martes, 17 de marzo de 2020

“Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento”



(Domingo IV - TC - Ciclo A – 2020)

         “Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento” (Jn 9, 1.6-9.13-17.34-38). Ante el pedido de auxilio de ciego de nacimiento, Jesús “escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con vista”. El milagro, real, tiene un significado sobrenatural, es decir, va más allá del propio milagro y es el siguiente: la ceguera corporal, por la cual los ojos del cuerpo no pueden ver el mundo que nos rodea, es figura de otra ceguera, la ceguera espiritual, por medio de la cual el alma no puede ver el mundo sobrenatural de la fe; es decir, por la ceguera espiritual, el alma se hace incapaz de ver lo que sucede en el mundo espiritual y mucho más en el orden de los misterios de redención de Nuestro Señor Jesucristo. En este caso, la ceguera espiritual está dada por la ausencia de fe, la cual si bien muchos la han recibido a través del Bautismo sacramental, la han dejado luego apagar, sea porque no han hecho nada para incrementarla –oración, sacramentos, devoción, formación espiritual-, sea porque se han perdido en las oscuridades del mundo y sus falsos y tenebrosos atractivos. El ciego de nacimiento que recupera la vista puede ser el alma que, o bien recibe la gracia de la fe en el Bautismo sacramental, o bien la recibe como una gracia especial de conversión y se dedica no a sofocarla, como en el caso anterior, sino a incrementarla, por medio de actos de piedad, de devoción, de frecuencia de los sacramentos.
         “Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento”. Todos debemos identificarnos con el ciego de nacimiento, porque por el pecado original, todos nacemos ciegos a la vida de la gracia y de la fe; pero todos también debemos identificarnos con el ciego del nacimiento cuando recibe la curación de parte de Jesús, porque todos hemos recibido la luz de la fe, como don incoado, en el momento de ser bautizados. De cada uno de nosotros depende, entonces, vivir la vida de la fe y así ver el mundo sobrenatural de los misterios de Cristo, o apagar esta luz por las luces falsas del mundo y así vivir en la ceguera espiritual más completa.

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