domingo, 13 de octubre de 2019

“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!”




“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!” (Lc11, 42-46). Los “ayes” de Jesús van dirigidos a los hombres religiosos de su tiempo, los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley. Jesús les recrimina el hecho de haber deformado la religión, convirtiéndola en una caricatura de lo que esta es en realidad. La crítica de Jesús es que los hombres religiosos han deformado la religión, convirtiéndola en una mera práctica externa de ritos y cultos, pero vaciándola de contenido interior. Es decir, para los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, la religión consiste en realizar determinadas acciones externas y cumplirlas al pie de la letra, fingiendo así estar sirviendo a Dios, pero descuidando lo esencial de la religión, que es la caridad, la misericordia y la justicia. De esta manera, mientras practican escrupulosamente todos los preceptos de la Ley –la gran mayoría, inventados por ellos mismos-, al mismo tiempo pasan por alto el ser misericordiosos, compasivos, pacientes, justos, comprensivos con el prójimo. La religión es para ellos un pretexto para realizar ciertos ritos religiosos, pero sin cambiar el corazón ni un ápice, conservándolo duro, impiadoso e incluso impío. Invocan a Dios en sus ritos, pero cuando se dirigen al prójimo son severos, cínicos, duros de corazón.
“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!”. No debemos pensar que los “ayes” de Jesús se dirigen sólo a los hombres religiosos de su tiempo. Esos “ayes” se extienden en el tiempo y en el espacio, hasta alcanzarnos a nosotros, de manera tal que si cometemos los mismos errores que los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, también esos “ayes” son para nosotros. Para que no seamos objeto del reproche de Jesús, tengamos bien en cuenta que la religión tiene dos versantes, el exterior, compuesto de palabras y acciones y el interior, compuesto por misericordia, compasión, justicia y piedad. No descuidemos ni lo uno ni lo otro, y así seremos agradables a los ojos de Jesús.

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