“Un hombre plantó una viña…”
(Mc 12, 1-12). La viña de la parábola
es la Iglesia,
pero también es Él, Jesús, el Hijo de Dios, y esta viña que es Él, habrá de dar
un Vino Nuevo, el Vino de la Alianza Nueva
y Eterna, cuando Él mismo, Vid verdadera, sea triturado en el lagar de la Pasión.
Jesús es la Viña que da el Vino más
excelente, su Sangre, la Sangre
del Cordero de Dios, que será ofrecida por el Padre en el banquete del Reino, la
Santa Misa, como prenda del perdón divino a
los hombres y como bebida celestial que concede la vida eterna.
El Vino que produce esta
Viña que es Jesús, es la Sangre
que, brotando de sus heridas y de su Sagrado Corazón traspasado por la lanza,
se derrama hasta la última gota, para embriagar a los hombres con el Vino del
cáliz del altar, el Amor de Dios.
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