“Lo que sale del corazón es lo que hace impuro al hombre” (cfr. Mc 7, 14-23). Los fariseos enseñaban la purificación legal de las manos, para evitar la contaminación, mientras que, en otros casos, prohibían la ingesta de ciertos alimentos, como por ejemplo, la carne de cerdo.
Con sus enseñanzas, Jesús echa por tierra estas creencias y prescripciones declarando, por un lado, que todos los alimentos son buenos, en tanto y en cuanto provienen de Dios Creador, y por otro lado, enseñando qué es lo que realmente hace impuro al hombre, y es su propio corazón.
No son los alimentos los que vuelven impuro al hombre, sino el propio corazón: de este nacen las fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez”.
De esto se ve que de nada sirve la prohibición de alimentos, porque nada tienen que ver con la real impureza humana, y al mismo tiempo se cae en la cuenta de que nada, absolutamente nada, puede hacer el hombre, para remediar la situación. Debido a que el corazón está contaminado y oscurecido desde el nacimiento por la mancha del pecado original, el cual es de origen espiritual, ninguna fuerza humana o angélica, y mucho menos los animales, aún cuando sean sacrificados con esa intención, puede quitar el pecado del corazón humano.
Sólo la sangre de un Cordero, que viene de los cielos, enviado por el Padre, y sacrificado en el ara de la cruz, está en grado de quitar la mancha del pecado original, fuente no solo de la corrupción espiritual del hombre, sino fuente también de su enfermedad corporal y responsable de su destino de muerte.
Pero
“Lo que sale del corazón es lo que hace impuro al hombre”. Si del fondo del corazón humano salen las impurezas, porque está contaminado, del fondo y de las entrañas del Corazón del Hombre-Dios, colgado en la cruz, sale
Si de las entrañas del hombre sale el pecado, de las entrañas del Hombre-Dios brota la gracia santificante, que sanea y limpia el corazón humano convirtiéndolo en un “río de agua viva” (cfr. Jn 7, 37) que brota hasta la vida eterna. Pero también de las entrañas de
Del Corazón de la Iglesia, la Eucaristía, brota el manantial de agua viva, la gracia divina.
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