“Ustedes fariseos, purifican por
fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia” (Lc 11, 37-41). Jesús reprocha a los fariseos, no el hecho de
purificar la copa y el plato, sino el hecho de que no acompañan esta
purificación exterior con la pureza interior del corazón y de la mente. Es
decir, mientras aparentan exteriormente limpieza y pulcritud, que es lo que los
hombres ven, sin embargo, en aquello que solo Dios ve, la mente y el corazón, son
impuros. Los fariseos piensan que, como los hombres no leen ni los pensamientos
ni el corazón, no tiene importancia guardar su pureza, sin tener en cuenta que
están a la vista de Dios aún antes de ser formulados. Jesús, como Hombre-Dios, conoce
lo que sucede en el interior de sus corazones y mentes y de ahí el reproche.
En cuanto al conocimiento que Dios tiene de nuestros
pensamientos y de los sentimientos y afectos que hay en el corazón del hombre,
dice así un autor, Balduino de Ford: “(Dios) conoce los pensamientos y sentimientos de
nuestro corazón”; y con
respecto a nuestro conocimiento de ellos, dice así: “mientras que nosotros,
sólo podemos discernirlos en la medida en que el Señor nos lo concede”. Luego
afirma que “el
espíritu que está dentro del hombre no conoce todo lo que hay en el hombre, y
en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y,
aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado
nublada para poder discernirlos con precisión. Sucede, en efecto, muchas veces,
que nuestro propio criterio u otra persona o el tentador nos hacen ver como
bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa
apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del corazón y
vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta
hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra miseria
e ignorancia, muy lamentable y muy temible”. Esto podría explicar el caso de los fariseos, que
toman “como bueno –es decir, la
apariencia de virtud- lo que Dios juzga como malo” –aparentar buenos y
virtuosos exteriormente, descuidando la virtud interior-; sin embargo, a los fariseos
se les aplica algo más que una mera ignorancia o error acerca de lo que está
bien o está mal, porque en ellos se suma la perversión voluntaria, que consiste
en llamar, voluntariamente, “bueno” a lo malo y “malo” a lo bueno, y esto se ve
cuando acusan a Jesús, que es Dios Hijo y por lo tanto emisor del Espíritu
Paráclito junto al Padre. En esta perversión voluntaria vemos la razón de
porqué Jesús les dice que el Demonio es “su padre” (de ellos): porque participan
del pecado propio del Demonio, que es la perversión y obstinación voluntaria en
el mal. Ahora bien, para que el cristiano no caiga en este error, es necesaria
la luz del Espíritu Santo: “¿Quién será capaz de examinar si
los espíritus vienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus
(…)? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes”[1],
dice este autor medieval.
“Ustedes fariseos, purifican por
fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia”. La
razón del reproche de
Jesús es
que los fariseos, a pesar de ser hombres religiosos, lo son en apariencia, solo
por fuera, porque por dentro, no tienen al Espíritu Santo, el Amor Santo de
Dios, que es lo que hace santo al corazón del hombre, purificándolo de todo
pecado, de todo error, de toda iniquidad y de toda injusticia, llenándolo a su
vez de toda gracia, de toda verdad, de todo esplendor y del Amor de Dios. Puesto que no estamos exentos de ser los destinatarios
del reproche de Jesús a los fariseos, y para que seamos purificados desde lo
más profundo del ser, pedimos que la
Sangre del Cordero “como
degollado”, traspasado en la cruz, caiga sobre nuestros corazones
y, quitándoles todo pecado
y toda impureza, los llene del Espíritu Santo.
[1] Balduino de Ford (¿-c. 1190), abad
cisterciense, Tratado 6 sobre Hebreos 4,12; PL 204, 466-467 (trad. breviario,
viernes IX semana).
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