jueves, 6 de octubre de 2016

“El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”


“El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan” (Lc 11, 5-13). Con los ejemplos de un amigo que, al menos por la insistencia, dará a su amigo lo que le pide –panes para, a su vez, otro amigo-, y con la constatación de que los hombres, aun “siendo malos” -a causa del pecado original y la consecuente concupiscencia y tendencia al mal-, somos capaces sin embargo de dar cosas buenas -“¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?”-, Jesús no nos quiere instar a que seamos simplemente solidarios, sino que nos quiere revelar cuál es la magnitud de la bondad de Dios.
Es hacia el final del párrafo en donde se encuentra lo más sorprendente de la revelación de Jesús, una revelación que verdaderamente provoca asombro, al comprobar la magnitud de la bondad de Dios: Dios es tan bueno, que da “el Espíritu Santo”[1], su Divino Amor, a quien “se lo pida”: “Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”. La revelación de Jesús es algo que supera cuanto pueda el hombre imaginar: ¡que Dios nos dé a la Persona del Divino Amor, al Espíritu Santo, para nosotros, para que lo poseamos, como si fuera una posesión nuestra, personal! No alcanzarían eternidades de eternidades ni siquiera para llegar mínimamente a comprender -y mucho menos, apreciar-, lo que significan las palabras de Jesús y lo que significa el don del Espíritu Santo. Sólo por este don del Padre y del Hijo, los cristianos deberíamos caer postrados, en adoración y acción de gracias, a Dios Trino.
“El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”. Teniendo a nuestra disposición al Amor de Dios, pues sólo basta pedirlo al Padre en nombre de Jesús –“Todo lo que pidiereis al Padre, en mi Nombre, Él os lo concederá” (Jn 16, 23)-, nos preguntamos: ¿en qué pensamos, los cristianos, cuando pedimos cualquier cosa que no sea el Espíritu Santo?




[1] Ahora bien, cabe aclarar, con respecto al “Don de dones” -que es como se llama también al Espíritu Santo-, que por lo general, tenemos una idea muy limitada acerca de Quién es y es por esto que cuando nos referimos a al Espíritu Santo lo equiparamos con el amor sensible del hombre, lo cual no se corresponde con la realidad, porque el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Trinidad -es decir, es “Dios, que es Amor” (1 Jn 4, 20)- y el Amor de Dios es eterno, celestial, infinito y, esencialmente, incomprensible por parte del hombre.

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