miércoles, 30 de agosto de 2023

“Vade retro, Satanás”

 


(Domingo XXII - TO - Ciclo A – 2023)

         “Vade retro, Satanás” (Mt 16, 21-27). Cuando Jesús les revela proféticamente, por anticipado, a los Apóstoles, que Él tiene que ser acusado injustamente y luego sufrir la muerte de cruz para resucitar al tercer día, Pedro lleva aparte a Jesús y “se puso a increparlo”, dice el Evangelio, rechazando el misterio salvífico de Jesús, que inevitablemente tiene que pasar por la cruz: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte!”. Si es sorprendente el hecho de que sea Pedro, el Papa, el primer Vicario de Cristo, que recrimine a Jesús rechazando el misterio de la cruz, es más sorprendente todavía la respuesta que Jesús le da a Pedro: “Vade retro, Satanás! Tus pensamientos son de los hombres y no de Dios”. En esta respuesta, Jesús se dirige a dos personas: a Satanás y a Pedro: a Satanás, cuando dice: “Retrocede Satanás” y a Pedro, cuando dice: “Tus pensamientos son los hombres y no de Dios”. Jesús se dirige a Satanás porque Él, como es Dios, puede verlo claramente, cosa que no pueden hacer sus discípulos y tampoco Pedro; Jesús se dirige a Pedro en la segunda parte de la frase, para hacerle ver que el rechazo de la cruz es un pensamiento humano, es algo que surge del intelecto de Pedro, pero el hecho de que Pedro rechace la cruz, nos hace ver que Pedro no está iluminado por el Espíritu Santo, sino que ese pensamiento, el rechazar la cruz, está inspirado por el Demonio, por eso es que Jesús le dice a Satanás que se aparte: “Vade retro, Satanás!”. Otro elemento que aparece aquí es la no comprensión, por parte de Pedro, del misterio salvífico de Jesús y su incomprensión se debe a que no tiene la luz de la gracia ya que solo la gracia santificante puede iluminar el camino al cielo, la Santa Cruz de Jesús. Todo otro pensamiento que niegue la Santa Cruz como camino al cielo, proviene de dos fuentes: o del intelecto del Demonio, o de la razón humana; de ahí la importancia de la gracia para adherir al misterio salvífico de Jesús.

         La escena nos enseña, por un lado, cuál es el origen de nuestros pensamientos, que concuerdan con lo que enseña San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales: nuestros pensamientos pueden provenir de tres fuentes: de Dios, de Satanás o de nosotros mismos, de nuestro propio intelecto.

         Otra enseñanza del Evangelio es que el rechazo de la cruz -enfermedad, tribulación- no proviene nunca de Dios: puede provenir del propio hombre y con toda seguridad, de Satanás, quien puede hacer creer al alma que es ella la que piensa, cuando en realidad es él, el Demonio, en quien se origina el rechazo de la cruz, porque el Demonio sabe que el hombre se salva a través de la cruz.

         Y aquí hay otra enseñanza: es imposible llegar al cielo, si no es por la cruz, o también, el único que camino para llegar al cielo, es la unión del alma, por la gracia y el Amor del Espíritu Santo, a Jesús crucificado. No hay cielo sin la cruz y con la cruz se llega al cielo y al Rey de los cielos, Cristo Jesús.

         Luego Jesús nos recuerda cuál es el destino de eternidad que nos espera a los humanos, según sea que hayamos elegido la cruz o la hayamos rechazado: para quienes eligieron la cruz, el cielo; para quienes eligieron rechazar la cruz, el Infierno: “El Hijo del hombre dará a cada uno según sus obras”, dice Jesús.

         “Vade retro, Satanás! Tus pensamientos son de los hombres y no de Dios”. La experiencia de Pedro, es decir, el consentir intelectualmente el oscuro pensamiento del Ángel caído, que lleva a Pedro, en cuanto hombre, a negar la Santa Cruz de Jesús, debe hacernos reflexionar para que estemos atentos a nuestros pensamientos, para discernir su procedencia: si se niega la cruz, esos son pensamientos oscuros que vienen de nosotros mismos o del Ángel caído; si se acepta la Santa Cruz con fe y con amor sobrenatural, ese pensamiento luminoso solo puede provenir de Dios Uno y Trino, quien quiere que todos nos salvemos, a través del “camino estrecho”, que es frecuentado por “pocos” (cfr. Mt 7,14), la Santa Cruz de Jesús.

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