El episodio del anuncio del ángel a Zacarías (Lc 1, 5-25) contrasta con
el anuncio del ángel a la Virgen, porque mientras en el primer caso, en
Zacarías, se da una desconfianza frente a la Palabra de Dios, en el segundo
caso, en el de la Virgen, la confianza ante la Palabra de Dios es total y
absoluta.
Zacarías, a pesar de recibir la confirmación de que su
oración ha sido escuchada por Dios y de que su petición ha sido concedida –el ángel
le dice explícitamente: “Tu oración ha sido escuchada. Tu esposa, Isabel, te
dará un hijo al que llamarás Juan”-, sin embargo, al revelársele el contenido
de la Voluntad Divina, desconfía, sea del poder –“¿Cómo será posible, si soy un
hombre de edad?”-, sea de la bondad de Dios, que le había asegurado, por medio
de su ángel, que recibiría el don de un hijo. El resultado de desconfiar en la
Palabra de Dios, es el de no poder articular ninguna palabra, hasta que se
cumplan los designios de Dios, en este caso, la concepción del Bautista. Zacarías
es ejemplo entonces de desconfianza ante la Palabra de Dios, y es ejemplo de fe
dudosa, aun cuando tiene la confirmación de un ángel de que su súplica ha sido
no solo escuchada, sino concedida.
La Virgen María, por el contrario, es ejemplo de fe firme y
sin vacilaciones frente a la Palabra de Dios, porque si bien ante el anuncio
del ángel formula una pregunta similar a la de Zacarías: “¿Cómo puede ser esto,
si no conozco varón?”, el sentido no es el de la duda ante la Palabra de Dios,
sino en el sentido de saber cómo se habrá de realizar lo que sin dudar cree que
sucederá. La Virgen María jamás podía no solo cometer el pecado de incredulidad,
tal como lo cometió Zacarías -a pesar de ser Zacarías un hombre piadoso y de
oración-, sino la más ligera imperfección en el acto de fe, a causa de su
condición de Inmaculada Concepción y de Llena de gracia, que implica el que
Ella sea modelo de Pureza no solo de cuerpo, sino también de mente, de alma y
de corazón, para recibir a la Palabra de Dios. Así, la Virgen, con su Pureza
Inmaculada de mente, de alma, de corazón y de cuerpo, es modelo para la fe del
católico en la Palabra de Dios que se encuentra en la Sagrada Escritura –el católico
no debe recibirla con dudas ni contaminarla con sus propias deducciones
erróneas, sino atenerse a la interpretación del Magisterio de la Iglesia-, pero
es también modelo para la recepción de la Palabra de Dios encarnada, glorificada y resucitada,
en la Eucaristía, porque ante el anuncio del Ángel Gabriel, la Virgen recibió
la Palabra de Dios con toda sumisión y amor, primero en su mente, en su corazón
y en su alma, y luego en su cuerpo, en su seno y útero virginal, y es así como
el cristiano debe comulgar: con la pureza de mente, de alma, de corazón y de
cuerpo, otorgadas por la gracia y la castidad.
Para leer la Palabra de Dios y para comulgar, es decir, para
recibir a la Palabra de Dios encarnada y glorificada, no basta entonces el ser
piadosos como Zacarías, sino que se debe tener la fe pura, firme, inconmovible,
de la Virgen María.
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