miércoles, 1 de abril de 2015

Via Crucis


         -Te adoramos, oh Cristo,  y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         1ª Estación: Jesús es condenado a muerte. Jesús, el Dios de la Vida y la Vida Increada en sí misma, el Dios que es el Autor y Creador de toda vida creada, el Dios por quien todo lo que tiene vida, vive y respira, es sentenciado a muerte, luego de un proceso injusto, por los hombres que respiran muerte. ¡Qué paradoja, jamás vista! ¡Los hombres, creaturas que viven gracias a que fueron creados por el Dios de la vida, dan muerte a quien les dio vida! Al igual que Jesús, Víctima Inocente, cientos de miles de niños inocentes, día a día, son sentenciados a muerte en el vientre de sus madres, por medio del terrible genocidio del aborto. ¡Jesús, Dios de la Vida, ten piedad de nuestra ceguera, y por tu Sangre derramada en la cruz, que da la Vida eterna, recibe a esos niños inocentes en el cielo y perdona a sus madres y a todos los que colaboran con este horrible crimen, porque no saben lo que hacen!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



         2ª Estación: Jesús carga la Cruz y marcha camino del Calvario. Jesús carga sobre sí una pesada cruz de madera, pero lo que hace pesada a la cruz, no es la madera en sí misma, sino los pecados que van sobre ella. Son los pecados los que vuelven a la cruz pesada, muy pesada; tan pesada, que hacen tambalear al Hombre-Dios. Son los pecados de todos los hombres, de todos los tiempos, incluidos los míos, en primer lugar. No es el leño lo que le pesa a Jesús, sino mis pecados, la malicia que anida en mi corazón y que brota a cada paso que doy: mis enojos, mis rencores, mis perezas, mis vanidades, mis sensualidades, mis traiciones, mis malicias de todo tipo. Es la malicia que anida en mi corazón, la que abruma a Jesús, y que es la que me abruma a mí al mismo tiempo, la que hace pesada la cruz a Jesús. Cuando la madera de la cruz quede empapada por la Preciosísima Sangre del Cordero, mis pecados, los pecados de todos los hombres, y mis pecados, quedarán borrados para siempre. ¡Bendito seas por siempre, Jesús, porque por tu Santa Cruz y por tu Preciosísima Sangre, quitaste mis pecados y los pecados del mundo entero!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         3ª Estación: Jesús cae por primera vez. Abrumado por el peso de la cruz, Jesús cae por primera vez y en la caída pone instintivamente las manos hacia adelante, mientras golpea el suelo con sus rodillas. La violencia del golpe abre profundos surcos en la piel de las manos y de las rodillas de Jesús, haciendo manar abundante Sangre. El Camino de la Cruz, el Via Crucis, queda así señalado, desde el principio, con la Sangre Preciosísima de Jesús, de manera tal que si alguien quisiera saber por dónde va Jesús, lo único que tendría que hacer es seguir sus huellas ensangrentadas. Jesús había dicho en el Evangelio: "Quien quiera venir detrás de Mí, que cargue su cruz de todos los días, se niegue a sí mismo, y me siga”. Seguir a Jesús quiere decir seguirlo por el sendero estrecho y empinado que conduce al Calvario y que está señalado con la roja señal de su Sangre derramada. Seguir a Jesús no es fácil, pero es el único y seguro camino que conduce al cielo y no hay otro camino que no sea el Camino de la Cruz de Jesús. ¡María, Madre mía, ayúdame, con tu amor maternal, a llevar mi cruz, para que siga a Jesús por el Camino del Calvario, el único camino de la salvación!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         4ª Estación: Jesús encuentra a su Madre, la Virgen. En medio del tumulto, la Virgen se acerca a Jesús y aunque los soldados romanos no le permiten que lo ayude a cargar la cruz, el contacto con la mirada que entablan Jesús y su Madre, le basta a Jesús para, aunque sea por un momento, olvidar el griterío insoportable de insultos, blasfemias, sacrilegios, que la multitud, enardecida, desencadena a cada paso en el Via Crucis. ¡Cómo será tan grande y profundo, hasta llegar al infinito, como un océano sin playas y sin fondo, el amor materno de la Virgen, que todo un Dios busca refugio en el Inmaculado Corazón de María! Si Jesús, siendo Dios, se refugió en el amor materno de la Virgen, ¿qué esperamos nosotros para sumergirnos en el Corazón de María Santísima? ¿Qué esperamos, para consagrarnos a María? ¡María, Madre de Ternura, danos tu amor maternal, para que sostenidos con el amor de tu Inmaculado Corazón, seamos capaces de llegar hasta la cima del Monte Calvario, para ser crucificados junto a tu Hijo Jesús!