“El que por Mí dejare todo recibirá vida eterna y tribulación” (cfr. Mt 19, 23-30). Pedro pregunta qué parte le tocará a los que todo lo dejen por Él y por el Evangelio, y Jesús responde que el que deje todo –casa, madre, padre, hermanos, posesiones-, a causa suya y del evangelio, recibirá, ya en esta vida, el ciento por uno, y en la otra, la vida eterna. Pero, también aclara, que recibirá todo esto “con persecuciones” o “con tribulaciones”, según las traducciones y en pasajes paralelos.
El cristiano, es decir, quien siga a Cristo, dejando tras de sí toda su historia personal, todos sus afectos, su madre, su padre, sus hermanos, su patria, por el evangelio, recibirá el ciento por uno ya en esta en vida, más la vida eterna, pero con tribulaciones.
Hay dos elementos que generalmente se nos escapan de la respuesta de Jesús: por un lado, la desproporción de lo que significa dejar todo lo humano y terrestre, por bueno que sea –familia, propiedades, bienes, amigos- y recibir a cambio la vida eterna-, y por otro, el hecho de recibir, ya en esta vida, cien veces más de lo que se dejó, pero acompañado de tribulaciones.
Es importante tener en cuenta el hecho de las tribulaciones, porque las tribulaciones significan una participación directa a la tribulación de
Se debe tener en cuenta las palabras de Jesús –recibirá con “tribulación”-, además de la parábola del sembrador, sobre todo cuando dice que las aves del cielo consumen las semillas sembradas en la tierra fértil por el sembrador, en ciertas circunstancias de la vida, sobre todo cuando al cristiano se le presentan dificultades en la vida.
En estos momentos, el cristiano acude a Jesucristo, o a María o a los santos, para pedir justamente que le sea quitada una parte de la promesa: la tribulación.
Pero la tribulación en esta vida es parte esencial del ser cristiano, porque es una participación a
El cristiano no debería acudir a Jesucristo para que le concediera el fin de las penas, de los dolores, de la curación milagrosa de los males que padece; sí puede pedirlo, pero lo que debe pedir ante todo, es participar, con corazón agradecido, de
“El que por Mí dejare todo recibirá vida eterna y tribulación”. Al acudir a los pies del altar, al acudir a la renovación del sacrificio de la cruz, al dejar todo nuestro ser y toda nuestra vida, recordemos las palabras de Jesús, y no pidamos que nos sea quitada la corona de espinas, la cruz y los clavos, que constituyen nuestro paso a la vida eterna, que son nuestro lazo de unión con el Señor atribulado en la cruz.
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