viernes, 26 de octubre de 2012

“Señor, que vea”



(Domingo XXX – TO – Ciclo B – 2012)
         “Señor, que vea” (cfr. Mc 10, 46-52). Un mendigo ciego, llamado Bartimeo –hijo de Timeo-, pide a Jesús el milagro de recuperar la vista; Jesús, en vistas de su profunda fe, se lo concede. La indigencia y la ceguera de Bartimeo son un símbolo de la humanidad luego del pecado original: al ser privada de la gracia santificante, la humanidad es despojada de todos sus bienes, y uno de sus bienes más preciados era el hecho de ver a Dios, amarlo, y poseer su amistad. Así como el indigente no tiene nada, así el hombre, luego del pecado original, es desposeído de la amistad de Dios, y así como Bartimeo, además de indigente, es ciego, así el hombre luego del pecado original no puede ya ver a Dios.
         Pero Bartimeo es también figura del hombre que ha cometido un pecado mortal, porque también por el pecado mortal, el hombre se vuelve indigente, al perder la gracia santificante, y se vuelve ciego, porque no puede ver a Dios ni a sus mandamientos.
         Y del mismo modo a como en la ceguera física, se vive en una completa oscuridad, así también, en el caso del pecado mortal, el hombre vive en un estado de oscuridad espiritual completa, que le impide ver la Voluntad de Dios en su vida, expresada en los Diez Mandamientos.
         La ceguera espiritual no es indiferente, porque no solo priva de la luz que es la Voluntad de Dios, expresada en los mandamientos, sino que, al sumergir al hombre en la oscuridad espiritual, lo hace seguir por las oscuras sendas de los tiránicos mandatos del demonio. El hombre en pecado mortal repite la historia de Adán y Eva: así como ellos desobedecieron a Dios y a su mandato, pero obedecieron al demonio y a su mandato, así también el hombre en pecado mortal.
¿Cómo se expresa esta ceguera y este seguir los mandatos del demonio?
De muchas maneras, y depende de qué mandamiento se trate: si el mandamiento dice: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”, el mandato del demonio dice: “Aborrece a Dios y a sus mandamientos, y haz lo que quieras, y en cuanto a tu prójimo, úsalo como si fuera una mercancía puesta para satisfacer tu egoísmo”; si el mandamiento de Dios dice: “Santificarás las fiestas”, lo cual implica, en primer lugar, la asistencia dominical a Misa para recibir el don del Amor del Padre, Jesús en la Eucaristía, que nos concede su vida eterna, el mandamiento del demonio dice: “No te preocupes por la Misa, es demasiado aburrida; ve y diviértete en cualquier espectáculo que te apetezca; falta a Misa sin motivo y mira la televisión, Internet, el cine; escucha música, descansa, pasea, haz tu vida sin preocuparte por la Misa; que no te importe cometer el pecado mortal de no asistir a la Misa del Domingo”; si el mandamiento de Dios dice: “No tomarás el nombre de Dios en vano”, el demonio dice: “Jura en falso, no temas al nombre de Dios, úsalo como quieras; usa su nombre para lograr tus objetivos; miente siempre, que algo queda, y para tapar tu mentira, hazlo en nombre de Dios”; si el mandamiento de Dios dice: “Honrarás padre y madre”, el demonio dice: “Contesta a tus padres como te parezca; fáltales el respeto; no tengas cuidado de ellos; si se enferman, que no te importe, haz tu vida; si se equivocan, no los perdones; si te necesitan, no los atiendes; ocúltales tus cosas, miénteles, levántales la voz y también la mano”; si el mandamiento de Dios dice: “No matarás”, el mandamiento del demonio dice: “Mata a tu hermano, asesínalo físicamente, ya desde el seno materno, apenas esté concebido, y di que lo haces en nombre de los derechos de la mujer; asesina a tu prójimo también moralmente, difamándolo o calumniándolo”; si el mandamiento de Dios dice: “No cometerás actos impuros”, porque “el cuerpo es templo del Espíritu Santo”, el mandamiento del demonio dice: “Profana tu cuerpo; comete impurezas, vive en la impureza, mira programas de televisión y de Internet que son impuros; habla y cuenta chistes de doble sentido; no seas mojigato, libérate, nada es pecado porque toda impureza imaginable forma parte del ser humano”; si el mandamiento de Dios dice: “No robarás”, porque a nadie se le debe quitar lo que le pertenece, el mandamiento del demonio dice: “Roba, hurta, aprópiate de lo que no es tuyo; quédate con todos los bienes que desees, sin que importe el medio que tengas que emplear para conseguirlos; quítate el escrúpulo de ser ladrón, no tengas vergüenza en robar, pero sí ten vergüenza para devolver lo robado; considera a todas las pertenencias ajenas como tuyas, y úsalas a tu placer”; si el mandamiento de Dios dice: “No levantarás falso testimonio ni mentirás”, porque el cristiano debe ser limpio de toda