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         5ª Estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la Cruz. El peso de la cruz agota las fuerzas de Jesús, pero más que el peso, lo que lo agobia y le hace la cruz casi insoportable, es el desamor, la frialdad, la indiferencia, que los hombres experimentan entre sí. La dureza del corazón humano hace que el hombre sea indolente de la suerte de su hermano y que no le interese ni le importe si su hermano, que está a su puerta, pasa hambre, frío, soledad, o si sufre injusticias de cualquier tipo. Hoy, en nuestros días, el materialismo, el hedonismo, el relativismo, el ateísmo, han multiplicado, casi al infinito, a los modernos Epulones, que se desentienden de los Lázaros que, con sus llagas abiertas y supurantes, y con sus estómagos crujiendo por el hambre, sufren indeciblemente, mientras ellos banquetean felices y despreocupados por la suerte de sus hermanos. Hoy también se multiplican también las persecuciones a los cristianos y es así como miles de cristianos en todo el mundo, pero sobre todo en Medio Oriente, en Palestina, en Irak, en Siria, y en muchos otros países, son perseguidos, torturados, quemados vivos, decapitados, fusilados, asesinados de mil maneras distintas, sin que a los cristianos, hermanos suyos que viven en otras latitudes, les importe en lo más mínimo, porque no son capaces ni de orar, ni de ofrecer ayunos ni sacrificios por ellos, comportándose así como Epulón con Lázaro, pero mereciendo también el mismo destino que Epulón, el Abismo, la Gehena, por la dureza de sus corazones. ¡Jesús, convierte nuestros corazones de piedra en corazones de carne, en donde pueda actuar tu gracia santificante, para que sobre ellos actúe el Espíritu Santo, incendiándolos en el fuego del Divino Amor, para que seamos capaces de dar la vida por nuestros hermanos, a imitación de Jesús, que dio su vida por nosotros en la cruz! ¡Convierte nuestros corazones, para que ayudemos a llevar la cruz a nuestro hermano que sufre y no seamos indolentes a su calvario!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



         6ª Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús. A causa de los golpes, las bofetadas, las trompadas, el Divino Rostro de Jesús está todo tumefacto, hinchado, edematizado, y por lo tanto, irreconocible. El Rostro Santo de Jesús, que extasiaba de amor a su Madre y a los ángeles, ahora está deformado, a causa del enorme edema que inflama su frente, sus párpados, sus pómulos. Su ojo derecho está totalmente ocluido, porque ha crecido un enorme hematoma en su párpado derecho, que ha ocluido el párpado en su totalidad, a causa de una de las tantas feroces trompadas recibidas. El pómulo izquierdo, además de presentar un gran edema, ha recibido un corte lacerante, producido por el anillo del siervo del sumo sacerdote, que rasgó su piel con violencia al darle una bofetada cuando Jesús contestó, con toda verdad, que Él era el Mesías. Por lo demás, toda su Santa Faz está cubierta con su Preciosísima Sangre, ante todo, porque es la Sangre que, brotando de su cuero cabelludo, a causa de la coronación de espinas, baja como un torrente incontenible por su Divino Rostro, bañando su frente, sus ojos, su nariz, sus pómulos, sus labios, su barbilla. Apenas se distingue su ojo izquierdo, pues el derecho está prácticamente cerrado, a causa del enorme hematoma del párpado superior. A la Sangre y al edema, se le suman las lágrimas de Jesús, puesto que llora en silencio por la malicia del hombre, y a esto se le suman el intenso sudor, producto del calor y del supremo esfuerzo que realiza Jesús al llevar la pesadísima cruz por un camino empinado, el Camino del Calvario, y también la tierra, que se le adhiere al Rostro, todo lo cual forma una máscara de sangre, sudor, lágrimas, tierra, barro, que contribuye a que la hermosura original de su Santa Faz quede irreconocible, lo cual es una imagen de lo que hace el pecado en el hombre. El Divino Rostro de Jesús, así desfigurado, despierta la compasión de la Verónica, que deshecha en lágrimas, intenta acercarse a su Señor, quitándose su velo para utilizarlo a modo de paño, para secar la Sangre, el sudor, las lágrimas, la tierra. ¡Jesús, que María Santísima perfume nuestros corazones con la fragancia exquisita de tu gracia santificante, y con nuestros corazones así perfumados por la gracia, tómalos y utilízalos como otros tantos paños blancos, como los de la Verónica, que suavicen el ardor y el dolor de tu Santa Faz, ultrajada por los pecados del mundo entero y así como imprimiste tu Rostro en el lienzo de la Verónica, imprímelo también en nuestros corazones, para que nunca jamás dejemos de contemplarte!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.



