jueves, 3 de febrero de 2011

Vosotros sois la luz del mundo

“Vosotros sois la luz del mundo” (cfr. Mt 5, 3-16). La frase con la cual Jesús describe a sus discípulos debe ser leída a la luz de otra frase suya: “Yo Soy la luz del mundo” (…). Jesús es la luz del mundo, Él, en cuanto Cordero de Dios, es “la luz de la Jerusalén celestial” (cfr. Ap 21, 23), que alumbra con su resplandor eterno a los ángeles y a los santos en el cielo. Jesús es Luz eterna que procede de la Luz eterna que es Dios Padre, tal como lo cree y lo reza la Iglesia en su Credo: “Dios de Dios, Luz de Luz”[1]; es una luz divina, sobrenatural, celestial, desconocida para el hombre, inaccesible para el hombre carnal y privado de la gracia, y es una luz que no es inerte, sin vida, sino que es una luz que es Vida en sí misma, Vida eterna, y que comunica de esa vida a quien ilumina; es una luz que es Vida y es una Vida que es Amor, que ama y transforma en el amor de Dios a quien ilumina.

Es de esta luz, que es Él mismo en Persona, la que es comunicada al alma en el momento del bautismo, haciendo al alma partícipe de la belleza, de la luminosidad, del esplendor, de la hermosura y de la gracia de Dios, y es por este motivo que Jesús dice a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”, no por los discípulos en sí mismos, sino porque han recibido de Cristo Dios la luz de la gracia y la luz de la fe, que los convierte en imágenes vivas suyas, luz y resplandor eterno de la luz eterna que es Dios Padre. La luz de Dios, Dios, que es luz, se comunica a las almas por el bautismo y por los sacramentos, y quien la recibe, queda iluminado y es portador de esta luz, así como un cirio encendido queda iluminado y porta la luz que ha sido encendida en él (es esto lo que se significa en el rito del bautismo, cuando se enciende la candela tomando el fuego del cirio pascual: Cristo está en el alma bautizada, iluminándola, así como la llama está en la candela).

Es cristiano es "luz del mundo" porque Dios Padre ha encendido la luz de la gracia en su alma en el momento del bautismo, pero para iluminar al mundo con esta luz interior, es decir, para que esta luz interior, que está en la raíz y en lo más profundo del ser del hombre, ilumine el mundo en tinieblas, es necesario el obrar, pero no un obrar cualquiera, sino un obrar misericordioso. Es esto lo que dice el profeta Isaías: "Si compartes tu pan con el hambriento, despuntará tu luz como una aurora" (cfr. 58, 7-10). Una obra de misericordia, realizada exteriormente, es una manifestación al exterior de la luz interior que ilumina al alma: esto es lo que sucede con santos como la Madre Teresa de Calcuta, por ejemplo, pero también con cualquier acto de amor verdadero y puro, como el amor de una madre a su hijo, de un hijo a sus padres, de los hermanos entre sí, o un acto de perdón hacia un enemigo. Por el contrario, una obra impiadosa, un acto inhumano, refleja que en ese corazón sólo hay tinieblas y oscuridad, y ausencia de la luz de Cristo.

“Yo Soy la luz del mundo (…) Vosotros sois la luz del mundo”. Para comprender un poco más estas afirmaciones de Jesús, es necesario confrontar la luz con aquello que se le opone radicalmente, la ausencia de luz, es decir, las tinieblas y la oscuridad, como las que sobrevienen en la tierra cuando el sol se oculta, o cuando se interrumpe la luz artificial, teniendo en cuenta sin embargo que, en el mundo espiritual, las tinieblas nunca son tinieblas inertes, sin vida, como sucede en el mundo terrenal, sino que son tinieblas vivas, formadas y habitadas por los ángeles caídos.

