viernes, 8 de septiembre de 2017

“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado"


(Domingo XXIII - TO - Ciclo A – 2017)
“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado (…) (Mt 18, 15-20).  Jesús nos enseña tres caminos para la santidad: la corrección fraterna –necesita de sabiduría celestial quien la hace, además de caridad, y de humildad extrema quien la recibe, para reconocer sus errores y corregirlos-; la necesidad de la confesión sacramental -todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo-, y el poder de la oración y la realidad de su Presencia en medio de quienes se reúnen en su Nombre a rezar: “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”.
Con respecto a la corrección fraterna, es una advertencia que el cristiano dirige a su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad[1], porque ayuda a conocer los defectos personales –que pasan inadvertidos por las propias limitaciones o son enmascarados por el amor propio-, al tiempo que son una ocasión para enfrentarnos a esos defectos y, con la ayuda de Dios, progresar en la imitación de Cristo. El mismo Jesús corrige a sus discípulos, como cuando reprende a Pedro con firmeza porque su modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres. A partir de la enseñanza y del ejemplo de Jesús, la corrección fraterna ha pasado a ser como una tradición de la familia cristiana vivida desde el inicio de la Iglesia: por ejemplo, San Ambrosio escribe en el siglo IV: “Si descubres algún defecto en el amigo, corrígele en secreto (...) Las correcciones, en efecto, hacen bien y son de más provecho que una amistad muda. Si el amigo se siente ofendido, corrígelo igualmente; insiste sin temor, aunque el sabor amargo de la corrección le disguste. Está escrito en el libro de los Proverbios las heridas de un amigo son más tolerables que los besos de los aduladores (Pr 27, 6)”. Y también San Agustín advierte sobre la grave falta que supondría omitir esa ayuda al prójimo: “Peor eres tú callando que él faltando”[2].
El fundamento natural de la corrección fraterna es la necesidad que tiene toda persona de ser ayudada por los demás para alcanzar su fin, pues nadie se ve bien a sí mismo ni reconoce fácilmente sus faltas. De ahí que esta práctica haya sido recomendada también por los autores clásicos como medio para ayudar a los amigos. Corregir al otro es expresión de amistad y de franqueza, y es lo que distingue al adulador del amigo verdadero[3]. A su vez, quien recibe la corrección fraterna, debe dejarse corregir, para lo cual se necesita mucha humildad, tanto para reconocer los errores, como para aceptar la corrección. Quien acepta la corrección fraterna, da una gran señal de madurez y de fortaleza espiritual, al punto de llegar a agradecer a aquel que lo corrige: “el hombre bueno se alegra de ser corregido; el malvado soporta con impaciencia al consejero”[4]. Quien no tolera una corrección fraterna, solo demuestra que, lejos de humildad, lo que hay en él es una gran soberbia y su camino está errado, como dice la Escritura: “Va por senda de vida el que acepta la corrección; el que no la admite, va por falso camino”[5].
 El que corrige debe estar movido por la caridad, es decir, por el amor sobrenatural con el que amamos a Dios y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es un ejercicio de santidad, tanto para quien la hace, como para quien la recibe: a quien la hace, le da la oportunidad de vivir el mandamiento del Señor: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado”; al que la recibe, le proporciona las luces necesarias para renovar el seguimiento de Cristo en aquel aspecto concreto en que ha sido corregido.
“La práctica de la corrección fraterna –que tiene entraña evangélica– es una prueba de sobrenatural cariño y de confianza. Agradécela cuando la recibas, y no dejes de practicarla con quienes convives”[6]. La corrección fraterna no brota de la irritación ante una ofensa recibida, ni de la soberbia o de la vanidad heridas ante las faltas ajenas; sólo el amor puede ser el genuino motivo de la corrección al prójimo, tal como enseña San Agustín, “debemos, pues, corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto: “si tu hermano pecare contra ti, repréndelo estando a solas con él”. ¿Por qué lo corriges? ¿Porque te ha molestado ser ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras excelentemente”[7].