         7ª Estación: Jesús cae por segunda vez. El enorme peso de la cruz, el cansancio, y sobre todo, el hecho de ser el Camino de la Cruz un camino estrecho y empinado, hacen perder el equilibrio a Jesús, quien cae pesadamente al suelo, por segunda vez. El Camino de la Cruz, el Via Crucis, no es un camino fácil; todo lo contrario, es un camino arduo, difícil, áspero, muy difícil de recorrer, pero es el único camino que conduce al cielo, porque es el único camino que conduce al Calvario, el lugar en donde el hombre, unido a Jesús, puede morir al hombre viejo, para así nacer a la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia. El mundo propone otros caminos, mucho más fáciles y, en apariencia, satisfactorios de recorrer, porque los caminos del mundo consisten en la satisfacción de las pasiones y en la exaltación de la propia soberbia, del propio egoísmo y del propio orgullo. El mundo propone caminos en apariencia fáciles, cómodos y divertidos, porque satisfacen las pasiones del hombre viejo, el hombre caído en pecado, pero los caminos del mundo se alejan en una dirección diametralmente opuesta al cielo y conducen al Abismo eterno, el Abismo en donde el dolor por la separación de Dios es la compañía para siempre. Por el contrario, el Camino de la Cruz es un camino áspero y difícil de recorrer, porque consiste en la negación de sí mismo, pero finaliza en el cielo, porque por la cruz de Jesús, se da muerte a las pasiones y al hombre viejo; en la cruz, quedan crucificadas las pasiones que alejan al hombre de Dios: la ira, la envidia, la lujuria, la pereza, la soberbia, y todas las demás pasiones, y así Jesús puede infundir en la raíz del ser, en lo más profundo del alma, el principio de la vida nueva, la gracia santificante, que concede la participación en la vida trinitaria, la vida santa del Ser de Dios Uno y Trino. ¡Jesús, dame fuerzas para que yo te siga por el Camino de la Cruz, para que así dé muerte al hombre viejo y a mis pasiones, para que pueda nacer a la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia, viviendo ya en anticipo, en la tierra, lo que espero vivir en la eternidad, en el Reino de los cielos, por tu misericordia!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         8ª Estación: Jesús habla a las piadosas mujeres. Las mujeres de Jerusalén lloran por Jesús, pero Jesús les dice que deben más bien llorar por ellas. De esa manera, Jesús nos enseña que el fruto de la contemplación de su Pasión, es la contrición del corazón, es decir, el arrepentimiento perfecto de los pecados. La contemplación de la Pasión de Jesús, la realización del Via Crucis, no puede nunca quedarse en meros ejercicios de piedad, ni limitarse a simples actos de memoria religiosa. La contemplación de la Pasión, sobre todo en el Via Crucis, debe llevar al alma a la contrición del corazón, y la contrición del corazón nace cuando la gracia ilumina la inteligencia y el corazón: la inteligencia, haciendo conocer, por un lado, la inmensidad de la bondad de la Trinidad, a la cual ofende el pecado y, por otro, haciendo conocer la inmensidad de la malicia del pecado con el que se ha ofendido a Dios Trino; la voluntad, haciéndola detestar la malicia del pecado, pero sobre, haciéndola desear y amar ardientemente a la bondad de la Trinidad y a la Trinidad en sí misma, por ser Ella la santidad en sí misma. La contrición del corazón lleva de tal manera a detestar el pecado, que conduce a desear, con todas las fuerzas del alma, la muerte física, antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, porque esto último implica la muerte espiritual, es decir, el apartamiento del alma de la Fuente del Amor y del Amor mismo, Dios Uno y Trino, y el alma, conociendo lo que es el Amor , prefiere morir una y mil veces en la tierra, antes que separarse espiritualmente del Amor, que es Dios, a causa del pecado. ¡Jesús, haz que te ame cada vez más, a cada instante, para que me duela verdaderamente la malicia de mi corazón y así pueda llorar por mis pecados y preferir mil veces la muerte antes que ofenderte!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
