“No se puede servir a Dios y al dinero, porque se amará a uno y se odiará al otro” (cfr. Mt 6, 24-34). Jesús nos habla de la clara incompatibilidad que existe entre Dios y el dinero: o uno u otro, pero no los dos juntos, y el motivo es que, sirviendo a los dos, el corazón del hombre se decide por el amor de uno solo, mientras que odia al otro.
El episodio bíblico que confirma la exactitud de las palabras de Jesús es la adoración del becerro de oro: mientras Moisés sube al Monte Sinaí para recibir
Los hebreos habían sido elegidos por Dios para que lo adorasen, y en cambio ellos, contrariando
Jesús prohíbe la idolatría del dinero, pero esta prohibición de amar al dinero no es solo de orden moral, es decir, no lo hace porque simplemente implica un desvío de la conducta, es decir, porque la persona se convierte en avara o codiciosa: detrás del dinero se encuentra el demonio, que usa el dinero como cebo para hacer caer al hombre en la trampa de la vanidad primero y de la soberbia después. Y un alma soberbia, es un alma que se dice a sí misma que no necesita de Dios, lo cual constituye una repetición y una participación del pecado de soberbia que le valió al demonio ser expulsado de
La trampa que se esconde detrás del dinero puede vislumbrarse muy bien en los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, sobre todo en la meditación llamada “Dos banderas”: allí se presenta el combate entre el Cristo glorioso, “Sumo Capitán de los buenos” contra Satanás, “caudillo de los enemigos”, y puede verse que un elemento esencial del ejército de Satanás es el dinero, así como en el ejército de Jesucristo es la pobreza espiritual y, si es necesario, la material.
Según San Ignacio, los dos jefes de estos ejércitos espirituales “llaman” a las almas para que formen de sus respectivos ejércitos. El modo de llamar es distinto en uno y otro caso: el demonio llama “a innumerables demonios”, a los cuales los “esparce” por todas las ciudades y poblados del mundo, no dejando ni provincia, ni lugar, ni estado, ni persona alguna en particular” (EE. 140), y para atraer a las personas a su bando, les dice a los demonios que echen “redes y cadenas” a los hombres, tentándolos con la codicia de riquezas, para que vengan al vano honor del mundo, y después en crecida soberbia, de manera que el primer escalón sean las riquezas, el 2º, de honor, el 3º, de soberbia, y de estos tres escalones induce a todos los otros vicios.
El dinero entonces actúa como un cebo que atrae al hombre hacia su ruina espiritual, ya que lo induce a desear la vanagloria del mundo, proporcionada por el dinero, y luego al desprecio de Dios.
Nuestro Señor, por el contrario, elige a personas, apóstoles, discípulos, amigos suyos, y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas, y les dice que traigan a los demás por medio de una “suma pobreza espiritual” y si fuera voluntad divina, a la pobreza actual; “segundo, a deseo de oprobios y menosprecios, porque de estas dos cosas se sigue la humildad; de manera que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el segundo, oprobio o menosprecio contra el honor mundano; el tercero, humildad contra soberbia; y de estos tres escalones induzcan a todas las otras virtudes” (EE, 146).
Los tres escalones de San Ignacio, con los cuales el demonio intenta arrastrar a los hombres a la perdición eterna: bienes materiales –dinero-, honor mundano, soberbia.
Son tres escalones opuestos a los de Jesucristo, con los cuales Él quiere atraer a los hombres a la unión con Dios Uno y Trino: pobreza espiritual y material, deseo de ser menospreciado, humildad.
La riqueza no es nunca una bendición de Dios, sino una gran prueba que hay que superar, y el modo de superar la prueba es donando de la propia riqueza, según lo permita el estado de vida, hasta llegar a la pobreza de Cristo en la cruz. La riqueza material, el dinero, los bienes materiales, no son nunca una bendición de Dios, sino una prueba, y la prueba sólo se supera si el alma consigue desprenderse de todo para alcanzar la pobreza de la cruz, para tener los mismos bienes que tiene Jesús en la cruz.
Jesús no tiene absolutamente ningún bien material en la cruz, porque el lienzo con el cual cubre sus partes íntimas no es de Él, sino de su Madre, ya que es el velo que usaba
Los otros bienes materiales que Jesús posee en la cruz son los clavos de hierro, la cruz de madera, la corona de espinas, el cartel que indica que es el “Rey de los judíos” (cfr. Lc 23, 38), aunque todos estos bienes han sido proporcionados por Dios Padre, para que su Hijo amado lleve a cabo el designio eterno de la salvación de los hombres.
Lo único que sí posee Jesús como propiamente suyo, de su propiedad, son sus heridas -5480, según la revelación del mismo Jesús a Santa Brígida de Suecia-, entre las cuales se destacan las de las manos, las de los pies, las de la cabeza coronada de espinas, y la del costado traspasado.
Son estos bienes a los cuales el cristiano debe aspirar, y a ningún otro que no sean estos.
Sin embargo, hoy en día, son una gran mayoría los cristianos que, en vez de postrarse en adoración al Cordero místico, Jesús Eucaristía, repiten el pecado de idolatría del Pueblo Elegido en el Monte Sinaí, y se postran en adoración ante los modernos dioses paganos, el dinero, la fama mundana, los bienes materiales, el poder, el placer, y así lo que domina con violencia sus corazones es la codicia, la avaricia, la soberbia, y todo género de mal.
En vez de adorar al Cordero de Dios en
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