El momento en el que, producido el milagro, el Padre Pedro de Praga lo traslada,
conmocionado, a la sacristía.
(Ciclo
C – 2016)
La Solemnidad de Corpus
Christi -o del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo-, una de las más
importantes de la Iglesia Católica, se originó en un milagro eucarístico,
conocido como el milagro de Bolsena-Orvieto. ¿Cómo fue el milagro? Sucedió a
mediados del siglo XIII, en el año 1263, cuando un sacerdote de Bohemia, llamado
Pedro de Praga, que tenía muchas dudas sobre su fe, en particular sobre la
presencia real de Cristo en la Eucaristía, decidió hacer una peregrinación a
Roma para rezar ante la tumba de San Pedro y pedirle el fortalecimiento de su
fe. Luego de cumplido su cometido y sintiéndose fortalecido en su vocación como
sacerdote, inició su viaje de regreso a Praga. En el camino se detuvo en la
localidad de Bolsena al norte de Roma, para allí pasar la noche y continuar
viaje al otro día. En esta localidad, visitó la parroquia de Santa Cristina,
una mártir del siglo III para venerar sus reliquias. Luego de su visita a la
tumba de Santa Cristina, Pedro de Praga experimentó todavía más fortalecimiento
de su fe, y es así que se dice que antes de celebrar la Misa, Pedro rezó “por
la fuerza del alma y el extremo abandono que Dios da a los que confían
plenamente en Él”. Fue durante la celebración de la Misa que ocurrió el
asombroso milagro que dio origen a la Fiesta de Corpus Christi: una vez
pronunciadas las palabras de la consagración, la Hostia ya consagrada se
convirtió en músculo cardíaco vivo y sangrante, del cual comenzó a brotar
abundante sangre, y tan abundante, que se vertió incluso sobre el corporal que
se encontraba sobre el altar. Al comprobar el espectacular acontecimiento
sobrenatural que se producía delante de sus ojos, el sacerdote, profundamente
conmovido, envolvió el músculo cardíaco sangrante con el purificador del cáliz
y lo llevó a la Sacristía. En el trayecto hacia la sacristía, cayeron en el
suelo de mármol unas gotas de sangre, lo que también sucedió en los escalones
del altar, quedando la sangre desde entonces firmemente adherida al mármol, al
punto que luego se cortaron esos trozos de mármol, impregnados con la sangre
del milagro, para ostentarlos como reliquias; estos mármoles manchados e
impregnados con la sangre del milagro fueron colocados en sus respectivos
relicarios en Bolsena, en donde permanecen hasta el día de hoy, para ser
venerados por los peregrinos[1]. El
milagro fue descripto así en una placa de mármol: “De pronto, aquella Hostia
apareció visiblemente como verdadera carne de la cual se derramaba roja sangre excepto
aquella fracción, que la tenía entre sus dedos, lo cual no se crea sucediese
sin misterio alguno, puesto que era para que fuese claro a todos que aquella
era verdaderamente la Hostia que estaba en las manos del mismo sacerdote celebrante
cuando fue elevada sobre el cáliz”[2]. Es
decir, toda la Hostia consagrada se convirtió en músculo cardíaco vivo, del
cual brotaba sangre fresca, excepto la parte de la Hostia que estaba sostenida
por las manos del sacerdote, y esto para que fuera patente que el milagro se
producía en la misma Hostia que consagraba el sacerdote.
Debido a que el Papa Urbano IV se encontraba en la cercana
localidad de Orvieto, el Padre Pedro decidió trasladarse a esta ciudad para
comunicarle acerca del prodigio sucedido en la misa. Enterado el Papa, envió al
obispo de Orvieto en persona a Bolsena, para que comprobara la veracidad de la
historia y recuperara las reliquias. Luego, el Papa Urbano IV reconoció el
milagro -la venerada reliquia fue llevada en procesión y se dice que el
Pontífice, al ver el milagro, se arrodilló frente al corporal y luego se lo
mostró a la población- y el 11 de agosto 1264 instituyó para toda la Iglesia la
actual fiesta litúrgica, llamada Corpus
Christi, a partir de la fiesta Corpus
Domini -existente desde 1247 y que se celebraba sólo en la diócesis de
Lieja, en Bélgica-, para celebrar la Presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Además, el Papa decidió encomendar a Santo Tomás de Aquino la tarea de preparar
los textos del Oficio y de la Misa de la fiesta, y se estableció que el Corpus Christi se celebre en el primer
jueves después de la octava de Pentecostés[3].
El
asombroso prodigio sobrenatural se produjo en momentos en que habían comenzado
a circular creencias falsas en la Eucaristía, como las propagadas por un tal
Berengario de Tours, quien sostenía erróneamente que la presencia de Cristo en
la Eucaristía no era real, sino sólo simbólica: el milagro no solo contrastó esta
falsa tesis, sino que confirmó, de una manera asombrosa, la enseñanza de la
Iglesia desde el inicio, es decir, que Jesús está Presente real, verdadera y
substancialmente en la Eucaristía.
