sábado, 8 de agosto de 2015

“Yo Soy el Pan de Vida (…) Yo Soy el Pan vivo bajado del cielo”



(Domingo XIX - TO - Ciclo B – 2015)

“Yo Soy el Pan de Vida (…) Yo Soy el Pan vivo bajado del cielo” (Jn 6, 35-51). Jesús se auto-revela nombrándose a sí mismo como “pan”, como “pan vivo” y que “da vida”. Sin embargo, los judíos no pueden entender de qué manera pueda Jesús ser “pan” y mucho menos “vivo y que dé vida”, y eso porque ven a Jesús con los ojos del cuerpo; no pueden "ver" espiritualmente el misterio pascual de Jesús, y por eso no entienden de qué manera pueda Jesús ser Pan Vivo y mucho menos bajado del cielo.
Para poder apreciar mejor las palabras de Jesús, es necesario tener en cuenta que Él habla de sí mismo como ya habiendo pasado por su misterio pascual de muerte y resurrección, porque es así como Jesús es Pan de Vida eterna y Pan Vivo bajado del cielo: con su Cuerpo glorificado en la Eucaristía.
El otro aspecto a tener en cuenta, es comparar al pan de la tierra, material, hecho de trigo y agua, con el Pan que es Jesús en la Eucaristía, y así nos daremos cuenta de qué manera Él da vida eterna.
Del pan de mesa, compuesto de harina de trigo, también se puede decir que da vida, pero solo en un sentido figurado, en cuanto que mantiene al cuerpo con vida debido a los nutrientes que le aporta, impidiéndole morir de inanición. Pero Jesús no es un pan material, sino celestial, sobrenatural, divino, “bajado del cielo”. A diferencia del pan terreno, que es inerte, sin vida, Jesús es un Pan Vivo porque está vivo con la vida eterna del Ser trinitario divino y es esta vida suya la que nos comunica en el Pan Eucarístico.
Quien coma de este Pan, dice Jesús, aunque muera vivirá, porque morirá a la vida terrena, pero vivirá en la eternidad, en el Reino de los cielos, con la vida eterna de Dios, porque el que come de este Pan tiene ya incoada la vida eterna. Quien coma de este Pan tiene ya en germen la vida eterna, vida que se manifestará en su plenitud en el Reino de los cielos.
Quien coma de este Pan, dice también Jesús, no tendrá más hambre ni sed, pero no tanto del cuerpo -aunque sí lo puede hacer, en el sentido de satisfacer el hambre y la sed corporales, desde el momento en que existieron santos y místicos que durante año sólo se alimentaron de la Eucaristía-, sino del alma, porque este Pan Vivo alimenta con la substancia misma de Dios, que contiene en sí toda delicia y todo lo que el alma necesita para su vida, y es por eso que este Pan, que es la Eucaristía, sacia el hambre y sed que de Dios tiene toda alma humana. 
En la Eucaristía Jesús sacia un apetito no corporal sino espiritual, porque comunica la Vida, el Amor, la Paz, la Alegría de Dios Uno y Trino y así el alma que se alimenta de la Eucaristía, no desea otra cosa que la Eucaristía, porque es el mismo Dios quien se brinda a su alma con todo su Ser divino y puesto que Dios es el Único que puede saciar la sed de amor y felicidad que tiene el alma, sólo quien coma de este Pan, que es la Eucaristía, queda saciado en el deseo de amor y felicidad que hay en su alma.
“Yo Soy el Pan de Vida (…) Yo Soy el Pan vivo bajado del cielo”. Jesús, en cuanto Pan de Vida, sacia un hambre y una sed que no son corporales, sino espirituales, porque Él es el Dios-Amor que toda alma desea amar desde el momento mismo en que es creada; Jesús en la Eucaristía es el Pan Vivo que concede la vida de Dios, vida que es luz, alegría, paz, amor, sabiduría; Jesús en la Eucaristía es Pan de Vida divina, que extra-colma al alma con la substancia divina, substancia para la cual ha sido creada el alma y sin la cual el alma muere, literalmente, de hambre y de sed. Esto es lo que explica el hecho de que el alma no quiere después alimentarse espiritualmente con ninguna otra cosa que no sea este Pan celestial: habiendo probado la substancia de Dios, plena de Amor, de Luz, de Paz y de Alegría divinas, cualquier otro alimento espiritual, que no sea la Eucaristía, le sabe al alma como probar cenizas, luego de haberse deleitado con un exquisito manjar.
“Yo Soy el Pan de Vida (…) Yo Soy el Pan vivo bajado del cielo”. Jesús se revela como el Pan Eucarístico, pero sus contemporáneos, sus compatriotas, aquellos que lo habían visto crecer en su pueblo, se muestran absolutamente incrédulos: "¿No es éste el hijo de carpinero, el hijo de María? ¿No conocemos acaso a sus hermanos? Si lo hemos visto crecer y sabemos quién es, ¿cómo puede decir que Él sea Pan de Vida eterna?". Jesús se les manifiesta como Quien Es, el Verdadero Maná bajado del cielo, pero sus compatriotas, que dicen conocerlo, no creen a sus palabras, y no creen a sus palabras porque, en el fondo, creen conocer a Jesús, pero no lo conocen como Quien Es: Dios Hijo encarnado. Ven a Jesús en su condición de hombre, pero no lo ven en su condición de Dios y por eso, aunque creen conocerlo, no lo conocen en realidad.
Es necesario tener esto presente, porque la misma incomprensión que muestran los judíos hacia Jesús -cuando Él les revela que es el Pan Vivo, bajado del cielo, que da la Vida eterna a quien lo consuma-, esa misma incomprensión la demuestran muchos cristianos, cuando la Iglesia les enseña, por el Catecismo, que Jesús en la Eucaristía es ese mismo Pan de Vida eterna, el mismo Pan Vivo bajado del cielo, que sacia con el Amor y la Vida divina del Ser trinitario de Dios a quien lo consume, y la prueba de esta incomprensión, es que muchos cristianos prefieren los manjares terrenos, antes que saciarse con el Pan del cielo, la Eucaristía. Muchos cristianos ven la apariencia de pan que es la Eucaristía, pero no ven en su interior, que es Jesús Dios.

“Yo Soy el Pan de Vida (…) Yo Soy el Pan vivo bajado del cielo”. Sin la luz del Espíritu Santo nos volvemos incrédulos y Jesús en la Eucaristía pasa desapercibido para nosotros y así nos quedamos sin la vida divina que se nos comunica en la comunión eucarística. Sólo con la luz del Espíritu Santo nos volvemos capaces de creer firmemente en la fe de la Iglesia, que nos enseña que la Eucaristía no es un poco de pan bendecido en una ceremonia religiosa, sino Jesús, el Pan de Vida eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, que nos alimenta en esta vida terrena con la Vida, el Amor, la Luz y la Paz divinos, como anticipo de la eterna bienaventuranza. 

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