“Cuando
tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre” (Mt 6, 1-6.16-18). Jesús nos enseña a
orar: no como los fariseos, que buscan ser vistos por los demás, sino que quien
nos debe ver, es nuestro Padre del cielo. El “cuarto” o “habitación” de la que
habla Jesús, puede ser sí, una habitación, hablando literalmente, en el sentido
de ingresar a un ambiente apartado para rezar a solas, pero ante todo se refiere al recogimiento interior, es decir,
el no estar dispersos, fuera de nosotros mismos. La "habitación" o "cuarto" es una imagen de nuestro interior, al cual ingresamos, por así decirlo, por medio del recogimiento
de los sentidos; de esa manera, podemos concentrarnos en la oración –como dice San Agustín, tenemos
que considerar quién es el que reza, un pecador; a Quién reza, a Dios; por
último, qué es lo que se dice en la oración- y en Dios. El recogimiento permite que la oración sea un diálogo íntimo de amor entre el alma y Dios y no una fría repetición mecánica de palabras pronunciadas sin siquiera meditar en ellas. Por último, al decirnos “reza a tu
Padre”, nos está indicando que la oración debe brotar, no de los labios, sino
del corazón de hijo, o sea, debe ser hecha con amor filial, con amor de hijo, y no como
un monólogo temeroso de un siervo a su patrón: somos hijos de Dios por el bautismo sacramental y, por lo
mismo, la oración debe surgir desde lo más profundo de nuestro ser, para que
sea Dios Padre y no los hombres, quien mire nuestro interior y quien escuche
nuestra oración, que así se convierte en una respuesta de un hijo que responde, con amor, al llamado de amor de su Padre, que es Dios.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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