martes, 24 de octubre de 2023

“Estén preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre”

 


“Estén preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 39-48). Jesús relata la parábola del siervo diligente y del siervo perezoso. Para entenderla, reemplazamos los elementos naturales por los sobrenaturales.

La “Hora menos pensada” en la que llegará el Hijo del hombre, representa ya sea la hora de la muerte personal de cada uno, lo cual nadie lo sabe excepto Dios, como así también su Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final. El siervo diligente, el que está atento a la venida de su amo y cumple con la tarea que le encomendó, dar la ración a la servidumbre según corresponda, es el alma que, iluminada por la luz de la fe y de la gracia, hace todo lo posible para estar preparada para el encuentro con su Señor, ya sea en la hora de su muerte o bien en el Día del Juicio Final. Es aquel que reza, que frecuenta los sacramentos, que lleva en su corazón y en su mente la Ley de Dios, el que es misericordioso con sus hermanos. Ese tal será “dichoso”, dice Jesús, porque su amo “lo pondrá al frente de todos sus bienes”, lo cual significa que lo conducirá al Reino de los cielos.

Por el contrario, el siervo perezoso y violento, al que no le preocupa la llegada de su amo, y se pone a emborracharse y a golpear a todo el que se le cruza, será despedido por su amo cuando llegue de improviso, recibiendo la condena “de los que no son fieles”, es decir, es el alma que no vive en gracia, que no se preocupa por vivir en gracia, que le da lo mismo obrar o no obrar la misericordia, que no confiesa sus pecados en el Sacramento de la Penitencia, que no recibe el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía; este tipo de alma no solo no será recompensada por su señor cuando regrese -no recibirá nada de Nuestro Señor en el Juicio Particular-, sino que irá, por propia decisión, al lugar “donde no hay redención”.

“Al que más se le dio, más se le pedirá”, dice Jesús. No es lo mismo saber y no obrar en consecuencia, que sí hacerlo. Puesto que sabemos, porque se nos ha dado mucho más que a otros, debemos entonces obrar en consecuencia, comenzando por obrar la misericordia: así estaremos preparados para cuando llegue el Señor y ayudaremos a otros a que también lo estén.

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