domingo, 26 de octubre de 2014

“A ustedes la casa les quedará desierta”


“A ustedes la casa les quedará desierta” (Lc 13, 31-35). Le advierten a Jesús de que su vida corre peligro, porque Herodes quiere matarlo, pero Jesús, aun sabiendo que correrá la misma suerte de los profetas, que también fueron asesinados a causa de la Palabra de Dios, no por eso dejará de cumplir su misión. Por otra parte, no es que Jesús se anoticie recién en este momento, cuando los fariseos le traen la novedad de que Herodes quiere terminar con su vida: Jesús sabe, desde toda la eternidad, que ha de morir en la cruz para redimir a la humanidad. De esta manera, Él se convierte, al precio de su Sangre derramada en el Calvario, en el primer Bienaventurado, porque en su Persona divina se concentra la persecución diabólica que, utilizando instrumentos humanos, busca exterminar la presencia de Dios y de sus emisarios en la tierra: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí” (Mt 5, 12). El hecho de que sea Herodes quien quiera asesinarlo, no significa que se trate de un episodio político o socio-político; en otras palabras, Herodes no busca asesinar a Jesús porque vea en Jesús a un posible rival para su reyecía; ni siquiera la instigación de los fariseos es la causa final del deseo de ver morir a Jesús, porque los fariseos no quieren matar a Jesús por un mero apasionamiento humano: detrás de los deseos homicidas de Herodes y de los fariseos, se encuentra la siniestra persona angélica del Príncipe de las tinieblas, que es quien en realidad, desencadenará el inhumano y crudelísimo ataque sobre Jesús, buscando destruirlo y aplastarlo. El Demonio, que sabía que Jesús era Dios[1], buscaba destruir a Jesús, porque en su odio satánico buscaba lo imposible: destruir a Dios en Jesús; pensaba que si destruía a Jesús, destruía a Dios, y por eso empleó todas sus fuerzas demoníacas y utilizó toda su astucia satánica para tentar a los hombres e inducirlos a cometer toda clase de perversidades, con tal de lograr su imposible objetivo: vencer a Jesús, que era Dios.
“A ustedes la casa les quedará desierta”. Jesús sabe que ha de morir, porque ése es el plan trazado por el Padre desde la eternidad, para la salvación de la humanidad. Dentro de este plan salvífico, está comprendida su muerte en cruz, que será una muerte redentora, porque salvará a muchos, al mismo tiempo que servirá de castigo para los ángeles rebeldes, quienes recibirán su paga por su perfidia diabólica. Asimismo les advierte, a los hombres perversos que se unan a los ángeles caídos, que “la casa les quedará desierta”, es decir, el alma les será privada para siempre de la gracia santificante y por lo tanto de la inhabitación trinitaria. Les está anticipando así, que sufrirán el mismo destino de los ángeles rebeldes, la eterna condenación. “A ustedes la casa les quedará desierta”: la casa es el alma, y el hecho de que quede “desierta”, significa que queda el alma privada de la gracia de Dios y por lo tanto sin la presencia de las Tres Divinas Personas, como pago por su alianza con el Ángel caído, y esto es lo que le sucedió a Judas Iscariote.
“A ustedes la casa les quedará desierta”. Todo cristiano es libre de elegir, entre seguir a Cristo Jesús y sufrir lo que Él sufrió, la persecución por causa del Reino de Dios, o aliarse al Príncipe de las tinieblas y gozar de paz en este mundo, al precio de ver su “casa desierta”, sufriendo el mismo destino de Judas Iscariote. No hay posiciones intermedias, y lo que cada uno elija, eso se le dará (cfr. Eclo 18, 17). Que la Madre de Dios nos conceda elegir siempre el Camino Real de la Cruz, el ser perseguidos por causa de su Hijo Jesús, de manera tal que nunca jamás, ni nosotros, ni nuestros seres queridos, escuchemos de los labios del Justo Juez, la terrible sentencia: “A ustedes la casa les quedará desierta”.



[1] Cfr. J. A. Fortea, Summa Demoniaca: Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas, 33.

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