La corrección fraterna es un deber de justicia y así nos lo enseña el mismo Dios en el Antiguo Testamento, cuando le advierte a Ezequiel: “A ti, hijo de hombre, te he puesto como centinela sobre la casa de Israel: escucharás la palabra de mi boca y les advertirás de mi parte. Si digo al impío: “Impío, vas a morir”, y no hablas para advertir al impío de su camino, este impío morirá por su culpa, pero reclamaré su sangre de tu mano. Pero si tú adviertes al impío para que se aparte de su camino y no se aparta, él morirá por su culpa pero tú habrás salvado tu vida”[8]. San Pablo considera la corrección fraterna como el medio más adecuado para atraer a quien se ha apartado del buen camino: “Si alguno no obedece lo que decimos en esta carta [...] no le miréis como a enemigo, sino corregidle como a un hermano”[9]. Ante las faltas de los hermanos no cabe una actitud pasiva o indiferente. Mucho menos vale la queja o la acusación destemplada: “Aprovecha más la corrección amiga que la acusación violenta; aquella inspira compunción, esta excita la indignación”[10].
Si todos los cristianos necesitan de esa ayuda, existe un deber especial de practicar la corrección fraterna con quienes ocupan determinados puestos de autoridad, de dirección espiritual, de formación, etc. en la Iglesia y en sus instituciones, en las familias y en las comunidades cristianas. Del mismo modo, los que desempeñan tareas de gobierno o formación adquieren una responsabilidad específica de practicarla. En este sentido enseña San Josemaría: “Se esconde una gran comodidad —y a veces una gran falta de responsabilidad— en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados”[11].
Por último, ¿cómo hacer y cómo recibir la corrección fraterna?
Las características son: visión sobrenatural, humildad, delicadeza y cariño. Como tiene un fin sobrenatural, que es la santidad de aquel a quien se corrige, conviene que el que corrige discierna en la presencia de Dios la oportunidad de la corrección y la manera más prudente de realizarla (el momento más conveniente, las palabras más adecuadas, etc.) para evitar humillar al corregido. Pedir luces al Espíritu Santo y rezar por la persona que ha de ser corregida favorece el clima sobrenatural necesario para que la corrección sea eficaz[12]. También el que corrige debe antes considerar con humildad en la presencia de Dios su propia indignidad y se examine sobre la falta que es materia de la corrección. San Agustín aconseja hacer ese examen de conciencia, porque es muy frecuente que seamos capaces de advertir hasta los más pequeños defectos de los demás, pero somos muy indulgentes con los nuestros propios defectos: “Cuando tengamos que reprender a otros, pensemos primero si hemos cometido aquella falta; y si no la hemos cometido, pensemos que somos hombres y que hemos podido cometerla. O si la hemos cometido en otro tiempo, aunque ahora no la cometamos. Y entonces tengamos presente la común fragilidad, para que la misericordia, y no el rencor, preceda a aquella corrección”[13]. Es decir, si vamos a corregir, que nos mueva el amor a Dios y al prójimo, y la humildad de saber que nosotros somos tanto o más pecadores que aquel hermano a quien vamos a corregir. Si la corrección fraterna no tiene delicadeza y cariño, pierde todo su sentido cristiano y pasa a convertirse en un amargo, egoísta y soberbio reproche por los defectos o pecados ajenos. Para evitar este error y para asegurarnos de que la advertencia es expresión de la caridad auténtica, es sumamente importante preguntarnos antes: ¿cómo actuaría Jesús en esta circunstancia con esta persona? Jesús lo haría no sólo con prontitud y franqueza, sino también con amabilidad, comprensión y estima. San Josemaría enseña en este sentido: “La corrección fraterna, cuando debas hacerla, ha de estar llena de delicadeza —¡de caridad!— en la forma y en el fondo, pues en aquel momento eres instrumento de Dios”[14].
La virtud de la prudencia exige pedir consejo a una persona sensata (el director espiritual, el sacerdote, el superior, etc.) sobre la oportunidad de hacer la corrección, y hará también que no se corrija con excesiva frecuencia sobre un mismo asunto, pues debe contarse con la gracia de Dios y con el tiempo para la mejora de los demás.
