miércoles, 19 de agosto de 2015

“Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”


“Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (Mt 19, 30-20, 16). Para entender la parábola del dueño de la vid y de los jornaleros, hay que considerar que cada elemento de la misma representa otro elemento sobrenatural: así, la vid es la Iglesia; el dueño de la vid que sale a contratar obreros a diferentes horas del día, es Dios; los obreros son las almas de los hombres que necesitan la gracia de la salvación y que la obtienen en la Iglesia; los obreros contratados al inicio del día, son aquellos que recibieron la gracia de la conversión a temprana edad y, por lo tanto, están insertados en las estructuras eclesiásticas desde hace mucho tiempo; los contratados al final son las almas que, por diversos motivos, se encuentran alejadas de la Iglesia, aunque también representan a aquellos que son llamados a mediana edad, a edad avanzada, o incluso momentos antes de morir, pero que, al llamado de Dios, responden con prontitud, con fe y con amor; el trabajo al que están llamados los obreros, sin excepción, es el trabajo de la conversión del alma como respuesta libre al don de la gracia santificante, condición necesaria para la salvación del alma; el pago con el que el dueño de la vid recompensa a sus trabajadores es el Reino de los cielos: la recompensa para todos es la misma, la vida eterna y la eterna bienaventuranza.
Entonces, con la parábola del dueño de la viña que contrata a obreros a distintas horas del día, pero luego paga a todos el mismo salario, Jesús grafica la gratuidad de la recompensa que Dios da a los justos -el Reino de los cielos, como don gratuito de Dios que no depende del esfuerzo humano, un regalo inmerecido e igual para todos-, es decir, a los que, fieles a la gracia, lo aman hasta el momento de la muerte -o incluso recién en el momento de la muerte-, con un amor de perfecta contrición, sin importar el momento en el que fueron llamados; la parábola muestra también, en contraposición, la falta de caridad de quienes, estando en la Iglesia desde hace mucho tiempo, en vez de alegrarse porque sus hermanos, aun habiendo sido llamados en diferentes tiempos –unos a la mediana edad, otros en la edad madura, otros incluso antes de morir-, respondieron con fe y con amor al llamado de la gracia –eso es lo que significan los jornaleros contratados en los últimos momentos-, se enojan con el dueño de la vida –Dios-, porque les da a los últimos la misma paga que a los primeros: el Reino de los cielos.

Si el Dueño de la Vid, que es Dios, da la eterna recompensa a quienes, aún a último momento, instantes antes de morir, se arrepienten con perfecta contrición y lo aman con todo su ser, ¿por qué habríamos de molestarnos? Por el contrario, debemos alegrarnos, con la misma Alegría del Dueño de la Vid, que sus hijos se arrepientan de todo corazón y lo amen perfectamente, salvando sus almas, aun cuando esto suceda en los últimos instantes de sus vidas terrenas.

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