jueves, 20 de marzo de 2014

“Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña…”


“Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña…” (Mt 21, 23-43). Con la parábola de los viñadores homicidas, que asesinan al hijo del dueño de la vid, Jesús narra la historia de la Pasión, la historia de la salvación: el dueño de la vid es Dios Padre; la vid es Cristo, Dios Hijo; la tierra donde es plantada, es la Iglesia y el mundo; los viñadores homicidas, el Pueblo Elegido y los pecadores con sus pecados. Con una sencilla parábola, en pocos renglones, Jesús, Divino Maestro, retrata la historia de la salvación de la humanidad. Él es la Viña, la Vid verdadera, que es triturada en la Vendimia de la Pasión, para dar el Vino exquisito, el Vino Nuevo de la Alianza Nueva, la Alianza definitiva y eterna, la Alianza sellada por Dios, su Sangre, la Sangre del Cordero. Jesús es la Vid Verdadera, triturada en la Vendimia de la Pasión; Él es la Vid Santa, la Vid triturada, de cuyas heridas abiertas se recoge el Vino Sagrado, la Sangre del Cordero, que beben los hijos pródigos de Dios en el cáliz de la Santa Misa, invitados por Dios Padre al Banquete del Reino. Jesús es la Vid Verdadera triturada en la Pasión, cuyo fruto exquisito es el Vino de la Misa, que es la Sangre de su Costado; el Vino de esta Vid, que es el Vino que bebemos en la Santa Misa, en el tiempo, como anticipo del banquete del Reino que, por su misericordia, habremos de participar, en la otra vida, y que dura para siempre, alegra el corazón del hombre con la Alegría misma de Dios y llena el alma con la gloria y el Amor divinos, porque el Vino de la Vid Verdadera, que es Cristo, es la Sangre del Cordero.

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