Las materias que son objeto de corrección fraterna abarcan todos los aspectos de la vida del cristiano, pues todos ellos constituyen su ámbito de santificación personal y del apostolado de la Iglesia. Cabe señalar de modo general los siguientes puntos: 1) hábitos contrarios a los mandamiento de la ley de Dios y a los mandamientos de la Iglesia; 2) actitudes o comportamientos que chocan con el testimonio que un cristiano está llamado a dar en la vida familiar, social, laboral, etc.; 3) faltas aisladas cometidas, en el caso de constituir un grave menoscabo para la vida cristiana del interesado o para el bien de la Iglesia. Algunos ejemplos concretos: un cristiano que, sin saberlo, practica yoga y asiste a misa, o consulta a los chamanes, o rinde culto a ídolos demoníacos como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, etc. En todos estos casos, es un acto de caridad y de justicia hacer la corrección fraterna, indicándole, con caridad pero con firmeza, que no es posible rendir culto a Dios y al Demonio, representado en sus ídolos.
Al recibir la corrección, la persona corregida debe aceptar la corrección con agradecimiento, sin discutir ni dar explicaciones o excusas, pues ve en el que corrige a un hermano que se preocupa por su santidad. Es un caso similar al del médico que aconseja hábitos saludables de vida: hacer ejercicio físico, evitar el sedentarismo, disminuir el sobrepeso, etc. Sería muy mal paciente quien, ante el médico, se ofendiera al recibir estos consejos que son sumamente valiosos para su salud. Si alguien no tolera la corrección fraterna, es señal de gran soberbia en el alma, como dice San Cirilo: “La reprensión, que hace mejorar a los humildes, suele parecer intolerable a los soberbios”[15].
Son numerosos los beneficios que se siguen de la corrección fraterna, como numerosos los males en caso de no practicarla. Como acción concreta de la caridad cristiana tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia; supone el ejercicio de la caridad, la humildad, la prudencia; mejora la formación humana haciendo a las personas más corteses; facilita el trato mutuo entre las personas, haciéndolo más sobrenatural y, a la vez, más agradable en el aspecto humano; encauza el posible espíritu crítico negativo, que podría llevar a juzgar con sentido poco cristiano el comportamiento de los demás; impide las murmuraciones o las bromas de mal gusto sobre comportamientos o actitudes de nuestro prójimo; fortalece la unidad de la Iglesia y de sus instituciones a todos los niveles, contribuyendo a dar mayor cohesión y eficacia a la misión evangelizadora; garantiza la fidelidad al espíritu de Jesucristo; permite a los cristianos experimentar la firme seguridad de quienes saben que no les faltarán la ayuda de sus hermanos en la fe: “El hermano ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada”[16].
“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado (…)”. Si de veras amamos a nuestro prójimo por amor a Dios, haremos la corrección fraterna con toda la caridad posible, y si somos nosotros los que recibimos la corrección, debemos pedir la gracia de aceptarla y agradecerla con la mansedumbre y la humildad de los Sagrados Corazones de Jesús y María.



[1] Cfr. http://www.collationes.org/de-vita-christiana/quibusdam-spiritum-operis-dei/item/396-la-correcci%C3%B3n-fraterna-juan-alonso
[2] San Agustín, Sermo 82, 7.
[3] Cfr. Plutarco, Moralia, I.
[4] Séneca, De ira, 3, 36, 4.
[5] Pr 10, 17.
[6] San Josemaría, Forja, n. 566.
[7] San Agustín, Sermo 82, 4.
[8] Ez 33, 7-9.
[9] 2 Ts 3, 4- 5; cfr. Ga 6, 1.
[10] San Ambrosio, Catena Aurea, VI.
[11] San Josemaría, Forja, n. 577.
[12] Cfr. Juan Alonso, passim.
[13] San Agustín, Sobre el Sermón de la Montaña, 2.
[14] San Josemaría, Forja, n. 147.
[15] San Cirilo, Catena Aurea, vol. VI.
[16] Pr 18, 19.

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