(Domingo
XXII - TO - Ciclo A – 2017)
“Vade
retro, Satán! Tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los
hombres” (Mt 16, 23). Luego de que
Jesús les revelara proféticamente cómo habría de ser su Pascua –“ debía ir a
Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y
de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”-,
Pedro “lo lleva aparte” para “reprenderlo, diciendo: “Dios no lo permita,
Señor, eso no sucederá”. Jesús, que momentos antes había alabado a Pedro porque
era Dios Padre quien lo había iluminado para que Pedro supiera que Jesús era el
Hijo de Dios encarnado, ahora, cuando Pedro rechaza la Pasión y la Cruz, Jesús
lo reprende durísimamente, llamándolo incluso “Satanás”: “Pero él, dándose
vuelta, dijo a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un
obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres””.
Jesús llama a su Vicario, el Papa, Satanás, por dos motivos: porque Satanás es
quien le ha inducido a rechazar la Cruz y la Pasión, y porque Satanás está,
verdaderamente, al lado de Pedro.
Este
Evangelio nos enseña lo que San Ignacio llama “discernimiento de espíritus”,
esto es, el aprender a discernir qué espíritu es el que nos habla a través de
nuestros pensamientos[1]. Para
que no nos suceda lo de Pedro, el Papa, que luego de ser inspirado por el
Espíritu Santo para afirmar que Jesús es el Hijo de Dios encarnado, y minutos
después se deja llevar por sus pensamientos y los de Satanás, negando la Cruz,
debemos considerar el origen de nuestros pensamientos. Según San Ignacio de
Loyola, nuestros pensamientos se pueden originar en tres fuentes distintas:
nosotros mismos, Dios, o el Diablo. Es decir, no todo pensamiento nos
pertenece, ya que algunos provienen de nosotros mismos, otros de Dios y otros del Demonio, y esa es la
razón por la cual debemos estar siempre muy atentos y discernir su origen. ¿Cómo saber de dónde vienen? San Ignacio, en sus Ejercicios Espirituales, nos proporciona una "regla de discernimientos de espíritus". Dice San Ignacio que
cuando el principio, el medio y el final del pensamiento son buenos, entonces
es señal clara que viene de Dios y si lo secundamos, entonces nos apropiamos de
estos pensamientos como si fueran nuestros. Según San Ignacio, en los pensamientos que provienen del “mal espíritu” -que podemos ser nosotros, con nuestra inteligencia que con dificultad busca la Verdad y está propensa al error, por la herida del pecado original, y también el Demonio, literalmente-, en algún punto es malo, ya sea en el principio, en el medio o en el fin; por
ejemplo, el principio puede ser bueno, pero si el medio y el fin malos, entonces es
señal de que esos pensamientos vienen o del Demonio o del Demonio y también de nosotros mismos. Cuando se mezcla aunque sea la más mínima malicia en los pensamientos, es segurísimo que ese pensamiento NO viene de Dios. En el caso de Pedro, cuando iluminado por el Espíritu de Dios Padre reconoce
que Jesús es el Hijo de Dios y así lo manifiesta, eso es señal de que la verdad que proclama viene
de Dios. Pero cuando niega a la Pasión –con lo cual niega la Redención y la
salvación de los hombres-, es señal de que viene del mal espíritu -y de su propia mente humana, ofuscada en su búsqueda de la Verdad por el pecado original-. Es evidente que en la negación de la Pasión, hay una influencia
de Satanás en el pensamiento de Pedro, de manera que empieza bien, pero luego,
el medio y el final, son malos. En la negación de la cruz por parte de Pedro, se aplica la regla de discernimiento de espíritus de San Ignacio: es decir, Pedro considera que el principio es
bueno –Jesús es el Hijo de Dios- pero el medio y el fin son malos, porque Pedro
se niega a que Jesús sufra la Pasión –el medio, ya que le dice: "No quiero que sufras la Pasión y la Cruz"-, con lo cual niega la salvación
de los hombres –fin malo-.
“Vade retro, Satán! Tus pensamientos no son
como los de Dios, sino como los de los hombres”. La regla de discernimiento de
espíritus de San Ignacio de Loyola nos sirve en toda ocasión, para escrutar y
discernir el origen de nuestros pensamientos, de manera tal que si detectamos
que vienen del Demonio o de nosotros mismos, no debemos seguirlos, y si
detectamos que vienen de Dios, los debemos secundar. De esto podemos deducir
que cualquier pensamiento que nos lleve a considerar –como le pasó a Pedro, el
primer Papa- que esta vida terrena se debe vivir sin la cruz y que el cielo se
puede alcanzar sin la Cruz, sin la gracia, sin la fe y sin la Eucaristía, viene
del Enemigo de las almas, el Demonio, y no de Dios, y debemos, por lo tanto, rechazarlo de raíz.
[1] a) En las consolaciones con
causa San Ignacio recomienda examinar todo el proceso de nuestros pensamientos
(EE, 322-323):
–Los que vienen de Dios son buenos en su principio,
su medio y su fin.
–Los que vienen del mal espíritu, en algún momento
del proceso no son buenos: ya sea en su comienzo, en su medio o en su fin. San
Ignacio advierte que es propio del demonio entrar con la “nuestra” para salir
con “la suya”, es decir, sacar provecho incluso con cosas aparentemente buenas.
b) En las consolaciones sin causa hay que examinar
el “segundo momento” de la consolación. Porque Dios puede tocar el alma y
dejarla inflamada, pero en un segundo momento puede también mezclarse la
influencia del mal espíritu, ya sea:
–Haciéndonos ver dificultades e inconvenientes en
cumplir lo que Dios nos ha mostrado como voluntad suya en la consolación.
–O haciéndonos perder todo el fervor recibido
inclinándonos a hablar y a manifestar a los demás, sin pudor espiritual, la
gracia recibida.
–O bien poniéndonos respetos humanos de obrar en
consonancia con las gracias recibidas durante la consolación (EE, 336).
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