“¡Llega
el Esposo!” (Mt 25, 1-13). Jesús
revela la existencia del Reino de los cielos y también, indirectamente, la
existencia del Infierno. Es decir, nos revela que no solo hay vida después de
esta vida, sino que hay dos destinos eternos a los que podemos ir, según
nuestro libre albedrío: Cielo o Infierno. Además, nos revela que esta historia
humana, caracterizada por el tiempo y el espacio, finalizará un día, el Día del
Juicio Final, día en el que comenzará la eternidad y desaparecerá el tiempo tal
como lo conocemos, porque será el Día en el que Él vendrá “a juzgar a vivos y
muertos” y a “dar a cada uno su recompensa, según sus obras”. Para esta
revelación, la Sabiduría de Dios encarnada, Jesús, utiliza la imagen de un
esposo que llega desde lejos, en horas de la noche, y de modo improviso, para
su ceremonia esponsal. En esa época, se acostumbraba que el esposo fuera
recibido por vírgenes, que acompañaban al esposo en el ingreso hacia el lugar
donde tendría lugar la boda.
Para
poder apreciar con mayor fruto la enseñanza, debemos considerar que en la
parábola, cada elemento tiene un claro y preciso significado sobrenatural. Así,
el esposo que llega de improviso, de noche, es Jesucristo, Esposo de la Iglesia
Esposa, la cual aparece de manera implícita en la parábola, aun cuando no se la
nombre; las altas horas de la noche en la que llega el Esposo y su regreso de
modo sorpresivo, significa el fin de la historia humana y la Segunda Venida de
Nuestro Señor Jesucristo: la noche significa que, en momentos de la Parusía de
Nuestro Señor, las tinieblas del infierno habrán llegado a dominar toda la
humanidad, infiltrándose incluso en la Iglesia, en donde será como de noche,
porque el Anticristo logrará difundir y dispersar por todo el Cuerpo Místico de
Cristo una gran cantidad de errores, de herejías, de cismas, y este error es
oscuridad, en comparación con la Verdad de Dios, que es luz, y esa es la razón
por la que la llegada del esposo es a la noche, es decir, la Segunda Venida de
Nuestro Señor, será en estas críticas condiciones de oscuridad espiritual; las
vírgenes, tanto las necias como las prudentes, representan a la humanidad; las
lámparas, representan las almas de cada persona; el aceite, la gracia
santificante; la luz, con la cual pueden las vírgenes ver al esposo que llega
en medio de la oscuridad de la noche, representa tanto la luz de la fe, como
las obras de misericordia; las vírgenes prudentes, representan a los católicos
que, con todas sus miserias a cuestas, se esforzaron sin embargo en vivir en
estado de gracia, acudiendo a la Confesión sacramental y a la Eucaristía,
además de obrar la misericordia: al momento de la Llegada del Esposo, en sus
almas resplandece la luz de la Santa Fe Católica y pueden ver al Esposo que
llega debido también a la luz que se desprende de sus obras de misericordia;
las vírgenes necias, por el contrario, representan a los católicos que,
despreocupados de si Jesús habrá de llegar o no al fin del mundo “para juzgar a
vivos y muertos”, se dedican a la vida mundana, vida que es también de pecado y
que está representada por el sueño de las vírgenes necias, sueño que les impide
prepararse adecuadamente para el Día del Juicio Final. Puesto que los méritos
son personales, no pueden comunicarse a los demás, y esa es la razón por la que
las vírgenes prudentes no pueden comunicar de sus méritos –aceite- a las
necias. El ingreso del esposo al lugar de la boda representa el inicio de la
vida eterna, en el Reino de los cielos, de los bienaventurados, esto es, las
vírgenes prudentes, al tiempo que la prohibición de entrada en el ambiente
festivo e iluminado –el Reino de Dios- a las vírgenes necias, y la permanencia
de estas en la oscuridad absoluta de la noche, representa el cierre de las
puertas del cielo para quienes voluntariamente decidieron vivir y morir en
pecado mortal, con el consiguiente inicio de sus penas y dolores corporales y
espirituales, para siempre, en el Infierno.
“¡Llega el Esposo!”. “Estén
prevenidos, porque no saben el día ni la hora”. La advertencia es para
nosotros, católicos del siglo XXI. Imitando a las vírgenes prudentes, preparémonos
para la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo en la gloria.
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