que estará sumergida el alma en el Infierno.
En
una visión acaecida a la vidente Amparo Cuevas en Prado Nuevo[1], Madrid,
la vidente se sorprende del hecho de que los cuerpos que se encuentran en el Infierno
están mutilados y de las brutales heridas mana abundante sangre. En la misma
visión, la vidente tiene el conocimiento de que eso se debe a que en la otra
vida es el mismo cuerpo el que resucita, solo que en el infierno, ya no se verá
libre del dolor, como en el cielo, sino que, por el contrario, comenzará a
sufrir terriblemente, sin descanso, para siempre, y sufrirá de modo
particularmente intenso según el órgano con el cual haya cometido el pecado mortal
que le valió la condenación eterna.
“Si
tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco,
tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el Infierno”. Cuando Jesús nos hace
esta advertencia, no nos está obligando a nada, nos está advirtiendo, porque
desea nuestra eterna felicidad; solo nos pide que mortifiquemos nuestros
sentidos por un breve período de tiempo, el tiempo que dure nuestra vida
terrena, para que luego gocemos, con nuestro cuerpo glorificado y con nuestra
alma glorificada, por toda la eternidad. Contrariando el consejo de Jesús, el
mundo hedonista, relativista, materialista y ateo de nuestros días, exalta la
sensualidad y el desenfreno de las pasiones, prometiéndonos una falsa
felicidad, que finaliza con esta vida terrena y que apenas finalizada da inicio
a una eternidad de dolores en los que participarán tanto el cuerpo como el
alma, dolores que se comunicarán el uno al otro, sin finalizar nunca jamás.
“Si
tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco,
tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el infierno”. Cuando Jesús nos da un
consejo, no nos obliga, y tampoco lo da en vano.
[1][1] Se trata de apariciones
aprobadas por la Iglesia en España; cfr. Apariciones de Prado Nuevo del
Escorial, http://pradonuevo.tripod.com/81.htm.
...la solución a la pedofilia.....
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