“José,
no temas recibir a María, porque lo que ha sido engendrado en Ella, proviene
del Espíritu Santo” (Mt 1, 16. 18-2.
24). El ángel de Dios anuncia en sueños a José que María ha concebido por obra
y gracia del Espíritu y que por lo tanto el Hijo de sus entrañas es Dios Hijo. Solo
de esa manera, José vence el resquemor y la desconfianza hacia María, llevando
a María a su casa para vivir con Ella y así dar inicio al plan divino de
salvación del que él mismo formaba parte.
La
actitud inicial de José, de rechazo injustificado a María, representa a una multitud de
católicos y no católicos que rechazan a la Virgen como Madre de Dios, como
Medianera de todas las gracias, como Inmaculada Concepción, como Llena de
Gracia, como Tabernáculo del Altísimo, como Corredentora, como Madre de toda la
humanidad, como Celestial Capitana, como Vencedora de las huestes infernales, Reina
de los Ángeles, como Madre de la Iglesia, en fin, en todos sus innumerables
títulos y prerrogativas que le pertenecen a la Virgen por ser Ella simplemente
la Madre de Jesús, el Hombre-Dios. Sin embargo, San José, luego de conocer la Voluntad de Dios, manifestada a través de la comunicación del ángel en el sueño, no duda en recibir a la Virgen en su casa y nunca jamás vuelve a osar manifestar la más ligerísima duda o sospecha sobre María.
Es
por esto que San José, en este Evangelio, es ejemplo de sumisión a la Voluntad
de Dios y es así que ya no tenemos necesidad de que se nos aparezca un ángel
para que recibamos a María en nuestra casa, es decir, en nuestro corazón,
porque ya lo hizo San José por nosotros para darnos ejemplo. Entonces, a
ejemplo de San José, recibamos a la Virgen María, abramos
las puertas de nuestras casas, de nuestros corazones, de par en par,
para que entre María Virgen, que junto con Ella viene lo que ha sido engendrado
en Ella por obra y gracia del Espíritu Santo, Cristo Jesús, el Hijo de Dios.
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