“Es
más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el
Reino de los cielos” (Mt 19, 23-30). Jesús
grafica la casi imposibilidad de quien, apegado a los bienes materiales –un rico-,
pueda entrar en el Reino de los cielos: “Es más fácil que un camello pase por
el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos”. La razón se
encuentra en las palabras de Jesús: “Donde esté tu corazón, allí estará tu
tesoro”. El rico, apegado a los bienes materiales, tiene su corazón apegado a
las cosas materiales que, por definición, se encuentran en esta vida, en esta
tierra, en este tiempo. El corazón no puede estar en la tierra y en el cielo,
al mismo tiempo y bajo la misma condición: o está en la tierra, o está en el
cielo. Quien apega su corazón a los bienes materiales, de forma egoísta y avara
–se puede ser avaro con un kilo de pan y no solo necesariamente con una
fortuna-, no puede entrar en el Reino de los cielos, porque el corazón necesita
estar libre de estas ataduras terrenas, para poder elevarse a la contemplación
de otros bienes, los celestiales, que son eternos y que, por lo tanto, no se
encuentran en los bienes materiales, porque son excluyentes los unos de los
otros.
“Es
más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el
Reino de los cielos (…) Para los hombres esto es imposible, pero para Dios es
posible”. ¿De qué manera se hace posible el ingreso de un rico al Reino de los
cielos? Desprendiéndose de los bienes materiales, tal como lo puede hacer un
camello que, cargado con mercaderías, quisiera atravesar la pequeña “puerta de
las ovejas”, una puerta colocada en el muro de Jerusalén, de baja estatura,
para que pudieran pasar las ovejas. Un camello, alto y cargado de mercaderías,
no puede pasar por esta puerta, pero si descarga su mercadería y dobla sus
patas, puede pasar por la puerta de las ovejas e ingresar a la Ciudad Santa,
Jerusalén. De la misma manera, un hombre, cargado con bienes terrenos, debe
dejarlos a estos, desapegando su corazón de ellos y, delante de Jesús
crucificado, Puerta de los ovejas, arrodillarse y besar sus pies, como signo de
la contrición de su corazón, del desapego efectivo de los bienes terrenos y de
esta vida y como signo efectivo de que ama con todo su corazón los bienes
eternos, el más preciado de todos, la Sangre del Cordero. Arrodillado ante
Jesús crucificado, con el corazón contrito y humillado, desapegado de los
bienes terrenos, y apegados a los bienes eternos, la Sangre de Jesús, el hombre
rico sí puede entrar, a través de la Puerta de las ovejas, Cristo Jesús, hacia
la Jerusalén celestial, el Reino de los cielos.
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