sábado, 28 de mayo de 2016

Solemnidad de Corpus Christi


El momento en el que, producido el milagro, el Padre Pedro de Praga lo traslada, 
conmocionado, a la sacristía.

(Ciclo C – 2016)

         La Solemnidad de Corpus Christi -o del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo-, una de las más importantes de la Iglesia Católica, se originó en un milagro eucarístico, conocido como el milagro de Bolsena-Orvieto. ¿Cómo fue el milagro? Sucedió a mediados del siglo XIII, en el año 1263, cuando un sacerdote de Bohemia, llamado Pedro de Praga, que tenía muchas dudas sobre su fe, en particular sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía, decidió hacer una peregrinación a Roma para rezar ante la tumba de San Pedro y pedirle el fortalecimiento de su fe. Luego de cumplido su cometido y sintiéndose fortalecido en su vocación como sacerdote, inició su viaje de regreso a Praga. En el camino se detuvo en la localidad de Bolsena al norte de Roma, para allí pasar la noche y continuar viaje al otro día. En esta localidad, visitó la parroquia de Santa Cristina, una mártir del siglo III para venerar sus reliquias. Luego de su visita a la tumba de Santa Cristina, Pedro de Praga experimentó todavía más fortalecimiento de su fe, y es así que se dice que antes de celebrar la Misa, Pedro rezó “por la fuerza del alma y el extremo abandono que Dios da a los que confían plenamente en Él”. Fue durante la celebración de la Misa que ocurrió el asombroso milagro que dio origen a la Fiesta de Corpus Christi: una vez pronunciadas las palabras de la consagración, la Hostia ya consagrada se convirtió en músculo cardíaco vivo y sangrante, del cual comenzó a brotar abundante sangre, y tan abundante, que se vertió incluso sobre el corporal que se encontraba sobre el altar. Al comprobar el espectacular acontecimiento sobrenatural que se producía delante de sus ojos, el sacerdote, profundamente conmovido, envolvió el músculo cardíaco sangrante con el purificador del cáliz y lo llevó a la Sacristía. En el trayecto hacia la sacristía, cayeron en el suelo de mármol unas gotas de sangre, lo que también sucedió en los escalones del altar, quedando la sangre desde entonces firmemente adherida al mármol, al punto que luego se cortaron esos trozos de mármol, impregnados con la sangre del milagro, para ostentarlos como reliquias; estos mármoles manchados e impregnados con la sangre del milagro fueron colocados en sus respectivos relicarios en Bolsena, en donde permanecen hasta el día de hoy, para ser venerados por los peregrinos[1]. El milagro fue descripto así en una placa de mármol: “De pronto, aquella Hostia apareció visiblemente como verdadera carne de la cual se derramaba roja sangre excepto aquella fracción, que la tenía entre sus dedos, lo cual no se crea sucediese sin misterio alguno, puesto que era para que fuese claro a todos que aquella era verdaderamente la Hostia que estaba en las manos del mismo sacerdote celebrante cuando fue elevada sobre el cáliz”[2]. Es decir, toda la Hostia consagrada se convirtió en músculo cardíaco vivo, del cual brotaba sangre fresca, excepto la parte de la Hostia que estaba sostenida por las manos del sacerdote, y esto para que fuera patente que el milagro se producía en la misma Hostia que consagraba el sacerdote.
         Debido a que el Papa Urbano IV se encontraba en la cercana localidad de Orvieto, el Padre Pedro decidió trasladarse a esta ciudad para comunicarle acerca del prodigio sucedido en la misa. Enterado el Papa, envió al obispo de Orvieto en persona a Bolsena, para que comprobara la veracidad de la historia y recuperara las reliquias. Luego, el Papa Urbano IV reconoció el milagro -la venerada reliquia fue llevada en procesión y se dice que el Pontífice, al ver el milagro, se arrodilló frente al corporal y luego se lo mostró a la población- y el 11 de agosto 1264 instituyó para toda la Iglesia la actual fiesta litúrgica, llamada Corpus Christi, a partir de la fiesta Corpus Domini -existente desde 1247 y que se celebraba sólo en la diócesis de Lieja, en Bélgica-, para celebrar la Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Además, el Papa decidió encomendar a Santo Tomás de Aquino la tarea de preparar los textos del Oficio y de la Misa de la fiesta, y se estableció que el Corpus Christi se celebre en el primer jueves después de la octava de Pentecostés[3].
El asombroso prodigio sobrenatural se produjo en momentos en que habían comenzado a circular creencias falsas en la Eucaristía, como las propagadas por un tal Berengario de Tours, quien sostenía erróneamente que la presencia de Cristo en la Eucaristía no era real, sino sólo simbólica: el milagro no solo contrastó esta falsa tesis, sino que confirmó, de una manera asombrosa, la enseñanza de la Iglesia desde el inicio, es decir, que Jesús está Presente real, verdadera y substancialmente en la Eucaristía.
El milagro eucarístico de Orvieto es un recordatorio sobrenatural, dado por el cielo mismo, de la verdad profesada desde siempre por la Iglesia: Jesucristo, Dios Hijo en Persona, el Creador del universo visible e invisible, viene a nosotros y se entrega en la Eucaristía, en cada Eucaristía. Por medio de este milagro, sensible y visible, Pedro de Praga experimentó un gran milagro y su fe fue grandemente enriquecida; sin embargo, Jesús mismo dice: “Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29). Esto quiere decir que no debemos pretender que suceda el milagro visible nuevamente, en cada Santa Misa, porque nos basta que haya sucedido una vez, ya que confirma la fe de la Iglesia, de que el Hombre-Dios Jesucristo está realmente Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Eucaristía. Y si el milagro nunca hubiera sucedido, debería bastarnos para creer firmemente, el testimonio de la Iglesia que, asistida por el Espíritu Santo, nos enseña esta verdad. Lo que nos enseña la Iglesia es que, por las palabras de la consagración, pronunciadas por el sacerdote pero en las que va la virtud misma de Jesucristo, que las pronuncia también a través del sacerdote, se produce el milagro de la conversión de las substancias muertas y sin vida del pan y del vino, en las substancias vivas y gloriosas del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Así nos enseña San Ambrosio: “(En la) consagración divina (…) actúan las palabras del Señor y Salvador en persona (…) Porque este sacramento que recibes (la Eucaristía) se realiza por la palabra de Cristo (…) Era real la carne de Cristo que fue crucificada y sepultada; es, por tanto, real el sacramento de su carne (…) Que nuestra mente reconozca como verdadero lo que dice nuestra boca, que nuestro interior asienta a lo que profesamos externamente”[4].
De esta manera, el milagro de Bolsena-Orvieto nos confirma nuestra fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía, pero también nos sirve para que nos demos cuenta de cómo actúa en nosotros al comulgar el Cuerpo y la Sangre gloriosos de Jesús Eucaristía, para lo cual podemos comparar a nuestros corazones con el piso de mármol en el que cayó la sangre del milagro de Bolsena-Orvieto: nuestros corazones son muchas veces como el mármol en el que cayó la sangre del milagro: fríos, duros y sin vida; pidamos entonces que la Sangre Preciosísima de Jesucristo, que ingresa en nosotros por la Comunión Eucarística en gracia, penetre nuestros corazones y los impregne, tal como sucedió con la sangre del milagro, que impregnó el mármol, pero, a diferencia de la sangre del milagro, que no cambió el mármol, porque este siguió siendo frío, duro y sin vida, la Sangre de Jesús, al caer en nuestros corazones por la Comunión Eucaristía, los vivifica, llenándolos de la vida, la luz, el calor y el Amor del Espíritu Santo.
En cada Santa Misa, delante de nuestros ojos, se produce de modo invisible, luego de las palabras de la consagración, el milagro de la Transubstanciación, por el cual el pan se convierte en la substancia del Cuerpo de Cristo y el vino en la substancia de la Sangre de Cristo, y aunque no lo veamos con los ojos del cuerpo, sí podemos “verlo” con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, y el milagro de Bolsena-Orvieto nos confirma que esta fe de la Iglesia -que es nuestra fe- en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía, es verdadera.
Por último, Cristo Jesús hace este milagro sólo para darnos su Amor, el Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico, entonces nosotros, al comulgar su Cuerpo y su Sangre, debemos hacerlo también con amor, adorando profundamente su Presencia Eucarística, como dice San Agustín: “Nadie coma el Cuerpo de Cristo si no es adorador”. No nos acerquemos a comulgar sin antes hacer un acto de profundo amor y adoración interior al Cuerpo de Cristo en la Eucaristía.





