“Los
últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (Mt 19, 30-20, 16). Para entender la
parábola del dueño de la vid y de los jornaleros, hay que considerar que cada elemento de la misma representa otro
elemento sobrenatural: así, la vid es la Iglesia; el dueño de la vid que sale a
contratar obreros a diferentes horas del día, es Dios; los obreros son las
almas de los hombres que necesitan la gracia de la salvación y que la obtienen
en la Iglesia; los obreros contratados al inicio del día, son aquellos que
recibieron la gracia de la conversión a temprana edad y, por lo tanto, están
insertados en las estructuras eclesiásticas desde hace mucho tiempo; los
contratados al final son las almas que, por diversos motivos, se encuentran
alejadas de la Iglesia, aunque también representan a aquellos que son llamados
a mediana edad, a edad avanzada, o incluso momentos antes de morir, pero que,
al llamado de Dios, responden con prontitud, con fe y con amor; el trabajo al
que están llamados los obreros, sin excepción, es el trabajo de la conversión
del alma como respuesta libre al don de la gracia santificante, condición
necesaria para la salvación del alma; el pago con el que el dueño de la vid
recompensa a sus trabajadores es el Reino de los cielos: la recompensa para
todos es la misma, la vida eterna y la eterna bienaventuranza.
Entonces,
con la parábola del dueño de la viña que contrata a obreros a distintas horas
del día, pero luego paga a todos el mismo salario, Jesús grafica la gratuidad
de la recompensa que Dios da a los justos -el Reino de los cielos, como don gratuito de Dios que no depende del esfuerzo humano, un regalo inmerecido e igual para todos-, es decir, a los que, fieles a la
gracia, lo aman hasta el momento de la muerte -o incluso recién en el momento de la muerte-, con un amor de perfecta
contrición, sin importar el momento en el que fueron llamados; la parábola
muestra también, en contraposición, la falta de caridad de quienes, estando en
la Iglesia desde hace mucho tiempo, en vez de alegrarse porque sus hermanos, aun
habiendo sido llamados en diferentes tiempos –unos a la mediana edad, otros en
la edad madura, otros incluso antes de morir-, respondieron con fe y con amor
al llamado de la gracia –eso es lo que significan los jornaleros contratados en
los últimos momentos-, se enojan con el dueño de la vida –Dios-, porque les da
a los últimos la misma paga que a los primeros: el Reino de los cielos.
Si
el Dueño de la Vid, que es Dios, da la eterna recompensa a quienes, aún a
último momento, instantes antes de morir, se arrepienten con perfecta contrición
y lo aman con todo su ser, ¿por qué habríamos de molestarnos? Por el contrario,
debemos alegrarnos, con la misma Alegría del Dueño de la Vid, que sus hijos se
arrepientan de todo corazón y lo amen perfectamente, salvando sus almas, aun
cuando esto suceda en los últimos instantes de sus vidas terrenas.
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