Otra imagen que puede servir para este propósito, es el sol: el sol proporciona luz, y con la luz, calor, y con la luz y el calor, da además vida al planeta, ya que los seres necesitan del sol para vivir. La ausencia de sol significa ausencia de luz, de calor, de vida, y cuanto más prolongada, tanto más se nota en la naturaleza -por ejemplo, los vegetales no crecen como debieran si están en la oscuridad, y los animales no pueden encontrar su alimento-, ya que ningún ser vivo puede subsistir sin su luz. Es por este motivo que no hay nadie tan necio que pueda decir: “No necesito de la luz del sol para vivir”, desde el momento en que su subsistencia corporal depende de vegetales y de animales que para vivir necesitan del sol, y si esta dependencia del sol se da en la tierra, cuánto más se la dependencia para vivir en el mundo espiritual, en donde el sol no es un astro inerte, sino Jesucristo, Dios eterno, Sol de justicia: si en la tierra nadie puede vivir sin el sol, en la vida del espíritu nadie puede vivir sin Cristo Dios, y sin embargo, lamentable y tristemente, cuántos hay, entre los cristianos, que sí dicen, temerariamente: “No tengo necesidad de Dios para vivir”. ¡Cuántos cristianos, inmersos en las tinieblas, dicen: "No tengo necesidad de la Misa del Domingo para vivir, no tengo necesidad de Cristo Eucaristía para vivir", sin saber que así se apartan ellos mismos de la Fuente inagotable de Vida y de Amor!

¡Cuánto dolor causan a los Sagrados Corazones de Jesús y de María estas almas que prefieren la oscuridad, la soledad, el vacío y la muerte de las tinieblas, a la luz, al amor, y a la compañía de las Personas de la Trinidad! Con su actitud, hacen realidad las palabras del evangelista Juan: “El Verbo era Dios (…) era la luz (…) la luz era la vida de los hombres (…) el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (…) pero los hombres rechazaron la luz y amaron las tinieblas, porque sus obras eran malas”.

Entonces, lo que es el sol a la tierra, es el Sol de justicia, Jesucristo, al mundo del espíritu: Él es el Sol que da Luz, la luz eterna de Dios; es el Sol que da Vida, la Vida eterna de Dios; es el Sol que comunica Amor, el Amor misericordioso y eterno de Dios.

Cuanto el alma más se acerque a este sol divino, más recibirá de su luz, de su calor, de su vida, y más resplandecerá en su interior, y más se reflejará en su obrar misericordioso. Y como ese sol está en la Eucaristía, es la Eucaristía, cuanto el alma más se acerque a la Eucaristía –no significa comulgar en la mano, que así nos alejamos más de Él-, por la oración, la adoración, y la contemplación, más luz, más vida, y más amor recibirá de Cristo Dios, porque Cristo Eucaristía es la Fuente Increada de luz, de vida y de amor divinos.

Por el contrario, cuanto más se aleje el alma del Sol de justicia, Jesucristo, más lejos se encontrará de la fuente de luz, y a medida que se aleje, se irá internando en las sombras preternaturales, sombras vivas, sombras que son la muerte del espíritu. Y quien se interne en las sombras, se aleja no sólo de la luz, sino también de la vida y del amor, y por eso se puede afirmar que quien está lejos de Cristo Eucaristía habita “en sombras de muerte”, aún cuando respire, abra los ojos, se mueva, camine.

Un acto de amor por lo tanto para ese prójimo que vive en la oscuridad, será acercarlo a la fuente de la luz y del amor de Dios, no tanto por sermones y por reproches, sino por el amor misericordioso, obrado a su favor, y por la oración silenciosa, el sacrificio que nadie ve, el ayuno que sólo lo ve Dios, clamando piedad y misericordia por Él.

Es de esta forma, tratando de acercar, por medio de la misericordia, del sacrificio, de la oración y del ayuno, al prójimo que se encuentra en sombras de muerte, que el cristiano se vuelve “luz del mundo”.



[1] Cfr. Misal Romano.

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