[2] Cfr. http://www.therealpresence.org/eucharst/mir/spanish_pdf/Bolsena-spanish.pdf
[3] La liturgia de Santo Tomás de Aquino liturgia acompañaría la Bula Transiturus de hoc mundo ad Patrem. A su vez, las reliquias del milagro se conservan en la catedral de Orvieto. En la Capilla del Corporal se venera la Hostia Santa, el corporal y el purificador. En 1338 se colocaron en el relicario de Ugolino di Vieri, donde se encuentran actualmente. El relicario se colocó, a partir de 1363, sobre el altar de mármol que se encuentra en la misma capilla. El altar donde ocurrió el milagro fue colocado, desde la primera mitad del siglo XVI , en el atrio de la basílica subterránea de Santa Cristina en Bolsena. En Bolsena se conservan en sus respectivos relicarios las lápidas de mármol manchadas con la Sangre del Milagro.
[4] Del Tratado de san Ambrosio, obispo, Sobre los misterios.
(Núms. 52-54. 58: SC 25 bis, 186-188. 190

1 comentario:

  1. JESUCRISTO PRESENTE EN LA HOSTIA, CUERPO Y GUÍA DE LA IGLESIA, NUESTRO MAESTRO Y PASTOR, SEGUNDA PERSONA DE LA TRINIDAD CON CON EL PADRE Y EL ESPÍRITU SON UNA SOLA ESENCIA.... ALABADO SEAS JESÚS EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR

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