“El
Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 26-38). En el Anuncio del Ángel a
María se revela, con toda claridad, que el Hijo será Dios, que la Virgen será
Virgen y Madre al mismo, y que la concepción será virginal, no por obra humana,
sino por obra de Dios. Sin embargo, estas verdades de fe, que constituyen el
centro de nuestra fe católica y que se relaciona directamente con la Eucaristía
–el Niño concebido por el Espíritu Santo es Dios y está en la Eucaristía-, es
negado por herejes, como el sacerdote jesuita Juan Masiá, quien descaradamente
y contrariando la fe de dos mil años de la Iglesia Católica, ha publicado un
artículo en el que niega expresamente la doctrina católica sobre la virginidad
de María, Madre de Dios[1], negando
públicamente esta verdad de fe y dogma de la Iglesia Católica. El descarado
hereje asegura que “los antiguos catecismos decían inapropiadamente “virgen
antes del parto, en el parto y después del parto” y además afirma que “una
posible unión sexual de José y María no es incompatible con la virginidad de la
Virgen”. En un artículo publicado en Religión Digital, niega la historicidad de
“la anunciación a María y la anunciación a José”, asegurando que “no son ni una
clase de biología, ni una sesión de sexología, ni una crónica histórica de un
matrimonio excepcional, ni siquiera de un nacimiento sobrenatural. Estas
narraciones son poesía y teología, mejor dicho, simbólicas y de fe”. Igualmente
opina que “los antiguos catecismos decían inapropiadamente ‘virgen antes del
parto, en el parto y después del parto’. Pensaban que, antes del parto, la
penetración sexual rompe la virginidad; pensaban también que la criatura que
nace, al romper y herir esa puerta, mancha a la madre, que tendría que
purificarse; pensaban también que si María y José engendraban otros hijos e
hijas, hermanos y hermanas de Jesús, María dejaba de ser virgen. Pero hay que
decir que ni la unión por amor mancha, ni la sangre contamina, ni el dar a luz
produce impureza’. Y por último, tras despreciar burlonamente la doctrina
católica asegura que “hoy no podemos pensar así. Quien insista en seguir usando
imágenes medievales, podrá decir que hay que cuidar esa puerta del castillo.
Bien, pero... según quien vaya a entrar y salir, se abrirá o se cerrará”, niega
expresamente el dogma sobre la virginidad de María”[2]. Las
afirmaciones de este hereje contradicen con el Evangelio y la fe de dos mil
años de la Iglesia.
Para
contestarle, y para afianzar la fe bimilenaria de la Iglesia, analicemos solamente
el Evangelio de la Anunciación. En él se dice así: “El Ángel Gabriel fue
enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que
estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado
José. El nombre de la virgen era María”. Claramente, se afirma que “María era
Virgen”, antes de la Anunciación y por supuesto, antes del parto.
Continúa
el Evangelio: “El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!,
llena de gracia, el Señor está contigo”. La expresión “llena de gracia” no es
metafórica, ni simbólica, ni poética: es la descripción de la realidad del alma
de la Virgen, que es la “Llena de gracia” porque es concebida “sin pecado
original”; es decir, aquí se afirma otra realidad de la Virgen, aunque
implícitamente, y es que es su Inmaculada Concepción. Ya con esta verdad, la
Virgen está exenta de la concupiscencia carnal, lo cual es un dato más a favor
de su virginidad. Además, se dice que “estaba comprometida con José”, y el
estar comprometida implica que estaban casados, pero que no convivían juntos,
con lo cual no hay contacto marital entre ambos, quedando descartado por
completo la intervención del hombre en la concepción del fruto de María Virgen.
Entonces, hasta ahora, del solo análisis del Evangelio, tenemos estas verdades
reveladas: María es Virgen antes de la Anunciación; es la “Llena de gracia”; no
está conviviendo con José, con lo que la intervención paternal humana queda
descartada de plano.
Continúa
así el Evangelio: “Pero el Ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha
favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él
será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de
David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no
tendrá fin”.
Continúa
el Evangelio con la pregunta de María: “María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser
eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. La Virgen pregunta “cómo
será posible”, pero no porque dudara -como sí lo hizo Zacarías y por eso perdió
el habla por un tiempo-, sino solamente porque, confiando absolutamente en la
Palabra de Dios que le anunciaba el Ángel, quería simplemente saber cómo habría
el Señor de llevar a cabo tan maravillosa obra en Ella, la de permanecer Ella
Virgen y al mismo tiempo, ser Madre de Dios: “Al oír estas palabras, ella quedó
desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo”.
El
Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado
Hijo de Dios”. El Arcángel Gabriel le revela de qué manera cumplirá Dios su
proyecto en Ella, de dar a luz a su Hijo Unigénito, convirtiéndose así en Madre
de Dios, pero al mismo tiempo, permaneciendo Virgen, con lo cual se afirman tres
verdades: el fruto de la concepción de María es virginal y de origen celestial,
porque es obra de la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo: “El
Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra”; con lo cual San José es sólo Padre adoptivo de Jesús, pero no
biológico-; se afirma la condición de la Virgen de ser Virgen antes, durante y
después del parto; por último, se afirma que el Hijo de María es “Hijo de Dios”.
Luego
el Ángel le anuncia la concepción milagrosa de su prima Santa Isabel: “También
tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era
considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada
imposible para Dios”.
Finalmente,
la Virgen, enamorada de la Palabra de Dios, da su glorioso “Sí” a la Divina
Voluntad: “María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla
en mí lo que has dicho”. Y el Ángel se alejó”.
Aunque
uno, cien, o mil herejes nieguen esta verdad, el Niño que nace en Belén es Dios
y su Madre es la siempre Virgen María, Perfecta y Purísima Madre de Dios.
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