domingo, 20 de septiembre de 2020

“Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, muera y resucite al tercer día”

 


“Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, muera y resucite al tercer día” (Lc 9, 18-22). En una sola frase, Jesús revela a Pedro y a los discípulos su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual el Hombre-Dios no sólo habría de vencer a los tres grandes enemigos de la humanidad -el pecado, el demonio y la muerte-, sino que habría de convertir a los hombres, por medio del don de la gracia, en hijos adoptivos de Dios y en herederos del Reino de los cielos. La aceptación de este misterio, que se centra en la Persona de Jesús de Nazareth, que no es una persona humana sino una Persona divina, la Segunda de la Trinidad, que se ha encarnado en una naturaleza humana pero sin dejar de ser Dios, es lo que dividirá a la humanidad en un antes y un después, en un por Cristo y un contra Cristo. Ni siquiera el mismo Vicario de Cristo, Pedro, estará exento de la lucha por la aceptación del misterio de la Cruz de Cristo, porque segundos después de ser nombrado Vicario de Cristo y de ser felicitado porque ha sido inspirado por el Padre al reconocerlo como Mesías e Hijo de Dios, el mismo Pedro será duramente reprendido por Jesús, cuando Pedro niegue el misterio de la Cruz. Toda la humanidad y su historia y todo ser humano con su historia personal, lo quiera o no, lo sepa o no, está marcado por el misterio de la Cruz de Cristo y de Cristo crucificado. Quienes se decidan, como los ángeles buenos, a favor de Cristo y su Cruz, serán recompensados, en esta vida, con persecuciones, tribulaciones y cruces y en la vida eterna con el Reino de los cielos; quienes se decidan en contra de Cristo, obtendrán un aparente triunfo en esta tierra, junto con los enemigos de Dios y de la Iglesia, pero luego sufrirán una eterna y dolorosa derrota en el fuego del Infierno, por la eternidad.

“Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, muera y resucite al tercer día”. Aceptemos a Cristo y su Cruz como nuestro Salvador y Redentor y, luego de pasar por cruces y tribulaciones en esta vida, seremos recompensados con el misterio de la visión beatífica de la Trinidad en el Reino de los cielos, para siempre.

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