mancha de falsedad, el mandamiento del demonio dice: “Miente, di la verdad a medias, que siempre es una mentira completa; miente, miente siempre, en lo poco y en lo mucho, porque la mentira hace ciudadano de mi reino; miente, y no te avergüences, sólo ten la precaución de recordar tus mentiras, para no quedar enredado en tu propia trampa; miente, y que la mentira sea tu distintivo; miente a tus padres, a tus hermanos, a tus amigos, a todo el mundo; miente, y así te tendré para siempre junto a mí; calumnia, falsifica, di falsedades, y lograrás tu objetivo, porque es muy difícil luchar contra la calumnia”; si el mandamiento de Dios dice: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”, porque tu corazón es sagrario del Altísimo, tu cuerpo es templo del Espíritu Santo, y tu alma altar de la gracia santificante, y nada impuro debe profanar este santuario, el mandamiento del demonio dice: “Deléitate en los pensamientos impuros, lascivos, obscenos, lujuriosos; recurre al auxilio de la televisión y de los programas inmorales, en donde el cuerpo humano es exhibido impúdicamente, como mercancía sexual de consumo fácil; mira la pornografía, no es mala, nada es pecado, todo está permitido, y si alguien te recrimina, diles que no sean tan rigurosos, que nada malo haces y a nadie perjudicas; embriágate, drógate, trata a tu cuerpo como un establo, como una discoteca, como un lugar de trato impúdico, pero nunca trates a tu cuerpo como templo del Espíritu y sagrario de la Eucaristía”; si el mandamiento de Dios dice: “No codiciarás los bienes ajenos”, porque el cristiano debe vivir la pobreza de Cristo en la cruz, si quiere ser rico en los cielos, el mandamiento del demonio dice: “Te ordeno que no solo envidies, sino que te apoderes de los bienes ajenos, sin importar los medios que tengas que emplear: violencia, extorsión, coacción, robo, engaño, e incluso, si es necesario, el homicidio; roba, no te canses de robar, aprópiate y haz acopio de cuanto bien material esté a tu alcances, y no repares en medios para conseguirlos; codicia los bienes ajenos y hazte con ellos, especialmente si es dinero, porque así me estarás sirviendo a mí, el Príncipe de las tinieblas”.
Como vemos, no es inocua la ceguera espiritual, puesto que no solo priva del conocimiento y del amor de Dios, y por lo tanto de su Voluntad, que siempre es santa, sino que conduce esta ceguera a cumplir los mandamientos del demonio.
         Pero Dios no nos deja abandonados, porque si bien la ceguera espiritual, y la indigencia espiritual, son consecuencias del pecado original y del pecado mortal, también la curación de esa ceguera física por parte de Jesús a Bartimeo, tiene un significado y un simbolismo espiritual: la curación física figura y anticipa la curación espiritual, producida por la gracia santificante. Pero a diferencia de la curación física, la curación producida por la gracia concede al alma nuevas capacidades que no están presentes en la naturaleza, y es así como el hombre puede comenzar a ver más allá de los límites de su naturaleza, y se vuelve capaz de contemplar a Dios no solo en su unidad, sino en su Trinidad de Personas; puede ver a Jesús no como un hombre más de Palestina, sino como al Hombre-Dios; puede ver a la Virgen no simplemente como la Madre de Jesús, sino como la Madre de Dios; puede ver a la Misa no como una ceremonia religiosa, como tantas otras, sino como la renovación sacramental del sacrificio del Calvario; puede ver a la Eucaristía no como un pan consagrado en una ceremonia religiosa, sino como la Presencia real de Cristo, Hijo de Dios, en Persona.
         “Señor, que vea”. El mendigo ciego Bartimeo puede considerarse doblemente afortunado, pues no sólo recibió la curación de su ceguera corporal, sino que su fe en Jesús se vio todavía más fortalecida, ya que a la fe inicial, con la cual llama a Jesús –“¡Hijo de David, ten piedad de mí!”-, se le agrega un hecho que no estaba presente al inicio: al ser curado, en vez de regresar a su casa, sigue a Jesús: “En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino”. Con toda seguridad, hoy Bartimeo, no solo curada su ceguera, sino con su capacidad de contemplar el misterio de la Trinidad, otorgada por la gracia, contempla, feliz, a Cristo Dios por toda la eternidad.
Nosotros, que vivimos a XX siglos de distancia, no tenemos la dicha de ver a Jesús físicamente, como lo hizo Bartimeo al ser curado, pero no por eso podemos considerarnos menos afortunados, ya que todo cristiano tiene a su disposición a Cristo y a su gracia, que se brinda sin reservas, en los sacramentos de la Iglesia Católica, principalmente la Confesión sacramental y la Eucaristía.

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