domingo, 12 de abril de 2020

Miércoles de la Octava de Pascua



(Ciclo A – 2020)

         “Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24, 13-32). En la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús, hay características que se repiten cuando se la compara con la aparición a María Magdalena: en ambos casos, los discípulos de Jesús se muestran abatidos emocionalmente -los discípulos “entristecidos”, en tanto que María Magdalena además “llorando”- y con la fe en las palabras de Jesús acerca de que habría de resucitar al tercer día, quebrantada, vacilante, dubitativa o incluso inexistente. De manera similar a María Magdalena, los discípulos de Emaús se han quedado en el dolor del Viernes Santo y en la soledad del Sábado Santo y esto les ha impedido trascender hacia la sobrenatural alegría del Domingo de Resurrección. Los discípulos de Emaús, como María Magdalena, están tan ensimismados en su dolor, que no al igual que ella, no lo reconocen, a pesar de conocerlo y a pesar de que Jesús está frente a ellos.
        La falta de fe es lo que lleva a Jesús a reprocharles: “¡Oh hombres sin inteligencia, tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿No era necesario que el Cristo sufriese para entrar en su gloria?”.
          La tristeza de los discípulos de Emaús se debe a que no solo se han quedado en el dolor del Viernes Santo, sino que no han sabido ver ese dolor a la luz del misterio pascual de Cristo, un dolor que es redentor y salvífico. Sin el Domingo de Resurrección, la Crucifixión del Viernes Santo deja al alma inmersa en un vacío de fe y de trascendencia en el Reino de Dios, tal como les sucede a los discípulos de Emaús.
          “Lo reconocieron al partir el pan”. Ahora bien, esta situación cambia radicalmente en el transcurso de lo que algunos consideran que se trata de la Santa Misa y es cuando Jesús “parte el pan”: en ese momento, desde la Eucaristía, Jesús infunde sobre los discípulos de Emaús su Espíritu, el Espíritu Santo, que ilumina sus almas y les permite reconocerlo como quien Es, como el Hombre-Dios, que luego del dolor del Viernes Santo y de la soledad y tristeza del Sábado Santo, resucitó “al tercer día”, tal como lo había profetizado.
          Si nos sucede que nuestra fe en Cristo muerto y resucitado está debilitada o incluso es inexistente, como los discípulos de Emaús, acudamos entonces a la Santa Misa, para que Jesús, en la fracción del Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, nos infunda el Espíritu Santo y así el Paráclito nos ilumine acerca de la Presencia en la Eucaristía de Jesús, muerto y resucitado para nuestra salvación.
        


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