martes, 17 de diciembre de 2013

“José, lo que ha sido engendrado en María proviene del Espíritu Santo; se llamará Jesús y salvará a su Pueblo de todos sus pecados”


"El Ángel anuncia a San José en sueños
que lo engendrado en María proviene del Espíritu Santo"

“José, lo que ha sido engendrado en María proviene del Espíritu Santo; se llamará Jesús y salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt, 1, 18-24). El Ángel anuncia a San José el inicio del plan de salvación de la humanidad elaborado por la Santísima Trinidad y puesto en acto en el momento de la historia humana llamada “la plenitud de los tiempos”. Con las palabras del Ángel, la desconfianza de José hacia María se desvanece, porque por las palabras del Ángel, le queda bien claro que no hay intervención alguna de hombre en la concepción de Jesús: “Lo engendrado en María viene del Espíritu Santo”.
Como todas las cosas de Dios, aquello que parece insignificante y sin importancia a los ojos del mundo, contiene en sí mismo su gloria, su sabiduría, su poder y su amor.


El Ángel anuncia a José en sueños la Encarnación del Verbo, el hecho más grandioso para la humanidad de todos los tiempos, porque supondrá no solo lo que el Ángel anticipa a José –“salvará a su Pueblo de todos sus pecados”-, sino que la acción salvífica y redentora de Jesús comprenderá la derrota definitiva de los otros dos grandes enemigos del hombre, el demonio y la muerte, además del don inimaginable de la filiación divina, es decir, de la adopción como hijo a todo hombre, por el don del bautismo sacramental. Todo esto lo llevará a cabo el Niño que ha sido engendrado en el seno virginal de María, porque ese Niño es Dios Hijo, que se encarna y asume una naturaleza humana sin dejar de ser Dios, para que los hombres se hagan Dios, como dicen los Padres de la Iglesia.
Es esto último, lo que el Ángel no dice, pero está contenido implícitamente en su anuncio: es el hecho de que el Niño Dios vendrá, para Navidad, no solo para quitar los pecados del mundo y no solo para derrotar a los otros enemigos mortales del hombre, el demonio y la muerte, sino para donarnos su filiación divina, su ser Hijo de Dios, para que seamos hechos hijos de Dios con la misma filiación divina con la cual Él es Hijo de Dios desde la eternidad, y esto, además de ser un hecho insólito para la humanidad, supera todo lo que la humanidad pueda desear, esperar e imaginar de la Bondad divina. Y el asombro aumenta aún más, cuando a estos inmensos dones de la Misericordia Divina, se agrega el hecho de que Dios no hace esta “locura” por necesidad ni por obligación alguna, sino por un motivo que es la causa de toda su “locura”, y es el deseo de donarnos a todos y cada uno, la totalidad de su Amor, y la prueba de que es una locura, es que ese Niño, que abre sus bracitos de recién nacido para abrazarnos desde el Pesebre de Belén, abrirá luego sus brazos en la Cruz, en el Calvario, para abrazarnos y permitirá que su Sagrado Corazón sea traspasado por la lanza, para que su Sangre Preciosísima, que contiene y es vehículo del Espíritu Santo, caiga sobre nuestras almas como un Nuevo Diluvio, un Diluvio que está formado por su Sangre, un Diluvio que inunda nuestras almas y corazones con el Amor Divino.



Es por esto que las palabras del Ángel Gabriel calman el corazón de San José, porque si San José hubiera engendrado a Jesús, el Niño Dios no sería Dios, las tristezas de este mundo, nuestros enemigos y las tinieblas que nos circundan, no desaparecerían jamás y, lo que es peor, nunca habríamos sido hechos hijos de Dios por el bautismo. Pero, como dice el Ángel lo engendrado en la Virgen María proviene del Espíritu Santo”, y por eso nuestra alegría aumenta segundo a segundo, en el tiempo, anticipando la alegría eterna del Reino de los cielos en la otra vida.

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