miércoles, 15 de junio de 2016

“Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre”


“Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre” (Mt 6, 1-6.16-18). Jesús nos enseña a orar: no como los fariseos, que buscan ser vistos por los demás, sino que quien nos debe ver, es nuestro Padre del cielo. El “cuarto” o “habitación” de la que habla Jesús, puede ser sí, una habitación, hablando literalmente, en el sentido de ingresar a un ambiente apartado para rezar a solas, pero ante todo se refiere al recogimiento interior, es decir, el no estar dispersos, fuera de nosotros mismos. La "habitación" o "cuarto" es una imagen de nuestro interior, al cual ingresamos, por así decirlo, por medio del recogimiento de los sentidos; de esa manera, podemos concentrarnos en la oración –como dice San Agustín, tenemos que considerar quién es el que reza, un pecador; a Quién reza, a Dios; por último, qué es lo que se dice en la oración- y en Dios. El recogimiento permite que la oración sea un diálogo íntimo de amor entre el alma y Dios y no una fría repetición mecánica de palabras pronunciadas sin siquiera meditar en ellas. Por último, al decirnos “reza a tu Padre”, nos está indicando que la oración debe brotar, no de los labios, sino del corazón de hijo, o sea, debe ser hecha con amor filial, con amor de hijo, y no como un monólogo temeroso de un siervo a su patrón: somos hijos de Dios por el bautismo sacramental y, por lo mismo, la oración debe surgir desde lo más profundo de nuestro ser, para que sea Dios Padre y no los hombres, quien mire nuestro interior y quien escuche nuestra oración, que así se convierte en una respuesta de un hijo que responde, con amor, al llamado de amor de su Padre, que es Dios.

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