miércoles, 27 de abril de 2016

“Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos”


“Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús es la Vid verdadera y el cristiano, el bautizado, es el sarmiento, que recibe de la vid la savia, esto es, el flujo vital que le da una nueva vida, la vida de la gracia. Como consecuencia de recibir esta savia que es la gracia, el alma, al participar de la naturaleza divina, recibe de esta todo lo que la naturaleza divina posee y es: amor sobrenatural, paz sobrenatural, alegría sobrenatural, fortaleza sobrenatural. El alma que vive en gracia –es decir, el sarmiento que permanece unido a la vid-, recibe de Dios su vida divina y, con esta, todo lo que es y posee Dios mismo, y así comienza a ser una nueva creatura, una creatura que vive con la vida misma de Dios Trino y ya no más con su vida natural. El alma en gracia adquiere la paciencia de Cristo, la mansedumbre de Cristo, el Amor de Cristo por Dios y los hombres, la Fortaleza de Cristo, la Sabiduría de Cristo, y así con todas las virtudes del Hombre-Dios, que empiezan a brillar en el alma que a Él se mantiene unido, es decir, el bautizado que no solo no comete pecado mortal, sino que conserva y acrecienta, cada vez más, la gracia santificante.
Es esto lo que sucede en la vida de los santos: ellos son el ejemplo perfecto de almas que viven en gracia y la acrecientan cada vez más; es decir, los santos son esos sarmientos que, unidos a la vid, reciben de esta el flujo vital, la savia divina, que es la gracia santificante, convirtiéndose así en imágenes vivas del mismo Jesucristo, obrando, en Él, por Él y con Él, obras –prodigios, milagros, mortificaciones, ayunos, penitencias- “más grandes todavía” (cfr. Jn 14, 12) que las que Él mismo realizó en el Evangelio.
El sarmiento unido a la vid es el cristiano que no solo no pierde la gracia por un pecado –ni venial, ni mucho menos, mortal-, sino que, recibiendo de Jesús su vida divina, vive con una vida nueva, que antes no poseía, la vida misma de Dios: esto es lo que explica las obras de los santos, obras sobrenaturales, que sobrepasan la capacidad natural de la naturaleza humana (multiplicación milagrosa de panes, como Don Bosco, o una vida sin milagros visibles y sensibles, pero de una absoluta santidad, como los esposos Quatrocchi, o la Santa Josefina Bakhita, por ejemplo). Quien permanece unido a Jesús, además, permanece unido en el Amor de Dios y es en este Amor que el santo obtiene de Dios “lo que pide”, que antes que bienes materiales, son ante todo, los bienes sobrenaturales necesarios para una vida de santidad: “Si permanecéis en mí y si mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y se os dará”.

“Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos (…) mi Padre es el Viñador”. Así como un viñador, al llegar el tiempo de la cosecha, toma los granos de uva y los prueba, así Dios Padre, como un viñador celestial, toma de la Vid, que es Cristo, los granos de uva de los sarmientos unidos a la Vid, es decir, los corazones de los cristianos, y como así también un viñador terreno desecha los granos de uvas que están aguados o agrios, porque no sirven para hacer un buen vino, así también Dios Padre, celestial Viñador, toma los corazones de los hombres y los prueba, y si los encuentra agrios –faltos del Divino Amor- o aguados –es decir, tibios o perezosos en la vida de santidad-, no los lleva consigo, porque no sirven para la Vendimia de la Pasión. Pero a los granos de uva que sí sirven, es decir, los corazones que son dulces al paladar de Dios -porque en ellos inhabita el Divino Amor, al igual que en el Sagrado Corazón de Jesús-, Dios Padre, el celestial Viñador, los selecciona para su vendimia y los aparta, como frutos elegidos, para hacerlos partícipes, en la tierra, de la Cruz de su Hijo Jesús, para luego concederles la eterna bienaventuranza en la otra vida, en el Reino de los cielos.  

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