(Domingo
VI - TP - Ciclo A – 2017)
“El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que
me ama” (Jn 14, 15-21). Si queremos
saber si en verdad amamos a Jesús, Él mismo nos da la “regla”, por así decir,
para medir nuestro grado de amor hacia Él: “El que recibe mis mandamientos y
los cumple, ése es el que me ama”; y también, formulado de otra manera: “Si
ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”. En otras palabras, si creemos que
amamos a Jesús, lo único que debemos hacer es meditar acerca de cuánto
cumplimos o no con sus mandamientos. Ahora bien, ¿de qué mandamientos se trata?
Es obvio que, siendo Dios, los mandamientos de Jesús son los mandamientos de
Dios, los Diez Mandamientos, el Decálogo. Sin embargo, además de estos, están
los mandamientos específicos de Jesús, en cuando Hombre-Dios encarnado, mandamientos
que Él los va revelando durante el Evangelio, incluida la Última Cena. ¿Cuáles
son esos mandamientos? “Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 22); “Haz fructificar tus talentos” (cfr. Mt 25, 24-30); “Niégate a ti mismo y
sígueme por el camino del Calvario” (cfr. Mc
8, 34); “Carga tu cruz y ven detrás de Mí” (cfr. Mt 16, 24); “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado,
hasta la muerte de cruz” (cfr. Jn 13,
34); “Trata a los demás como te gusta que te traten a ti” (cfr. Mt 7, 12); “Saca primero la viga que
tienes en el ojo, antes de quitar la paja del ojo ajeno” (Mt 7, 1-6); “Coman mi Carne y beban mi Sangre para tener vida
eterna en ustedes” (Jn 6, 54); “Ama a
tus enemigos” (Mt 5, 44); “Sean
perfectos, como mi Padre es perfecto” (Mt 5, 48); “Sean misericordiosos, así
como vuestro Padre es misericordioso” (Lc
6, 36).
“Perdona setenta veces siete”, nos dice Jesús, lo cual
quiere decir siempre, y sin importar el grado ni la magnitud de la ofensa con
la que el prójimo nos ha ofendido y “siempre” quiere decir “siempre”, es decir,
si mi prójimo me ofendiera todos los días, todo el día, yo estoy obligado, por
el mandamiento de la caridad, a perdonarlo, en nombre de Cristo. Y este perdón
excluye el rencor, la frialdad, la indiferencia hacia mi prójimo, de lo
contrario, no es verdadero perdón cristiano. Ahora, si mi prójimo me ofende, y
resulta que su ofensa no es tan grande e, incluso, me pide perdón, pero yo me
niego a perdonarlo, le quito el saludo, lo trato con rencor e indiferencia:
¿cumplo el mandato de Cristo? ¡De ninguna manera! Sólo demuestro que conozco
los mandatos de Jesús, pero no los cumplo, con lo cual me hago reo de doble
culpa y castigo delante de Dios.
“Haz fructificar tus talentos”: todos tenemos talentos, y
nadie puede decir que no los tiene. ¿Los pongo al servicio de la Iglesia y de
la salvación de las almas? Si no lo hago, hasta lo que creo tener me será
quitado en el último día.
“Niégate a ti mismo y sígueme por el camino del Calvario”:
negarnos a nosotros mismos significa negarnos en todo lo malo a lo que estamos
inclinados: a la venganza, a la calumnia, a la mentira, a la trampa, a los
malos pensamientos, a las malas acciones; seguir a Jesús por el camino del
Calvario, quiere decir combatir contra mí mismo, contra mis malas
inclinaciones, y no contra el vecino.
“Carga tu cruz y ven detrás de Mí”: Jesús va al Calvario,
cargando con la cruz, que se hace pesada por nuestros pecados. Jesús me
aliviana la cruz, y me pide que lo siga con esta cruz ya alivianada. Pero yo me
quejo ante la menor dificultad, ante la más pequeña enfermedad, o ante una
enfermedad grave, y así demuestro que ni cargo la cruz, ni voy detrás de Jesús.
“Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado, hasta la
muerte de cruz”: esto es válido para todos: para los esposos entre sí, para los
hermanos entre sí, para los padres e hijos, para cualquier prójimo. ¿Soy capaz
de amar a mi prójimo hasta la muerte de cruz, lo cual significa ser paciente
hasta la heroicidad, ser caritativo hasta la heroicidad, buscando transmitir el
Amor de Cristo a mis hermanos? ¿O, por el contrario, en vez de amar a mis
hermanos, los trato de manera áspera, rencorosa, vengativa, fría, porque en vez
del Amor de Cristo, les transmito mis propios sentimientos malignos?
“Trata a los demás como te gusta que te traten a ti”: me
gusta que me traten con respeto, con afecto, con consideración; ¿trato así a
los demás? Me gusta que, si me equivoco, tengan misericordia de mí y me traten
benévolamente, pasando por alto mis defectos. ¿Trato así a los demás? No me
gusta que me hagan bromas pesadas, pero las hago a los demás; no me gusta que
me traten de forma fría e indiferente, pero trato así a los demás. ¿Ésa es la forma
de cumplir el mandato de Cristo?
“Saca
primero la viga que tienes en el ojo, antes de quitar la paja del ojo ajeno”:
¿busco corregir mis graves defectos, o por el contrario, les saco continuamente
en cara a mis prójimos sus defectos, sin fijarme en los míos y sin tratar de
corregirme?
“Coman mi Carne y beban mi Sangre para tener vida eterna en
ustedes”. ¿Busco alimentarme de la Eucaristía, esto es, el Cuerpo y la Sangre
de Jesús, todas las veces que pueda, para comenzar a vivir ya, en anticipo, en
esta vida, la vida eterna? ¿O, por el contrario, busco cualquier excusa –estudios,
trabajos, ocupaciones, diversiones-, para dejar de lado el más grande don de
Dios Padre, su Hijo Jesús en la Eucaristía?
“Ama a tus enemigos”: estoy enfrentado con un prójimo, con
el cual me separa una diferencia muy grande y grave; ¿cumplo el mandato de Jesús
de amarlo, puesto que es mi enemigo? ¿O más bien, llevado por mi naturaleza
herida por el pecado, sólo deseo y planifico mi venganza, y en vez de amor, lo
que cultivo en mi corazón es destrucción hacia mi enemigo?
“Sean perfectos, como mi Padre es perfecto”: no se trata de
una perfección humana, aunque sí todo trabajo y estudio debe ser hecho a la
perfección, para dedicarlo a Dios: se trata de la perfección que da la gracia.
¿Me preocupo por vivir en gracia? Y si estoy en gracia, ¿me preocupo por
conservarla y acrecentarla?
“Sean
misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso”: la Iglesia
prescribe catorce obras de misericordia, corporales y espirituales, que abarcan
todos los campos de la actividad humana, de manera tal que nadie puede
excusarse y decir: “No puedo obrar la misericordia” ¿Soy misericordioso?
“El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que
me ama”. Jesús nos da, entonces, de un modo muy sencillo pero a la vez
profundo, y tan profundo, que va hasta la raíz y la médula de nuestro ser y de
nuestra espiritualidad cristiana, la fórmula para saber si lo amamos a Él de
corazón, o más bien el nuestro es, hacia Él, un amor meramente declarativo y
vacío, puesto que no prevalecen sus Mandatos, sino mi propia voluntad. Al respecto,
dice San Agustín: “Lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y,
cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en
nuestra buena conducta alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios
cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías
del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios
atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra
voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos”[1].
“El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que
me ama”. La recompensa para quien ama a Jesús y lo demuestra cumpliendo sus
mandamientos, es un don cuyo valor es imposible siquiera de imaginar y de
comprender, ni en esta vida, ni por toda la eternidad en el Reino de los
cielos: la inhabitación del Espíritu Santo en el alma: “Y yo rogaré al Padre, y
él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes”. El premio para
quien se esfuerza por cumplir los mandatos de Jesús, es un continuo y
permanente Pentecostés en el alma.
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