“Vende cuanto tienes dáselo a los pobres y sígueme” (cfr. Mc 10, 17-27). Un joven le pregunta a Jesús qué es lo que tiene que hacer para ganar la vida eterna. Jesús le cita los Mandamientos de la ley de Moisés, a los cuales el joven responde que los ha cumplido desde que era pequeño. Por esta respuesta, se puede ver que el joven es alguien bueno, pues ha buscado desde muy chico obrar el bien.
Pero el joven ha vivido y ha cumplido los Mandamientos de
Pero sucede que para seguir a Jesús y subir a la cruz, es necesario el desprendimiento de todo, para imitar la pobreza de Cristo en la cruz. Cristo, en la cruz, no posee ningún bien material que sea de su propiedad: el lienzo con el cual está cubierto, que es la única prenda que lleva puesta, pertenece a su Madre, ya que según
Nada posee Jesús que sea de su propiedad, aunque sí hay algo que es suyo, de su propiedad, algo que sí le pertenece, y son sus heridas -que llegan a 5480, según sus revelaciones a Santa Brígida-, entre las que se destacan las heridas de las manos y de los pies, de la cabeza, y del costado traspasado.
“Si quieres ganar la vida eterna, anda, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y sígueme”. También a nosotros nos dice Jesús lo mismo, también a nosotros nos mira con amor y nos pide que dejemos todo en esta vida, porque a la otra nada material habremos de llevarnos, sino solo las obras hechas en el amor de Dios, al más necesitado.
No se puede subir a la cruz con pesados bienes materiales, y es por eso que el joven del evangelio, educado en
Que no nos suceda lo mismo, porque así como para subir a la cruz hay que estar despojados de los bienes materiales y tener un corazón en gracia, así también para recibir
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