 -Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         9ª Estación: Jesús cae por tercera vez. A medida que el camino se hace más empinado, las fuerzas de Jesús van disminuyendo, pero sobre todo, es el enorme peso de la cruz, lo que provoca la tercera caída de Jesús. La cruz pesa muchísimo para Jesús, porque está cargada con todos los pecados de todos los hombres, incluidos, en primer lugar, los míos. El pecado es malicia del hombre, creada libre y voluntariamente en su corazón, que se levanta como ofensa y ultraje ante la majestad, bondad y santidad infinitas del Ser divino trinitario. El pecado nace por un acto concreto, deliberado, deseado, querido, libremente aceptado, por parte del corazón humano, que de esa manera rompe con violencia el vínculo de amor con el cual el Creador había unido a Él su alma, en el momento de crearla. El pecado es malicia del corazón humano, creada por el hombre, a imitación de la malicia del ángel caído, creada por el corazón del ángel rebelde: entre ambos, se rebelan contra el Amor de Dios, contra Dios, que “es Amor” (cfr. 1 Jn 4, 8) y es por ese motivo, que el pecado constituye la más completa tragedia para la creatura, ya sea humana o angélica, porque la priva de la comunión en el amor con el Dios que es Amor y que lo creó por Amor. Son mis pecados, y los pecados de todos los hombres, los actos malos creados y deseados libremente, los que lleva Jesús sobre la cruz, para lavarlos con su Sangre y así limpiar mi alma, para luego de purificarla de mis pecados al precio de su Sangre derramada en la cruz, darme su Vida divina, por medio de esa misma Sangre. ¡Oh mi buen Jesús, cuánto pesan mis pecados, que han hecho caer a Dios en la tierra! ¡Dame, te lo suplico, la gracia de morir antes que pecar!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras. Cuando Jesús llega a la cima del Monte Calvario, lo despojan de sus vestiduras, provocándole un dolor tan agudo, que casi le provoca la muerte, puesto que todas sus heridas se abren y sangran, al ser arrancada con violencia el lienzo que se había adherido a las piel ulcerada por los golpes. Al ser arrancada su túnica con violencia, al haberse adherido por la sangre coagulada, se vuelven a abrir las heridas y a provocarle abundante pérdida de sangre, además de un dolor insoportable; así Jesús repara por los que pierden la gracia santificante, vistiendo con inmodestia y faltando al pudor y a la vergüenza, profanando sus cuerpos, llamados a ser “templos del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 2); Jesús expía por quienes profanan sus cuerpos con toda clase de impurezas, dañándolos con substancias tóxicas, o utilizando sus cuerpos para la satisfacción de las más bajas pasiones, llevándolos a colocarse más abajo que las bestias irracionales; Jesús expía también por quienes, dando rienda suelta al orgullo y a la vanidad, visten sus cuerpos con ropas costosísimas y los adornan con joyas preciosas, obtenidas al precio de la vida de sus hermanos. ¡Jesús, por el dolor que sufriste al ser despojado de tus vestiduras, haz que tome conciencia de que mi cuerpo es templo del Espíritu Santo, y que siempre esté revestido de la blanca vestidura de la gracia!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         11ª Estación: Jesús es crucificado. La crucifixión de Jesús es obra de nuestras manos y es obra de Dios. De nuestras manos, porque son nuestros pecados los que clavan las manos y los pies de Jesús al leño de la cruz, fijándolos dolorosamente con gruesos clavos de hierro. Es obra de nuestras manos, porque los pecados, que en nosotros se traducen en placer de concupiscencia, en Jesús, que se interpone entre la Justicia Divina y nosotros, se materializan en su corona de espinas, en los clavos de hierro, en los latigazos, en la cruz ensangrentada. Pero la crucifixión es obra de Dios también, porque Dios Padre, a pedido de su Hijo Jesús, que clama el perdón para nosotros, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, en vez de castigarnos, por haber crucificado y dado muerte su Hijo Unigénito, tiene compasión de nuestra debilidad y, obedeciendo a su Hijo, nos perdona, derramando su Divina Misericordia a través de la Sangre y el Agua que brotan del Corazón traspasado de Jesús. A nuestra malicia y pecado, que provoca la muerte de su Hijo en la cruz, Dios Padre nos responde, desde la misma cruz, con la Sangre de su Hijo, donándonos su perdón y su misericordia, y el sello del perdón y del Amor divinos, es la Sangre que brota de las heridas abiertas de Jesús. A pesar de ser sus más grandes enemigos, por habernos convertido en deicidas, al matar a su Hijo, Dios no solo nos perdona, sino que nos adopta como hijos muy amados suyos, concediéndonos la gracia de la filiación divina. ¡Jesús, por tu Sangre derramada para nuestra salvación, dame la gracia de amar y perdonar a mis enemigos y a los que me ofenden, así como Tú me amaste y perdonaste desde la cruz!