“Cuídense
de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Lc 12, 1-7). El hipócrita es
aquel que, mientras dice una cosa, por dentro piensa lo exactamente opuesto. La
característica del hipócrita es la mentira y es sobre esto acerca de lo que advierte
Jesús. La “levadura” de los fariseos, es decir, aquello que, desde el interior,
aumenta su soberbia, es la hipocresía, la falsedad, la doblez de corazón. La advertencia
es tanto más sorprendente, cuanto que la hipocresía –que debe ser evitada por
el cristiano- se da en aquellos que, al menos a los ojos de los hombres-, pasan
por ser religiosos, los fariseos. Es llamativo y parece una contradicción o una
paradoja, porque los fariseos, siendo religiosos, son mentirosos –hipócritas-,
lo cual indica que “su padre” de ellos no es Dios, en quien no hay falsedad ni
engaño alguno, sino el Demonio, el “Padre de la mentira” (Jn 8, 44). Si un religioso miente, niega a Dios, Verdad y Bondad
infinita, como su Padre, al tiempo que lo reconoce al Demonio; de ahí la
gravedad de la mentira, de la falsía y de la hipocresía, propia de los
fariseos, porque es el sello distintivo del Demonio en un alma. Si es inconcebible
la mentira en un cristiano cualquiera, mucho más lo es en un hombre religioso,
sea laico o consagrado, porque es indicio de que su corazón es “cueva de
ladrones” (cfr. Jn 2, 16), ladrones que roban la gloria de Dios, los ángeles caídos, y no sagrario de Jesús
Eucaristía, en quien no cabe falsía ni engaño alguno.
“Cuídense
de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Un cristiano que tenga
el hábito de mentir –aun cuando estas mentiras sean en materia no grave-,
demuestra que no conoce a Jesucristo, Sabiduría y Verdad de Dios encarnada o,
peor aún, que lo conoce, pero lo rechaza, prefiriendo al Demonio, “Padre de la
mentira”. El cristiano que miente, es un fariseo.
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