“Vengan
a Mí todos los que están afligidos y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). Para quienes estén “afligidos
y agobiados”, Jesús promete alivio; sin embargo, contrariamente a lo que
pudiera parecer, el alivio no se dará por el quite del peso que provoca la
aflicción y el agobio, sino por el intercambio de ese peso por otro peso: quien
acuda a Él, debe darle el peso de la aflicción y el agobio, pero tomar a
cambio, el peso de su yugo: “Vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados, y
Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes Mi yugo…”.
Es decir, quien acuda a Jesús
agobiado por el peso de la aflicción, se verá libre de este peso, pero recibirá
en cambio otro peso, el peso del “yugo de Jesús”, el cual deberá cargarlo;
paradójicamente, sin embargo, este intercambio de pesos –el afligido le da el
peso de su aflicción y Jesús le da el peso de su yugo- provocará el alivio de
la aflicción de quien acude a Jesús: “Yo los aliviaré”. Pareciera entonces una
contradicción: estar agobiados por un peso –el de la aflicción- y para ser
aliviados de la misma, hay que recibir otro peso –el del “yugo de Jesús”-.
Parece, pero no lo es, porque toda la cuestión se centra en qué es el “yugo de
Jesús”: como Jesús lo dice, es “suave y ligero”, es decir, no es pesado, por lo
que, en el intercambio de cargas, Jesús queda con la parte más pesada, mientras
que quien acude a Jesús con el peso de la aflicción, recibe el peso del “yugo
de Jesús”, que en realidad es “suave y ligero”, es decir, es prácticamente
igual a no llevar nada de peso. Quien acude a Jesús, descarga sobre Él el peso
de la aflicción, y se lleva en cambio su yugo, que no pesa nada. ¿Y en qué
consiste este “yugo de Jesús”? El yugo de Jesús es su cruz y la cruz de Jesús
se la lleva como Él mismo la lleva, con mansedumbre y humildad de corazón: “Aprended
de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Quien está afligido y agobiado,
debe entonces acudir a Jesús, descargar sobre Él el peso de su aflicción y
recibir a cambio su “yugo”, que es su cruz, y llevarla con mansedumbre y
humildad, y así encontrará alivio, porque el corazón humano no ha sido hecho
para otra cosa que para ser una imitación del Sagrado Corazón de Jesús, manso y
humilde como un cordero.
Por
último, Jesús dice que “vayamos a Él” los que estemos “afligidos y agobiados”.
¿Dónde está Jesús, para ir a descargar el agobio de nuestra aflicción y recibir
a cambio la suavidad de su yugo, para llevarlo con mansedumbre y humildad de
corazón y así ser aliviados por Él? Jesús está en el sagrario, está en la
Eucaristía, porque Él es el Dios del sagrario, el Dios oculto en la Eucaristía,
que se revela a los ojos del alma a quien lo busca con humildad, con fe, con
amor, y con un corazón contrito y humillado.
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