domingo, 6 de septiembre de 2020

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores”

 


(Domingo XXIII - TO - Ciclo A – 2020)

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores” (Mt 18, 21-35). Con la parábola del rey que perdona la enorme deuda de su súbdito, Jesús quiere hacernos comprender cuán grande es la misericordia de Dios para con nosotros y, en consecuencia, cómo nosotros, a imitación de la Misericordia Divina, tenemos que ser misericordiosos para con nuestros prójimos. La parábola se entiende mejor cuando hacemos un reemplazo de los elementos naturales por elementos sobrenaturales. Así, el rey que perdona la enorme deuda de su súbdito es Dios Padre; el súbdito es un bautizado; la deuda, de gran cantidad, es el pecado en el alma, pecado por el cual somos deudores de Dios; el perdón del rey al súbdito es el perdón divino que Dios nos concede a través de la muerte de Cristo en la cruz; el súbdito que es perdonado, pero que a su vez no perdona a un prójimo suyo que le debe una suma insignificante de dinero, somos nosotros cuando, después de habernos confesado y de haber recibido el perdón de Dios, nos negamos a su vez el perdonar a nuestro prójimo, guardando hacia el prójimo enojo o rencor y exigiendo que nos pida perdón. No es indiferente para Dios nuestra actitud de perdón o de no perdón hacia nuestro prójimo: cuando no perdonamos, somos como el súbdito al cual el rey, indignado por su falta de perdón, lo hace encarcelar y le exige ahora sí que le pague lo que le debe: es la figura de nuestra alma ante la Justicia Divina cuando, luego de ser perdonados por Dios en la Confesión, nos negamos a perdonar a nuestros hermanos: Dios queda molesto, por así decirlo, con nuestra actitud y exige, por su Justicia, que recibamos el castigo merecido por nuestra falta de perdón. Lo que Dios quiere de nosotros es que seamos misericordiosos e indulgentes para con nuestro prójimo que comete alguna falta contra nosotros, porque Él ha sido primero infinitamente misericordioso e indulgente, al enviar a su Hijo Dios a morir en la cruz para perdonarnos nuestros pecados. Cuando hacemos esto, es decir, cuando perdonamos, imitamos a Cristo que desde la cruz nos perdonó y además nos hacemos partícipes de su perdón divino, por lo que nos volvemos corredentores con Él: es esto lo que Dios quiere de nosotros y no el rencor, el enojo, la venganza y la falta de perdón.

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores”. Si nuestro prójimo nos hiere o comete cualquier clase de falta contra nosotros, debemos hacer lo que hizo Cristo con nosotros: perdonar, hasta la muerte de cruz y amar a nuestro prójimo que nos daña, con el mismo amor con el que Jesús nos amó y perdonó, es decir, con el Amor del Espíritu Santo. Sólo así seremos hijos amados de Dios y gratos a sus ojos y a su corazón.

 

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