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         12ª Estación: Jesús muere en la Cruz. A las tres de la tarde del Viernes Santo, Jesús muere en la cruz. Muere en la cruz el Hombre-Dios, el Dios que es la Vida en sí misma; muere el Dios que es la Vida Increada, y por eso su muerte, significa la muerte de la muerte. Con su muerte en cruz, Jesús destruye mi muerte y la muerte de todo hombre, para donarnos su Vida, la Vida del Hombre-Dios, que es la vida de la Trinidad. Al morir en la cruz, Jesús vence para siempre a los tres grandes enemigos del hombre, los enemigos mortales que le provocaban la muerte física, temporal, y también la muerte eterna: al morir en la cruz, Jesús destruye, con su omnipotencia divina, a la muerte, y a cambio nos da su vida eterna; con su muerte, lava nuestros pecados y nos concede su gracia; con su muerte en cruz, vence al Infierno para siempre, dando cumplimiento a sus palabras: “Las puertas del Infierno no prevalecerán sobre mi Iglesia”, y por eso la Cristo en la Cruz es la señal de victoria y de victoria eterna, para la Iglesia y para los bautizados, y es el estandarte victorioso con el cual los cristianos vencen a la Bestia y al Dragón y entran triunfantes y victoriosos en el cielo, cantando aleluyas y hosannas al Cordero de Dios. ¡Jesús, tu Cruz santa sea mi luz y mi sangriento estandarte victorioso que me conduzca al Reino de los cielos!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         13ª Estación: Jesús es bajado de la Cruz. La Virgen, que ha estado al pie de la cruz durante toda la agonía de Jesús, recibe su Cuerpo muerto, sin vida. Es en este momento en el que se cumple plenamente la profecía de Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el corazón” (…). La muerte de Jesús le provoca a la Virgen un dolor agudo y permanente en su Inmaculado Corazón; es la espada espiritual de dolor profetizada por Simeón y es tan grande el dolor, que la Virgen moriría de pena y de tristeza, sino fuera sostenida por el mismo Dios. A causa de su inmenso dolor, la Virgen derrama tantas lágrimas, que con ellas queda lavado el Rostro tumefacto y lívido de Jesús. Yo soy la causa de la muerte de Jesús, yo soy la causa de la espada que atraviesa el Inmaculado Corazón de María, yo soy la causa del dolor de la Virgen, yo soy la causa de las lágrimas que bañan su rostro. ¡Nuestra Señora de los Dolores, dame tus ojos para ver a Jesús, dame tus lágrimas para llorar mis pecados, dame tu Corazón para amar a Jesús con tu mismo Amor!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


         14ª Estación: Jesús es sepultado. Colocan el Cuerpo sin vida de Jesús en el sepulcro, y luego de cerrar la puerta del sepulcro con una piedra, la Virgen se queda afuera, velando el Cuerpo de su Hijo. Jesús ha muerto, pero debido a que Jesús es el Hombre-Dios, la divinidad nunca se separó de su Alma y tampoco de su Cuerpo. Con su Alma gloriosa unida a su Persona divina, la Persona divina del Hijo, descendió  a los infiernos, al seno de Abraham, a rescatar a los justos del Antiguo Testamento. Su Cuerpo, que quedó muerto y tendido sobre la fría loza del sepulcro, al estar unido a la divinidad, a la Segunda Persona de la Trinidad, resucita glorioso, lleno de la gloria y de la luz divina, el Domingo de Resurrección. Así, dejará vacío el sepulcro, porque resucitará con su Cuerpo glorioso, lleno de la vida, de la luz y del Amor de Dios, para ir a ocupar, con ese mismo Cuerpo glorioso, lleno de la vida de la luz y del Amor de Dios, todos los altares y sagrarios del mundo, con su Presencia Eucarística. Jesús deja el sepulcro vacío, el Domingo de Resurrección, para ocupar, el Domingo, Día del Señor, el altar eucarístico, con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía. Jesús deja vacío el sepulcro, para ir a ocupar el altar y el sagrario. ¡Madre de Dios y Madre mía, Nuestra Señora de la Eucaristía, que mi corazón, frío y oscuro como el sepulcro, reciba en gracia y con amor el Cuerpo glorioso de Jesús en la Eucaristía!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


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