(Domingo
XXXI - TO - Ciclo C – 2016)
“Zaqueo (…) hoy tengo
que alojarme en tu casa (…) Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19 ,1-10). En esta escena evangélica,
se relata el proceso de conversión de Zaqueo y la muestra de amor de Jesús
hacia él. El proceso de conversión, porque es Jesús quien da a Zaqueo la gracia
de desear verlo y de encaramarse al sicómoro para lograrlo; es Jesús quien pone
en el corazón de Zaqueo el deseo de conocerlo y de verlo, y esto constituye el
primer paso de la conversión. El segundo paso es la aceptación de Zaqueo de
esta gracia de conversión, al responder afirmativamente a la misma y al buscar
el modo de ver a Jesús, subiéndose al árbol; el tercer paso, es el ingreso de
Jesús en su casa y la consiguiente alegría de Zaqueo: la muestra de que la
conversión es verdadera, es el deseo de Zaqueo de no ser injusto nunca más para
con su prójimo, y para hacerlo, se propone dar “la mistad de sus bienes a los
pobres”, lo cual es signo de verdadera justicia, porque cuando se tienen bienes
que no se usan, es porque se los está acumulando: “Señor, voy a dar la mitad de
mis bienes a los pobres”; dicha conversión se manifiesta también en el deseo de
restituir “cuatro veces más” a quien haya podido perjudicar en su vida previa a
la conversión: “y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”. El
proceso de conversión entonces es: gracia previa al deseo de verlo; aceptación
de Zaqueo de esa gracia y deseo de verlo; invitación a Jesús a entrar en su
casa; alegría por estar con Jesús; desprendimiento de bienes materiales y
rechazo de toda injusticia, con tal de no perder la amistad con Jesús.
Ahora
bien, para con nosotros, Jesús nos da una muestra de amor infinitamente más
grande que para con Zaqueo, porque para con Zaqueo, Jesús entró en su casa
material, mientras que para con nosotros, Jesús entra en nuestra casa
espiritual, es decir, en nuestra alma; Jesús entró en casa de Zaqueo con su
Cuerpo real, todavía no glorificado por la Resurrección, y en nosotros, entra
con su Cuerpo glorificado, que ya ha pasado por el Calvario y la Resurrección;
a Zaqueo no le donó el Espíritu Santo cuando entró en su casa, a nosotros nos
dona el Espíritu Santo cada vez que comulgamos; entró en casa de Zaqueo para
comer con él y alojarse en su casa, a nosotros nos da de Él de comer, su
Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, el Pan Eucarístico, y se aloja, no
en nuestra casa material, sino en nuestra alma y en nuestro corazón.
Puede
ayudarnos en la reflexión el preguntarnos. ¿cómo lo recibe Zaqueo? “Con gran
alegría”, dice el Evangelio. Entonces, nosotros debemos preguntarnos: si para con
nosotros, Jesús demuestra un amor infinitamente más grande que para con Zaqueo,
como lo hemos visto: cuando Jesús entra en nuestra casa, es decir, en nuestra
alma, ¿lo recibimos con “gran alegría” interior, como lo recibió Zaqueo? ¿Se
convierte nuestro corazón, por la Presencia del Rey de reyes, o seguimos en el
pecado del hombre viejo? ¿Dejamos de idolatrar lo material y repartimos entre
los pobres lo que es de justicia estricta que lo hagamos? Pidamos la gracia de recibir a Jesús como Zaqueo, con gozo y alegría interior, y también le pidamos a Nuestra Señora de la Eucaristía la gracia de la conversión del corazón a su Hijo Jesús en la Eucaristía, es decir, pidamos la gracia de la conversión eucarística del corazón.
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