Jesús da un mandamiento que, en apariencia, es el mismo que
ya conocían los hebreos, ya que manda “amar a Dios y al prójimo como a uno
mismo” (cfr. Mc 12, 28-34). ¿Hay
alguna diferencia, o es exactamente el mismo? Hay una diferencia: en el Antiguo
Testamento, el amor era el amor natural que tenemos a Dios por ser nuestro
Creador y era con ese mismo amor, con el que se debía amar al prójimo y a uno
mismo. En el Nuevo Testamento, el Amor es sobrenatural: brotando del Corazón
mismo de Dios Trino, pasa a través del Sagrado Corazón de Jesús y, como Fuego
de Amor Divino, enciende los corazones de los hombres dispuestos por la gracia,
en el Amor de Dios, y es con este Amor –celestial, sobrenatural, el Amor del
Sagrado Corazón de Jesús-, con el que el cristiano ama a Dios, al prójimo y a
sí mismo. ¿Y dónde puede adquirirse ese Amor? Al pie de la Cruz, porque es el
Amor de la Cruz, y también tomándolo de la fuente misma, el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, porque ese Amor está todo contenido, en su infinitud y
eternidad, en la Eucaristía. Quien no ama a Dios, al prójimo y a sí mismo con
el Amor de la Cruz y la Eucaristía, no ama como Cristo, con amor sobrenatural, sino
que continúa todavía anclado al Antiguo Testamento y ama con un amor puramente
natural.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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