(Ciclo
B – 2021)
“Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20, 11-18). María Magdalena se
encuentra llorando, a la entrada del sepulcro y la razón por la que llora la da
ella misma cuando responde a la pregunta de los ángeles por la causa de su
llanto: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. María
Magdalena llora porque acude al sepulcro con la dolorosa y amarga tribulación
del Viernes Santo; llora porque ha visto a su Señor ser crucificado y luego lo
ha visto morir; llora porque ha visto que a su Señor lo han envuelto en una
mortaja y luego de un breve cortejo fúnebre, han depositado su Cuerpo muerto,
frío, sin vida, en el sepulcro. María Magdalena llora porque ha vivido la
Pasión y Muerte del Señor Jesucristo, sí, pero la ha vivido hasta los límites
estrechos que le permite su humanidad, su mente, su corazón, su memoria, su
dolor humano. María Magdalena llora porque tiene su vista dirigida al pasado,
el Viernes Santo, día de la Muerte de Jesús, y al Sábado Santo, día del duelo y
del llanto por la Muerte de Jesús y porque tiene su vista dirigida al pasado y
porque solo vive con su naturaleza humana, es que María Magdalena llora por
Jesús muerto, sin creer ni dar cabida a las palabras de Jesús de que Él habría
de resucitar “al tercer día”. María Magdalena llora porque es discípula de
Jesús, sí, pero al modo humano, como cuando una persona sigue a un líder por su
carisma y por esto es que ella cree en un Jesús puramente humano, sujeto a la
muerte como todo ser humano. María llora porque en el fondo, aun cuando ha
conocido personalmente a Jesús, aun cuando Jesús ha obrado milagros en ella,
expulsando demonios de su cuerpo y liberándola de la esclavitud del demonio y
del pecado, aun así, la fe de María Magdalena en Jesús es una fe en un Jesús
meramente humano. Su fe en Jesús no es sobrenatural, no cree en la divinidad de
Jesús y por lo tanto no cree o se ha olvidado de la promesa de Jesús de
resucitar al tercer día. Solo cuando Jesús resucitado le infunde su gracia, en
el momento en que la llama por su nombre, solo entonces y por acción de la
gracia, que ilumina y eleva el entendimiento de María Magdalena a un nivel
divino y sobrenatural, solo entonces, la fe de María Magdalena en Jesús pasa a
ser una fe verdaderamente católica, es decir, sólo entonces, por la luz de la
gracia, María Magdalena no solo recuerda la promesa de Jesús de resucitar al
tercer día, sino que es capaz de ver en Jesús no al “hijo del carpintero”, al “hijo
de María”, sino a Dios Hijo encarnado que, en cuanto Dios, es la Vida Increada
en Sí misma y por lo tanto, es el Triunfador Invicto sobre la muerte. Solo
cuando Jesús le insufla la gracia, solo entonces María Magdalena no solo deja
de llorar, sino que se alegra, con una alegría sobrenatural, porque reconoce en
Cristo no al “hijo de María”, sino al Hijo de Dios encarnado, que ha vencido a
la muerte con su muerte en cruz y ha resucitado, glorioso y victorioso, del
sepulcro.
“Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Muchos
católicos viven su fe como María Magdalena: buscan a Jesús, pero en el fondo de
sus almas no creen que haya resucitado y mucho menos que esté, vivo y glorioso,
resucitado, en la Eucaristía y por eso buscan y creen en un Jesús muerto, no
resucitado. Para no caer en este error racionalista, pidamos la gracia de ver,
con la luz de la fe, a Jesús glorioso y resucitado en la Eucaristía; sólo así,
podremos parafrasear a María Magdalena y decir a nuestros prójimos: “Sé dónde
está mi Señor resucitado: está vivo y glorioso en la Sagrada Eucaristía”.
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