domingo, 6 de septiembre de 2020

“Dichosos ustedes los pobres (…) ay de ustedes, los ricos”

 


“Dichosos ustedes los pobres (…) ay de ustedes, los ricos” (cfr. Lc 6, 20-26). Si se escuchan superficialmente estas palabras de Jesús, podríamos creer, erróneamente, que Jesús está incitando a una lucha de clases, o que por lo menos está haciendo una distinción entre clases sociales, distinción en la cual los pobres son los preferidos por Dios, en detrimento de los ricos. Nada de esto es verdad y si alguien hace un análisis de este tipo, está cayendo en la dialéctica materialista y atea del marxismo, el cual sí incita a una lucha armada de clases, al llamar a levantarse en armas al proletariado contra la clase burguesa. Esta no es la visión cristiana de la vida y de la historia y no es lo que Jesús afirma. Ante todo, Jesús está hablando en un sentido espiritual y cuando habla de “pobres”, habla de pobres espirituales, es decir, aquellos que se reconocen miserables si no tienen a Dios en sus corazones, aun cuando lo tengan todo materialmente hablando; a su vez, cuando habla de “ricos”, lo hace también en un sentido espiritual y se refiere al rico de espíritu, es decir, a aquel que es soberbio y orgulloso porque, aun cuando no tenga nada materialmente, piensa que no necesita de Dios para su vida. Es decir, Jesús está hablando de pobres y ricos en sentido espiritual, lo cual es muy distinto a hablar en sentido material, porque se puede ser pobre materialmente hablando, pero rico en sentido espiritual, es decir, se puede ser pobre material, pero al mismo tiempo se puede ser soberbio, orgulloso, avaro, envidioso. Lo mismo sucede con los ricos de los que habla Jesús: se puede ser rico materialmente hablando, pero pobre en espíritu, porque un rico material, puede experimentar en su alma que su vida y su existencia tienen necesidad absoluta de la gracia de Dios para subsistir y así es pobre en sentido espiritual, aunque en sentido material lo tenga todo.

          “Dichosos ustedes los pobres (…) ay de ustedes, los ricos”. No caigamos en el error de la exégesis marxista, materialista y atea, que considera al pobre como bueno por el solo hecho de ser pobre y al rico como malo por el solo hecho de ser rico. Jesús nos enseña a ver espiritualmente la vida terrena; en consecuencia, tratemos de ser pobres de espíritu, es decir, de considerar que nuestra vida sin Dios es igual a nada más pecado, para que así seamos ricos espiritualmente, al convertirnos en hijos de Dios y en herederos del Reino de los cielos.

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