(Domingo
XXIV - TO - Ciclo A – 2017)
“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-35). Pedro pregunta
a Jesús cuántas veces ha de perdonar a su prójimo, pensando que “siete veces”
era suficiente: “Se adelantó Pedro y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces tendré que
perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?””. Pero
Jesús le responde multiplicando la cantidad de veces por un número simbólico,
que significa “siempre”: “Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete”. Pedro, llevado por la casuística de los
fariseos y pensando en la ley del Talión –“ojo por ojo y diente por diente”-,
creía que bastaba con perdonar siete veces, y que a la ofensa número ocho, ya
estaba libre de perdonar, es decir, ya no debía, en conciencia, perdonar a su
prójimo, con lo cual debía dar paso a la venganza, según la vigente ley del
Talión.
Pero Pedro no tiene en cuenta que Jesús es Dios y que Él
“hace nuevas todas las cosas”[1], y
una de las cosas que hace nuevas es la relación entre los hombres: por su
Sangre derramada en la cruz, Jesús perdona todos y cada uno de nuestros pecados
personales, saldando la deuda que cada uno teníamos ante la Justicia Divina,
aplacando la Ira divina y dándonos a cambio su misericordia y esto hace que, como cristianos, debamos imitarlo en el perdón y en el amor a los enemigos. Por su muerte en cruz,
Jesús se coloca entre la Ira de Dios y nuestras almas, recibiendo en sí mismo
el castigo que cada uno merecíamos por nuestros pecados, saldando nuestra deuda
de bondad ante la Justicia Divina. Es decir, en vez de recibir un castigo,
Jesús lo recibe por nosotros, y en vez de recibir lo que merecíamos, puesto que
Él ha saldado la deuda ante la Justicia Divina, ofreciendo su Cuerpo
martirizado en la Cruz, ya no debemos nada. Pero no finaliza aquí el don de
Dios en Cristo, porque además de recibir Él el justo castigo que nosotros
merecíamos por nuestros pecados, nos concede, con la Sangre que brota de sus
heridas y de su Corazón traspasado, la Misericordia Divina y el Amor Eterno que
brotan del Ser divino trinitario, y esto lo hace solo por Misericordia, solo
por pura bondad y amor hacia nosotros, porque Él no tenía ninguna obligación de
pagar la deuda contraída por la humanidad en general y por los hombres
individualmente, a causa del pecado original de Adán y Eva. Jesús nos libra
tanto del castigo temporal, como del castigo eterno, al descargarse en Él la
Ira de la Justicia Divina: afirmar que Dios no castiga en la vida eterna a
quien obró el mal y no se arrepintió y afirmar que no da el cielo eterno a
quienes lavan sus almas en la Sangre del Cordero –el Sacramento de la
Confesión- y que no da el Infierno a quienes libremente despreciaron esa Sangre y
no tuvieron misericordia con su prójimo que los ofendió –el que dio
misericordia recibirá misericordia, pero el que no de misericordia no recibirá
misericordia, como el hombre de la parábola que, luego de ser perdonado por el
rey, no perdona la deuda a su prójimo y lo hace encarcelar, siendo él
encarcelado a su vez - es apartarse de la Fe católica y reducir a la nada la
Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
En otras palabras, Dios nos perdona en Cristo por amor y
hasta la muerte de cruz; entonces, no podemos hacer otra cosa con el prójimo
que nos ofende, que perdonar por amor y hasta la muerte de Cruz, imitando a
Nuestro Señor Jesucristo. Esto no equivale a no reclamar justicia, según lo
requiere la sociedad humana, como por ejemplo, el Papa Juan Pablo II perdonó a
quien atentó contra su vida, el turco Alí Agca, pero este debió purgar su culpa
en prisión, según las leyes humanas. Es decir, el perdón cristiano no equivale
a ser condescendientes con la injusticia, con el mal y el pecado: es imitar a
Cristo que nos perdona desde la cruz, es ser misericordiosos con nuestro
prójimo así como Jesús fue misericordioso con nosotros y, en los casos que
corresponda, dar paso a la actuación de la justicia humana, sin olvidar que de
la Justicia Divina nadie escapa. Es decir, además de perdonar a nuestros
ofensores, debemos clamar misericordia para ellos si no se arrepienten de sus
maldades, porque aunque nosotros perdonemos, deberán responder ante la Justicia
de Dios si no se arrepienten, pero el deber nuestro de cristianos es de
perdonar en nombre de Cristo, por la Sangre de Cristo derramada por nosotros, y
hasta la muerte de Cruz, como Cristo nos perdonó.
Si no perdonamos de corazón y en nombre y por la Sangre de
Cristo a nuestro prójimo, si guardamos rencor y buscamos venganza contra Él,
escucharemos estas terribles palabras de parte de Jesucristo, el día de nuestro
Juicio Particular: ““¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No
debías también tú tener compasión de tu prójimo, como yo me compadecí de ti en
la cruz? Lo mismo que hiciste a tu hermano, te hará mi Padre celestial,
negándote para siempre la entrada en el Reino de los cielos. Vete fuera de Mí, al
Infierno eterno, en donde solo hay llanto, rechinar de dientes y dolor sin fin”.
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