El
milagro eucarístico de Orvieto es un recordatorio sobrenatural, dado por el cielo mismo, de la verdad profesada desde siempre por la Iglesia: Jesucristo, Dios Hijo en Persona, el Creador del universo visible e invisible, viene a nosotros y se entrega en la Eucaristía, en cada Eucaristía. Por medio de este milagro, sensible y visible, Pedro
de Praga experimentó un gran milagro y su fe fue grandemente enriquecida; sin embargo, Jesús mismo dice: “Bienaventurados
los que crean sin haber visto” (Jn
20, 29). Esto quiere decir que no debemos pretender que suceda el milagro
visible nuevamente, en cada Santa Misa, porque nos basta que haya sucedido una
vez, ya que confirma la fe de la Iglesia, de que el Hombre-Dios Jesucristo está
realmente Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada
Eucaristía. Y si el milagro nunca hubiera sucedido, debería bastarnos para
creer firmemente, el testimonio de la Iglesia que, asistida por el Espíritu
Santo, nos enseña esta verdad. Lo que nos enseña la Iglesia es que, por las
palabras de la consagración, pronunciadas por el sacerdote pero en las que va
la virtud misma de Jesucristo, que las pronuncia también a través del
sacerdote, se produce el milagro de la conversión de las substancias muertas y
sin vida del pan y del vino, en las substancias vivas y gloriosas del Cuerpo y
la Sangre de Jesús. Así nos enseña San Ambrosio: “(En la) consagración divina (…)
actúan las palabras del Señor y Salvador en persona (…) Porque este sacramento
que recibes (la Eucaristía) se realiza por la palabra de Cristo (…) Era real la
carne de Cristo que fue crucificada y sepultada; es, por tanto, real el
sacramento de su carne (…) Que nuestra mente reconozca como verdadero lo que
dice nuestra boca, que nuestro interior asienta a lo que profesamos
externamente”[4].
De
esta manera, el milagro de Bolsena-Orvieto nos confirma nuestra fe en la
Presencia real de Jesús en la Eucaristía, pero también nos sirve para que nos
demos cuenta de cómo actúa en nosotros al comulgar el Cuerpo y la Sangre gloriosos
de Jesús Eucaristía, para lo cual podemos comparar a nuestros corazones con el
piso de mármol en el que cayó la sangre del milagro de Bolsena-Orvieto: nuestros
corazones son muchas veces como el mármol en el que cayó la sangre del milagro:
fríos, duros y sin vida; pidamos entonces que la Sangre Preciosísima de
Jesucristo, que ingresa en nosotros por la Comunión Eucarística en gracia,
penetre nuestros corazones y los impregne, tal como sucedió con la sangre del
milagro, que impregnó el mármol, pero, a diferencia de la sangre del milagro,
que no cambió el mármol, porque este siguió siendo frío, duro y sin vida, la
Sangre de Jesús, al caer en nuestros corazones por la Comunión Eucaristía, los
vivifica, llenándolos de la vida, la luz, el calor y el Amor del Espíritu
Santo.
En
cada Santa Misa, delante de nuestros ojos, se produce de modo invisible, luego
de las palabras de la consagración, el milagro de la Transubstanciación, por el
cual el pan se convierte en la substancia del Cuerpo de Cristo y el vino en la
substancia de la Sangre de Cristo, y aunque no lo veamos con los ojos del
cuerpo, sí podemos “verlo” con los ojos del alma iluminados por la luz de la
fe, y el milagro de Bolsena-Orvieto nos confirma que esta fe de la Iglesia -que
es nuestra fe- en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía, es verdadera.
Por
último, Cristo Jesús hace este milagro sólo para darnos su Amor, el Amor
infinito y eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico, entonces nosotros, al
comulgar su Cuerpo y su Sangre, debemos hacerlo también con amor, adorando profundamente
su Presencia Eucarística, como dice San Agustín: “Nadie coma el Cuerpo de
Cristo si no es adorador”. No nos acerquemos a comulgar sin antes hacer un acto
de profundo amor y adoración interior al Cuerpo de Cristo en la Eucaristía.
[2] Cfr. http://www.therealpresence.org/eucharst/mir/spanish_pdf/Bolsena-spanish.pdf
[3] La liturgia de Santo Tomás de
Aquino
liturgia acompañaría
la Bula Transiturus de hoc mundo ad
Patrem. A su vez, las reliquias del milagro se conservan en la catedral de
Orvieto. En la Capilla del Corporal se venera la Hostia Santa, el corporal y el
purificador. En 1338 se colocaron en el relicario de Ugolino di Vieri, donde se
encuentran actualmente. El relicario se colocó, a partir de 1363, sobre el
altar de mármol que se encuentra en la misma capilla. El altar donde ocurrió el
milagro fue colocado, desde la primera mitad del siglo XVI , en el atrio de la
basílica subterránea de Santa Cristina en Bolsena. En Bolsena se conservan en
sus respectivos relicarios las lápidas de mármol manchadas con la Sangre del
Milagro.
[4] Del Tratado de san Ambrosio,
obispo, Sobre los misterios.
(Núms. 52-54. 58: SC 25 bis, 186-188. 190
JESUCRISTO PRESENTE EN LA HOSTIA, CUERPO Y GUÍA DE LA IGLESIA, NUESTRO MAESTRO Y PASTOR, SEGUNDA PERSONA DE LA TRINIDAD CON CON EL PADRE Y EL ESPÍRITU SON UNA SOLA ESENCIA.... ALABADO SEAS JESÚS EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
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